2. Un hombre sin piedad

—Aquí están los papeles, señor Montesinos. Los papeles de la hacienda “Los Reyes.” —en la corporación “Campo Del Valle”, un hombre en sus cincuentas le entrega las tan esperadas escrituras a su jefe.

El magnate más poderoso de la región de Yucatán y uno de los hombres más millonarios de todo México está sentado en su puesto en la oficina de reuniones. Recibe el papel, mirando con desdén el nombre “Los Reyes.” Lo lanza al escritorio. Su mirada cambia a una calculadora, mirando hacia la ventana. Ojos gravemente fríos se quedan en el cielo de la ciudad de México, y mueve la mano.

El hombre que está acostumbrado a tener el mundo a sus pies. Nunca objetado. Siempre teniendo razón sobre todas las cosas.

—¿Todo está listo?

—Todo, señor Montesinos. La firma es la elegible de la señorita Reyes. El documento especifica que le da a usted todos sus bienes y toda su herencia. No es falsificada como los abogados creyeron, no. Es la firma real de su…—el hombre se calla, relamiéndose los labios.

—No es falsa. Ella misma firmó esos papeles —el señor Montesinos es un hombre de mirada de piedra. Nadie quiere estar en el mismo lugar de éste hombre poderoso—, la hacienda Reyes le pertenece ya a mi empresa.

—Así es, señor.

—No quiero que nadie de esa familia toque esa hacienda nunca más —el tono que usa ya roza lo despectivo. Tan sólo escucha aquel apellido para llenarse de rabia—, mucho menos ella.

—Como usted no se apareció, señor, desconozco lo que ha hecho la señorita Reyes. ¿Quiere…?

—No. Me interesa poco —Gerardo Montesinos se pone de pie. Lleva un traje gris, y da una ojeada indiferente a su reloj—, tengo cosas más importantes qué hacer. Esto sólo es el comienzo para su destrucción. Su cara de niña buena se caerá, ya se está cayendo. Es lo que deseaba. Ahora, me interesa mis negocios. Fernando, comienza a decirle a Gerónimo que se encargue de advertirle a los trabajadores que yo seré el nuevo dueño. Que todo lo que le pertenece a los Reyes es mío. Todavía no viajaré a Mérida. Iré después.

Fernando es el hombre de cincuenta años que asiente a lo que dice.

—No quiero a ninguno integrante de esa familia molestándome. Mucho menos ella. Tampoco deseo que su rostro aparezca en la hacienda que ahora es mía. Procura que le denieguen el paso, y a cualquiera de los Reyes.

—¿Estás seguro de esto, Gerardo? —Fernando lo ha visto crecer. Siempre fue un hombre caritativo, bondadoso, de buen corazón. Un incidente en el pasado sacó el verdadero ser de éste hombre—, la has dejado sin nada.

—Ahí te equivocas, Fernando —Gerardo Montesinos es el hombre que sólo necesita poner un pie dentro de cualquier lugar para que éste lugar tiemble. El aura que se carga éste individuo deja a la mayoría tieso, temblado de miedo. Su rostro de piedra no muestra una pizca de arrepentimiento—, poco a poco se destapará la verdad, y ella querrá estar muerta. Lo que hizo no tiene perdón…no la tiene, no.

Fernando suspira, porque sabe muy bien a lo que se refiere.

—Esto es lo que se merece —Gerardo habla sin una ráfaga de compasión—, Altagracia Reyes pagará caro, hasta el último día de su vida.

—¿Cuál es tu siguiente movimiento, Gerardo?

—Compañías Reyes —Gerardo enciende un cigarrillo. Su cuerpo, esculpido a la perfección, se adapta como una segunda piel a su traje gris. La forma en la que actúa, severo y dominante, ha atraído a miles de mujeres, entre ellas, la que siempre ha tenido su corazón—, lo dejaré sin un centavo.

—Pero es una de tus compañías ahora.

—Estará en bancarrota —sus largas pestañas negras y sus cejas pobladas hacen de un rostro más que atractivo. El poder no sólo emana de él por el dinero. Puede hacer lo que necesite para llevar a cualquiera a la destrucción. Incluyéndolo a ella—, quiero a Altagracia Reyes en la ruina.

Fernando se pone de pie.

—Lo sé. Luego de meses de compromiso, te diste cuenta que ella no es de fiar. Y si es la culpable, debe pagar. Sólo que…ella se veía bastante enamorada de ti.

Gerardo observa el suelo. El edificio más grande en la ciudad de México es suyo. Ve pasar los autos con indiferencia.

—Es precisamente lo que buscaba, Fernando…—Gerardo responde.

—¿Cuándo viajarás a Mérida para mostrarte como el nuevo patrón de la hacienda?

—No lo sé, me tomaré un tiempo. Iré cuando sea necesario, tengo cosas que hacer aquí en la capital —Gerardo escucha la puerta.

Una vez ésta se abre, lo primero que escucha es una exclamación en una voz muy pequeña.

—¡Papi!

Gerardo se agacha para recibir a su precioso hijo de 3 años que lo alcanza para abrazarlo con fuerza.

—¡Hola, papi!

—Pequeño —Gerardo lo carga entre sus brazos hasta dejarlo en el escritorio.

—Mi nana me dijo que traería mi galleta — el niño inquieto y travieso prefiere estar en el suelo.

—Sergio no deja de crecer —dice Fernando, saludando al travieso con su mano—, cada vez se parece más a ella…

Gerardo, quedándose en silencio unos momentos después, no hace ningún comentario. Su prioridad ahora es tener a su hijo en la mira como sucede usualmente.

—Iré a San María cuando llegue el momento, pero prefiero que cada uno de mis hermanos sepa administrar Campo Del Valle mientras hago los arreglos para ésta nueva morada —Gerardo le entrega a su pequeño hijo el juguete de la estantería—, vayamos al grano. A cada uno de los Reyes que se atrevan a reclamar algo enciérralos. El registro está a mi nombre y pronto a mi hijo. Sobretodo, si esa mujer aparece en mi oficina también la quiero fuera.

El pequeño Sergio corre en la oficina alzando su avión de juguete, ignorando las amenazas de su padre.

—¿Escuchaste?

—Lo escuché —Fernando observa al pequeño niño riendo—, Todo esto…¿por Aracely, no es así? Por ella…

—Altagracia Reyes le arrebató a mi hijo su madre cuando era un recién nacido. No quiero piedad para ella —Gerardo clama vigorosamente y con fuerza ante las palabras rígidas que confiesa sin remordimientos—, la madre de mi hijo perdió la vida por sus órdenes. Esa mujer vivirá un peor infierno que Aracely.

Fernando da un paso hacia atrás, como si entendiera lo que dice.

—Absolutamente todo lo que tenga que con los Reyes se caerá. Sólo necesité un año para que hiciera lo que quería y le llegó su hora. Adora destruir la vida de los demás y será respondida con lo mismo. No objetes, tampoco opines. Recuerda que Sergio también estuvo a punto de perder la vida porque ese día estaba con su madre. Mi hijo merece justicia —escupe Gerardo, rígido en su sitio—, fingí quererla para llegar aquí. Ahora sólo falta el veredicto del juez para que cada uno de los bienes de esa mujer pasen a mis manos.

Gerardo oscurece la mirada.

Fernando toma aire, negando con la cabeza.

—En estos momentos se habrá dado cuenta de lo que hiciste con ella. ¿No crees que se vengará? ¿Qué tomará represalias?

—Lo único que sé es que no la quiero cerca otra vez de mí.

—Gerardo —pronuncia Fernando.

La puerta de su oficina se abre. Gerardo se da cuenta que es su hermano. Victor Montesinos, trayendo su típico informe del día. Ayer no lo hizo, porque estaba en la boda. Se le nota un poco incómodo a Víctor cuando entra.

—Mm, buenos días —dice Víctor más tenso que calmado—, tienes tus reportes de hoy aunque no sé si debí traértelos hoy.

—Trabajo todos los días —responde Gerardo quitándole los papeles—, quita esa mirada —dice Gerardo—, sé lo que piensas —lo observa.

—Oye —Víctor exclama—, eres cruel, lo sé. Bastante cruel y soberbio. Pero lo que le has hecho a Altagracia…todo vimos como salió de la iglesia vuelta un desastre. ¿Dónde estabas? ¿Por qué no fuiste?

Gerardo cierra la carpeta.

—Quiero otro informe —es lo que responde Gerardo—, así que hazlo. Campo Del Valle tendrá una reunión cerca de las 3. Te quiero ahí.

—Entonces no te has enterado —Víctor ignora sus órdenes cuando Gerardo se ha sentado, todavía indiferente.

Gerardo no tarda en observarlo.

—¿Le quitaste a Altagracia todas sus cosas?

—Estoy ocupado, Víctor. Deja mi oficina si no te ofrece algo más —el pequeño Sergio corre hacia las piernas de su padre.

Víctor observa incrédulo a Fernando, quien sólo se encoge de hombros.

—Bien, pero espero te quede en la conciencia que si Altagracia pierde la vida será por tu culpa.

Incluso Fernando deja de cruzarse de brazos al oír a Víctor.

Gerardo deja de escribir. Se queda unos momentos reanalizando lo que Víctor ha dicho. Sube lentamente la mirada hacia él.

—Altagracia tuvo un accidente al salir de la iglesia. Un coche la atropelló.

Fernando abre los ojos.

Gerardo se mantiene sin decir nada al oír a su hermano.

—Lo último que escuche fue que estaba gravemente herida.

Gerardo aparta la mirada de Víctor. No se espera la otra sentencia:

—Y para estos momentos lo más probable es que Altagracia Reyes esté muerta por ese accidente.

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