Iliana Barnes
El capataz había llegado hacia tres meses. Al principio Iliana no le había prestado mucha atención, ella nunca prestaba atención a las cosas de la plantación. Para ella era un lugar sórdido, lleno de bullicio y gentes extrañas de costumbres sórdidas, tan diferente al lugar donde ella nació y todo lo que conocía.
Jamás entendió porque su padre había mandado a buscarlas tras la muerte de su madre y vender todas las propiedades en Inglaterra.
Ella y su hermana Susana habían tenido que déjalo todo, para cruzar medio mundo hasta Jamaica, porque su padre pensó que sería buena idea que encontraran marido allí, y así afianzar el imperio que él había creado hacia años financiado con el dinero de su esposa inglesa. Lo odio apenas llegaron. El clima, el olor, las gentes….
Su padre era un hombre duro y frio, con el que apenas habían tenido contacto. En cuanto su esposa heredo la fortuna familiar, el las dejo atrás para dilapidar esa fortuna en sus negocios jamaicanos. Aunque con cierta buena mano y suerte. Ahora solo requería la presencia de sus hijas, ávido de concluir algún matrimonio ventajoso. Desde que llegaron apenas habían coincidido con él y pasaban los días en ese gigantesco caserón frente al mar, con la única compañía del servicio que tan siquiera hablaba su idioma.
Así pues, Iliana, permanecía recluida, soñando con volver a Inglaterra sin demasiado interés en saber nada sobre la plantación familiar. Su hermana debido a su juventud se conformaba con la situación, y encontraba confort en la lectura y los paseos.
No podían ser más distintas. Iliana era soñadora, rebelde, inquieta y muy inglesa. Susana en cambio era mar recatada, sumisa, poco ávida de aventuras, parecía conformarse con todo y estaba cómoda en cualquier situación. A pesar de ello, adoraba a su hermana menor.
Iliana estaba sumida en una melancolía constante y solo soñaba con salir de allí.
El nuevo capataz le pasó desapercibido hasta que su insistente, y penetrante mirada empezó a incomodarla, luego a intrigarla. Era joven, apuesto, soberbio, exótico... Finalmente, como una polilla atraída a la luz entabló conversación con él.
Al principio sólo eran saludos de rigor, luego acompañados de sonrisas. Poco después comentaban el tiempo y así hasta que se hicieron inseparables. El la llevaba a recorrer la finca y aprovechaba cualquier excusa para cruzarse con ella, para entablar conversación e incluso para rozarle la mano o la mejilla en un supuesto gesto inocente. En Inglaterra esto hubiera sido todo un escándalo que seguramente habría acabado con la reputación de Iliana condenándola a un matrimonio forzoso. Jamás se hubiera permitido que una señorita estuviera a solas con un caballero que no fuera de su sangre. Pero ahí estaba sola, libre y nadie parecía prestar atención a sus descarrilamientos morales. Le parecía, debido a su poca experiencia con el sexo opuesto seguramente, que el capataz era todo una caballero, tan fuerte y atento. Capaz de todo por conquistarla.
Ella salía a recorrer el lugar, y él le hacía de guía, mientras le contaba batallitas y aventuras, que a sus oídos de jovencita le sonaban fantásticas.
No había gran cosa que hacer en ese horrible lugar. Iliana era joven y soñadora. Rápidamente el tedio hizo que viera esa amistad como un amor incipiente y prometedor.
Neil Carrigan era un hombre ambicioso. Pronto le pareció que merecía más que pasarse el día intentando que esos vagos esclavos se dignaran a trabajar.
Vio en Iliana una interesante posibilidad para ascender. Su inocencia la hacía maleable y una presa fácil. Además, era hermosa y estaba completamente bajo su influencia.
Le gustaba fantasear con ser el próximo señor de las tierras, si lograba desposar a la heredera y su fortuna.
Obviamente este no era el tipo de marido que su padre tenía en mente cuando planeaba la unión fructífera de sus hijas. Un capataz distaba mucho de sus miras económicas. Jamás lo permitiría.
Aun así, Iliana y el capataz siguieron viéndose, y prometiéndose la luna.
Él se hizo cada vez más y más insistente, más y más cercano, y un buen día mientras regresaban de uno de sus paseos con la excusa de mostrarle las vistas desde un acantilado se alejaron de la propiedad como no lo habían hecho nunca.
Carrigan ayudo a Iliana a apearse de su caballo cogiéndola firmemente por la cintura y no tuvo ningún reparo a rozar todo su cuerpo al suyo mientras la bajaba del mismo. Ato a los dos animales a la rama de un árbol.
-Ven querida- le dijo mientras le tendía la mano para que lo siguiera.
Realmente no tenía ningún tipo de decoro ni modales como los que Iliana estaba acostumbrada en Inglaterra, a pesar de que Carrigan parecía querer hablar y comportarse decorosamente, se veía a la legua que era un patán, cualquiera podía verlo menos Iliana que estaba cegada por su pasión juvenil.
La vista desde el acantilado era realmente maravillosa.
-Iliana -dijo mientras ella miraba absorta el horizonte y la puesta de sol. -La amo. -Ella se giró y le sonrió emocionada.
Sin mediar palabra la abrazo y la beso en la boca. Iliana jamás pensó que nadie osara tal atrevimiento con ella, las normas del cortejo que ella conocía no contemplaban un acto así de repentino, estaban solos, lejos de todos. El beso no fue como ella lo había soñado o había leído en sus novelas de amor, suave, liviano y fugaz.
Era un beso lleno de deseo, húmedo, Carrigan intentaba azarosamente introducir su lengua entre sus labios, y la apretaba fervientemente contra su cuerpo. Era demasiado. Iliana lo aparto de un empujón.
-Señor Carrigan se lo ruego, - dijo Iliana
Carrigan sonrió como si su presa hubiera hecho la caza más interesante.
-Yo también albergo sentimientos hacia usted, pero no creo que debiéramos dejarnos llevar, en Inglaterra esto no estaría bien visto.
-Pero no estamos en Inglaterra. -Reposto él.
- Aun así -dijo ella -no debemos.
Lo siento querida me he dejado llevar por mis sentimientos- dijo el intentando recuperar la compostura y parecer un caballero- Lo lamento, no volverá a producirse, mis sentimientos me han obnubilado el juicio. Le ruego me perdone, iremos al ritmo que usted desee, pero quiero que sepa que la amo y que deseo desposarla.
-Y yo, pero debemos hacer las cosas correctamente, deberá pedirle mi mano a mi padre y tendremos un noviazgo como requiere la sociedad.
- Lo que desees -le dijo Carrigan cogiéndola por la barbilla y hablándole muy cerca de los labios.
Realmente era muy atrevido y carecía de modales, pero eso era algo que Iliana pensó que arreglaría con el tiempo y amor, después de casados.
El señor Barnes dejo rápidamente claro que no veía con buenos ojos esa amistad. Llamo la atención a su primogénita y la amenazó con despedir al capataz si no dejaba de seguirlo a todas partes.
La joven siguió las ordenes de su padre e intento poner distancia entre ambos, cosa que consiguió durante un tiempo. Pero fue sin contar con la determinación de Carrigan que redoblo en atenciones, cartas y promesas, acentuando así aún más la sensación de amantes trágicos que luchaban contra viento y marea por su amor. Lejos de enfriar a Iliana, esa lucha atizo su amor juvenil y prohibido.
En vista de que ambos jóvenes no parecían poner fin a su amistad, Barnes decidió hablar con su capataz. Era un buen capataz, los hombres y mujeres de la finca le temían y trabajaban con ahincó para no desatar su colera, él había podido ver a Carrigan enfadado y era de lo más temible. No quería perderlo, pero también había coincidido con él en burdeles, rodeados ambos de muchachas de poca moral con quienes ellos solían olvidar su soledad y pasar el rato, todo ello regado de alcohol y juegos. Jamás dejaría que su primogénita desposara un tipo así, en el fondo no tanto por sus vicios, que él y muchos nobles de la isla compartían, sino por la ausencia de capital que Carrigan aportaba a su tan calculada ecuación. Así pues, hablo con el capataz y lo amenazo de despedirlo si volvía a acercarse a su hija.
El capataz aguanto el aluvión de insultos y desagravios de su patrón con la mandíbula y los puños prietos, de buena gana le hubiera bajado los humos de un puñetazo. Pero aguanto y se limitó a reconocer su culpa y prometer que no volvería a suceder.
Nada más lejos de la verdad, no había aguantado tanto a esa niña consentida y remilgada, para rendirse ahora que ella bebía los vientos por él. Estaba dispuesta a cualquier cosa por él, lo sabía. Solo tenía que modificar sus planes un poco.
Si Carrigan quería seguir con su plan de desposar la rica heredera, solo le quedaba prosperar en Inglaterra. Debían huir como dos enamorados, casarse en el extranjero una vez consumado el matrimonio, al señor Barnes no le quedaría otra opción que aceptar a su nuevo yerno en la familia. Iliana estaba abierta a una historia de amor tan rocambolesca como en los libros de la biblioteca familiar. La prohibición de su padre la convertía en una de esas novelas que había leído a escondidas. Ahora Neil le prometía llevarla de vuelta a su amado hogar, para comenzar una vida juntos. Tal vez incluso pudieran quedarse en Inglaterra a vivir y perder de vista esta horrorosa isla de vista.
Así fue endulzándole los oídos con su promesa de amor eterno durante meses, de horizontes llenos de aventuras. Ya tenía todo planeado, incluso había conseguido camarotes en un hermoso barco donde iban a ser muy felices de empezar su nueva vida juntos. Solo había un pequeño problema, como huiría seguramente su padre congelaría su sueldo, necesitaban conseguir fondos para empezar la expedición. En Inglaterra él tenía amigos poderosos que seguramente le dejarían dinero para empezar de cero contaba. La convenció para coger algunos fondos de su padre, asegurándole que en cuanto llegaran se lo devolverían con creces.
Las joyas que Iliana había heredado de su madre seguramente les ayudarían también, aunque solo las usarían como salvoconducto si las cosas se torcían dijo Carrigan, y fugarse juntos en el próximo barco que partiera. Lo planearon todo cuidadosamente.
Deberían llevarse también a la joven hija del cocinero Lisie. Una chica curtida y totalmente leal a su causa.
Toda damisela debía de viajar con una dama de compañía, pero la suya hubiera avisado a su padre rápidamente, era una solterona inglesa, seca y de mal carácter que había traído a las chicas desde Inglaterra, aunque desde que llegaron apenas había salido de sus aposentos asqueada de todo lo que la rodeaba y odiando seguramente el destino que la había llevado hasta ahí. Así que Lisie era la opción más segura.
Iliana intento convencer a Carrigan que se llevaran a su hermana en lugar de aquella muchacha que apenas conocía. Le dolía más que nada dejarla ahí sola, desde su nacimiento jamás se habían separado. Pero este le hizo prometer que no diría nada a su hermana. Su amor estaría en peligro. En menos de un año volverían a estar juntas le prometió. Apenas se instalarán y su padre calmara su ira, el mismo le encontraría marido y la traería de vuelta junto a Iliana.
Así fue como cegada por el amor juvenil, Iliana partió una mañana al alba dejando tan solo una nota para su hermana, en la que le confesaba su plan y le prometía que en cuanto estuvieran casados y tuvieran un hogar vendría a buscarla y se la llevaría de ese horrible lugar. Para vivir juntas en Inglaterra, bajo el ala protectora de Carrigan.
Los tres embarcaron en el “Goëland” un velero que partía de Jamaica hacia Francia cargado de caña de azúcar y especias.
Desde allí les sería fácil, encontrar un barco hacia Inglaterra, ahora que los dos países buscaban firmar la paz.
Iliana, no había siquiera llegado al puerto cuando su padre fue alertado de su ausencia.
Lejos de lanzar una cuadrilla en su búsqueda, después de destrozar medio salón en un ataque de ira y asustar a la pobre Susana de muerte y de amenazar a la pobre institutriz por su falta de cuidado, Liam Barnes dio a su hija por pérdida irremediablemente. Daba así al traste con el plan del capataz de forzar su entrada en la familia. Juro por la tumba de su difunta esposa y por todos los demonios del mar que añadió en la misma frase que jamás, aceptaría tal afronta.
Seguro de que su moral ya no estaría intacta en los brazos de aquel bastardo. No era un hombre al que le gustaba que le forzaran la mano. Además, se bastaba con su hija menor, para afianzar la unión de sus tierras con las de algún otro terrateniente del lugar.
Su primogénita ya no formaba parte de su familia a sus ojos.
Hizo que uno de sus hombres fuera al puerto y entregara al capataz una pequeña bolsa. En ella unas monedas que él consideraba dote suficiente por la mano de su hija, después de comprobar el robo de alguno de sus fondos, y una nota que le indicaba que jamás volviera a Jamaica o el mismo le mataría con sus propias manos para limpiar su honor.
Esa era la única fortuna que Carrigan recibiría como dote de su futura esposa.
Aquel hombre tosco y de pocas palabras, se limitó a decirle a su hija menor que jamás volverían a hablar de Iliana en esa casa, y mando quemar todas las pertenencias que habían quedado en su alcoba. Sería como si jamás hubiera existido.
En el fondo, pensó, Iliana siempre se pareció demasiado a su difunta esposa. Una inglesa romántica y delicada. Criada entre algodones y tazas de porcelana tan blancas como su piel, tan delicadas como ella. Que solo supo engendrar mujeres.
El viaje en el “Goëland” fue mucho peor que el que las llevó a Jamaica.
El barco no era tan maravilloso como Carrigan había descrito, era un barco viejo que se usaba para llevar azúcar al continente, apestaba y estaba lleno de hombres sucios que no paraban de observarla de un modo que la incomodaba.
Apenas Carrigan recibió la misiva de su padre su humor y sus modales cambiaron, estaba más taciturno y distante. A pesar de ello le dijo que no se preocupara, seguramente darían con algún familiar o amigos de Iliana que podrían recibirlos, en el fondo era su madre quien provenía de un gran linaje, solo tenía que intentar recordar y escribiera sus nombres en un papel. Mas adelante trazarían un nuevo plan.
El mar estuvo agitado la mayor parte del trayecto, y además su enamorado insistió para que apenas saliera de su camarote. Decía era lo más seguro. Podía mandar a Lisie, su nueva dama de compañía a buscar su comida, y vaciar su orinal siempre que lo necesitará. Ella en el fondo estaba más curtida para la dureza del viaje, le justificó.
Apenas zarparon Iliana comenzó a sentirse mal, cosa que empeoro al estar encerrada en las entrañas de ese barco. Perdió la noción del tiempo y cada día se sentía más débil.
Entre las náuseas y el mareo, le parecía oír a sus acompañantes reír por las noches en el camarote contiguo. Pero estaba demasiado aturdida para prestar atención.
No sabía si era de noche o de día, tan solo las vistas de Lisie para servirle las comidas marcaban el tiempo que le parecía eterno. Tampoco recibía las visitas de su prometido, no sería correcto para una dama soltera había dicho Carrigan. Él estaba decidido a respetarla hasta que en Inglaterra un párroco los declarara marido y mujer.
- Un gran amor bien merece este sacrificio - sentenciaba mientras le besaba castamente la frente.
Por fin semanas después llegaron a puerto francés.
Le costó muchísimo recuperar el equilibrio en tierra firme, y estuvo tentada de volver al barco que parecía moverse menos que la tierra bajo sus pies. Todo daba vueltas y un peso enorme parecía atraerla hacia el suelo.
-Es el mal de tierra - le dijo uno de los marineros mientras le tendía la mano para ayudarla a desembarcar. -normal tras un viaje tan largo. Nosotros lo ahogamos en ron, pero quizás sería mejor que usted lo pase acostada un par de días mi lady
-Buena idea - dijo Carrigan, su amado capataz y futuro marido, apareciendo tras ella.
–Busquemos una posada para pasar la noche, mientras organizamos la última parte del viaje. ¿De acuerdo querida? - añadió besándole la frente como era costumbre.
Ella asintió, ávida de comenzar su nueva vida de aventuras en sus brazos.
-Lisie, ocupante de los equipajes. –Le ordenó a la joven, que lo miro con ojos inyectados en odio, mientras él le respondía con un guiño.
La única posada, por así llamarla, que tenía habitación libre, caída la noche ejercía también de prostíbulo y taberna de juego en el mismo puerto. Grande, sucia y ruidosa. Iliana trato con sus últimas fuerzas de disuadirlo de entrar en tal sitio, pero fue en vano.
Carrigan convenció a Iliana que era la mejor opción si querían estar listos, y conseguir pasaje en el próximo barco que zarpara. Además, estando con él, nadie iba a molestarla.
Las habitaciones de los viajeros estaban alejadas de la parte menos digna del local. No saldrían de la habitación si no era para zarpar. Iliana estaba demasiado cansada y mareada para discutir, así que accedió a pernoctar en ese lugar horrible, que apestaba a orina, vino y sudor.
Su habitación era sencilla pero no estaba mal, el fuego calentaba toda la estancia y la reconfortaba.
Se acomodó como pudo. Aprovecho el balde con agua que había para asearse un poco.
Aflojó sus ropas, e intentó comer un poco del queso que le habían traído, junto con una botella de vino. Fue inútil. Lo último que recuerda: es ceder al mareo, y tumbarse en la cama.
Los siguientes dos días estaban borrosos en su mente. La fiebre se apoderó de ella. Sudaba y temblaba delirando. Recordaba ver a Carrigan en algún momento a su lado, mirándola. Lo oía discutir con Lisie, luego todo se fundía en negro otra vez. Ruido, risas lejanas, portazos. Una muchacha rubia en sus recuerdos, le había dado agua con una cucharilla, llamándola pajarillo. Pero quizás era solo un sueño.
Y otra vez todo oscuro.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero la despertó el silencio de la habitación. Y fuera el murmullo de fondo de los clientes en el piso de abajo.
Le dolía todo el cuerpo, y no tenía fuerzas ni para ponerse en pie.
Era de día, y la luz que entraba por los postigos le dejó ver que la habitación estaba vacía. Carrigan y Lisie no estaban. De todo su equipaje, tan solo quedaba la pequeña maleta de cuero en la que llevaba sus pertenencias más personales.
Pasaron las horas esperando que alguien volviera por ella, antes de darse por vencida, y decidirse a salir de la habitación en busca de sus acompañantes.
Como pudo se vistió, se lavó la cara y recogió el cabello. La puerta crujió estrepitosamente cuando la abrió. Aún no era de noche, y el lugar estaba relativamente tranquilo aun así el miedo le encogió las entrañas y casi debe volver a entrar a vomitar, a pesar de que no tenía nada en el estómago.
Entró en la taberna de un paso titubeante e intento que su rostro no reflejara el pánico que sentía por estar ahí sola. Allí estaba tras la barra, el dueño al que había visto hablando con Carrigan días atrás. En alguna de las mesas había hombres bebiendo, que debían que ser marineros. Algún soldado ebrio dormido sobre la mesa, y una señorita rubia que le pareció reconocer vagamente.
-Hola pajarito - dijo la mujer - ya saliste de tu jaula - añadió batiendo los brazos como alas, lo que hizo que algunos hombres se rieran y la limitarán.
Iliana cruzó la sala y se dirigió al tabernero.
-Disculpe –dijo con un hilo de voz - Estoy buscando al señor Carrigan y a mi dama de compañía.
- ¿Su dama de compañía? - Dijo divertido el tabernero - yo diría que era más bien la dama de compañía del señor Carrigan. - y empezó a reír ruidosamente enseñando su boca casi sin dientes. -Le puedo asegurar señorita que esos dos se hacían compañía el uno al otro, -siguió riendo con todos los del lugar.
- ¿Sabe usted dónde están? - Siguió Iliana intentando mantenerse en pie
-A estas horas y si el canal ha sido vehemente ya deben estar rumbo a Inglaterra. Esos dos tortolitos tenían ganas de empezar su familia en tierras inglesas. Menos mal que partieron, porque si se quedan un solo día más, me hubieran llenado el hostal de retoños. Si sabe usted a que me refiero - dijo guiñándole un ojo. Lo que volvió a provocar la risa general.
Iliana sintió náuseas y que todo empezaba otra vez a girar.
-Dijeron que usted prefería quedarse unos días más debido a su indisposición, y que cogería un barco más adelante. Les avise que es mala temporada. Ahora no zarpan más que los militares que regresan al hogar, y no quieren esperar tiempo más clemente. Dijeron que estaba al corriente. - Explicó el hombre. - También comentaron que usted se encargaría de saldar los gastos. Dos habitaciones, dos días. Las comidas, las noches en la taberna... Generoso el tal Carrigan. ¿No es así? - grito.
Del fondo del local dos borrachos levantaron su jarra. Brindaron y todos siguieron riendo.
Como pudo Iliana se disculpó y subió la escalera hacia su habitación.
Entró apresuradamente. Justo cuando sintió la puerta cerrarse tras de ella, las náuseas se hicieron feroces, y vómito todo su terror en un cubo que había en el suelo.
Se tiró sobre la cama, hundió la cara en la almohada y comenzó a chillar presa de un ataque de pánico.
¿Cómo podía haber sido tan ingenua? Todo era un maldito plan del capataz para salir de Jamaica con su amante. Todo mentira. Estúpido pajarito, estúpida pensó. ¿Qué iba a hacer ahora?
De pronto se incorporó, corrió hacia el armario y lo abrió. Nada. Miro bajo la cama, nada. Cogió su pequeña maleta de cuero y la vacío. Unas enaguas, unos guantes, su sombrero, un colgante de su madre que llevaba siempre consigo. Un vestido de recambio y su cepillo de plata. No quedaba nada, se lo habían llevado todo. Sus baúles de ropa, sus joyas, los pagarés que cogió de su padre.
No tenía nada, estaba sola, en Francia y en un burdel.
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