La Venganza De La Novia Despreciada Por El Multimillonario
La Venganza De La Novia Despreciada Por El Multimillonario
Por: andreyflor
1. Desamparada y traicionada

Vestida de novia, de pie en el altar y mirando hacia la salida de la iglesia, Altagracia finalmente se da cuenta que su futuro esposo no vendrá.

Acaba de dejarla plantada en el altar.

Su corazón late con fuerza y las lágrimas en sus ojos se van formando cuando, sin creerlo, sigue mirando la entrada de la iglesia y así creer que esto es una broma. Una completa broma de mal gusto.

Tiene el ramo de flores blancas, tiene su velo, tiene su vestido hermoso, éste sería el día más feliz de su vida, lo creía ésta mañana cuando se levantó. Ahora aquí, con todas las personas mirándola y dándose cuenta de éste horror, Altagracia no puede ni siquiera respirar.

Humillada. Completamente humillada. Su corazón se quiebra en mil pedazos cada vez que mira hacia la puerta. No hay nadie. No viene nadie. No entra a nadie.

El hombre de sus sueños acaba de dejarla plantada frente a todo el mundo.

Altagracia se traga el sollozo, parada frente a un centenar de personas que ya empiezan a verla con lástima. No. No puede ser cierto. No puede ser verdad.

—¿Niña? —pregunta el sacerdote con mirada lastimera.

Altagracia traga saliva, bajando la mirada hacia todos los invitados. Empiezan los murmullos y las miradas penosas hacia su dirección. Deja caer los brazos, y el ramo de flores cae al suelo. Poco a poco, sus ojos se llenan de lágrimas.

Observa por última vez a su padre, quien está sentado en primera fila con ojos afilados, y agarra su vestido.

—¡Altagracia! —llama su hermana cuando sale corriendo bañada en lágrimas fuera de la iglesia.

Altagracia ignora los llamados, las exclamaciones de sorpresas, la conmoción de su propia familia, y corre con sus tacones lejos de ésta humillación, de ésta burla.

¡¿Cómo se atrevió?! ¡Nunca apareció! Primero 30 minutos de retraso. “No comience, Padre. De seguro llegará en cualquier momento.” Había pedido. Luego 1 hora. Luego 2 horas…

Su prometido jamás se presentó.

—¡Altagracia, espera! —su hermana logra alcanzarla cerca del coche que la ha traído, un hermoso coche blanco con hermosos adornos florales que ella misma pidió—, Hermana, espera. Esto debe ser una confusión.

—¡Se burló de mí! —Altagracia se quita el velo, desesperada. El maquillaje de sus ojos comienza a correrse. Está completamente devastada, sin poder hablar—, ¡Se burló de mí! ¡Me humilló delante de todas éstas personas! No me detengas. No lo hagas, Azucena.

—¡¿Y adónde te irás?! —Azucena intenta tomarla de las manos—, ¡No cometas una locura, hermana!

Altagracia ignora por completo sus palabras. Los invitados de lo que sería la boda más aclamada de todo México salen de la iglesia, en especial su familia. Su abuela corre preocupada hacia Altagracia.

—Altagracia, piensa las cosas. No puedes irte así y menos ahora, ¡No puedes conducir! —exclama la abuela.

—¡Puedes cometer una locura, Altagracia! Abuela, dile que no se mueva de dónde está. ¡¿Cómo se le ocurre a ese hombre humillar a mi hermana de ésta manera?! Yo no sé de lo que Altagracia sea capaz de hacer si conduce ahora.

—Déjenme irme. Me quiero ir. ¡Quiero irme de aquí! —llorando desgarradoramente Altagracia se aleja más de la iglesia, en busca de aire. No quiere mirar hacia tras. Poco a poco se le va la vida. Se le arranca aire. Todas y cada una de las ilusiones que había tenido al saber que se casaría con el amor de su vida se esfuman.

Se quita el velo.

—¿Cómo pudiste hacerme esto?!—exclama. Puede sentir los pedazos rotos de su corazón, recordándose a sí misma ahí parada sonriendo y emocionada por casarse, su sueño. Luego, una pesadilla—, ¿Cómo pudiste…?

—Altagracia, espera —su hermana la toma del hombro—, no puedes conducir en éste estado.

La desesperación, el tormento, incluso quedarse sin aire por el llanto no observa el carro que se aproxima. Y es predecible lo que sucede a continuación.

—¡¿Altagracia?! —grita su hermana.

Si algo siente en estos momentos es aquel ardor empuñando vigorosamente por su cuerpo, donde cae al piso en medio de un caos y en medio de su propio tormento. El golpe aturde cada músculo de su cuerpo. El impacto la ha dejado en el limbo, y no concilia la realidad. Altagracia comienza a desmayarse.

—Altagracia, ¡Bendito Dios! —reconoce la voz de Azucena, su hermana más pequeña—, ¡Una ambulancia! ¡Por favor! Una ambulancia.

Altagracia intenta hablar. Pero con otro fuerte dolor en el vientre no puede contenerse más.

El dolor físico, el dolor del alma, su corazón roto en mil pedazos, y el llanto desgarrador se mezclan entre sí para que termine desmayada en los brazos de Azucena.

Luego…

El sonido de una voz que no distingue al principio…

Altagracia está sudando, como si estuviese bañada por un río una vez despierta.

Está rodeada de solos mujeres, aún con su vestido de novia.

Aún…en ésta pesadilla.

—¿Dónde estoy? —intenta preguntar a las mujeres desconocidas. Unos segundos necesita para reconocer la habitación.

¡Es su habitación!

—La señorita Reyes despertó. ¡Esto es una catástrofe! Tiene qué dar a luz como esa.

—¡¿Dónde estoy?! —grita Altagracia. Una de las mujeres usa un paño para quitarle el sudor en su frente. Algo ocurre para que calle. Un ardor en la parte baja de su vientre. Altagracia se arquea—, ¿Qué está ocurriendo?

—Señorita —la mujer que le quita el sudor en la frente coloca la mano en su pecho—, debe calmarse y tomarse esto a la ligera. El accidente por suerte no afectó su embarazo, pero sí adelantó el parto. Señorita, está a punto de dar a luz.

Altagracia se queda muda, con los ojos desorbitados al escucharla.

—¿Estoy embarazada?

—Tiene cerca de los nueve meses, señorita.

—¡No puedo estar embarazada! —Altagracia se interrumpe a sí misma cuando otra ráfaga de dolor la acompaña—, ¡Por Dios!

—Cálmese, señorita. Usted sólo tiene qué pujar. El niño debe salir hoy, no debe tardar más o su vida peligrará y también la de su bebé.

Altagracia está perdida en el dolor. En el dolor infernal que quiebra los huesos e inesperadamente tiene qué ceder porque no hay otro camino. La partera la incita a continuar con palabras suaves, y luego de segundos entre gritos y lágrimas, Altagracia está lo suficientemente desesperada para usar las fuerzas que han salido de un lugar recóndito.

¿Está perdiendo la vida? ¿Esto es su pesadilla? Lo último que recuerda es su corazón roto.

Altagracia deja salir un grito agudo por todo el cuarto.

El silencio de su ahogo llega y con eso, un llanto.

—¡Ha nacido! ¡El heredero de la señorita Reyes! —expresa la partera—, ¡Es un varón!

Altagracia apenas puede recomponerse. ¿Un hijo? ¿Cómo que un hijo?

—Esto es imposible. Ese niño no puede ser mío…yo jamás tuve…

—¿Una barriga, señorita? Ese tipo de embarazos ocurre, muy poco, pero ocurren. Tiene la dicha de traer al mundo a un varón sano pese a lo que ocurrió. El golpe del choque no fue grave. Mírelo. Es su bebé, doña Altagracia. Es suyo —la partera se encamina hacia una Altagracia enloquecida en la conmoción—, aquí está a su hijo.

—¿Mi hijo? —Altagracia divisa finalmente un cuerpo todavía bañado en sangre en su pecho, morado, llorando con fuerza. Esto es irreal. Esto no puede ser real.

¿Estaba embarazada?

—Haber pasado por un estrés tan fuerte y el choque llevó a que el embarazo se adelantara. Eso ocurre cuando las madres se exponen a un trauma que puede costar la vida del bebé —la partera tiene unos ojos llenos de melancolía.

Altagracia está bañada en sudor, todavía destrozada por lo que le ocurrió, por todo esto. ¿Y ahora la vida la sorprende con el niño entre sus brazos? Un niño pequeño, totalmente pequeño y que se acurruca en su cuello.

Altagracia rompe a llorar.

—Llamen al señor Reyes, ¡Ahora! —exclama la partera.

—¿Cuánto tiempo pasé desmayada, Gertrudis?

—Unas cuantas horas, mi doña. Luego de…—la partera se detiene, abriendo los ojos—, lo bueno es que usted está sana.

—No. Yo no estoy sana —Altagracia hace el intento de ponerse de pie—, tome a éste niño.

—¡¿Señora?! ¡¿A dónde se le ocurre que ir?! ¡No puede levantarse! ¡Acaba de dar a luz!

Altagracia llora en silencio cuando decide mirar al bebé entre sus brazos. No…esto no puede ser real. ¿Su hijo?

Entonces…

Éste niño.

Éste niño es heredero de su prometido.

Del tipo que la abandonó en una iglesia.

Decide acercar al bebé más a sus brazos, rompiendo a llorar.

—¿Señora Altagracia?

Altagracia se da la vuelta con el niño entre sus brazos, saliendo de la habitación.

—Por amor a Cristo —exclama Gertrudis, persiguiéndola por detrás—, ¡Señora!

Altagracia se arrastra por los pasillos de la mansión de los Reyes con el niño que ya está tranquilo entre sus brazos. Lo abraza con más fuerza en la manta y camina, aún vestida de novia, hacia ningún lugar en específico. Mantiene a su hijo entre sus brazos, aún adolorida, pero continuando en sus pies débiles hasta detenerse justo frente a su abuelo.

Los ojos de su abuelo están desorbitados por lo que lleva en brazos, por su apariencia. Altagracia llevaba su cabello en un moño a la hora de casarse. En estos momentos es un desastre, pero siempre sosteniendo a su pequeño y recién nacido.

—¿Qué es esa cosa?

—¿Esa cosa? —Altagracia jadea horrorizada al oír a su abuelo—, es mi hijo.

El abuelo de Altagracia no puede creer lo que ocurre. Pero no sólo aparece él, sino Azucena, gritando de horror cuando la observa y también su abuela. Altagracia aprieta la pequeña vida entre sus brazos, temblando.

—¿Cómo que tu hijo? Jamás estuviste embarazada —exclama el abuelo de Altagracia, señalándola—, ¡Y ese niño no será bienvenido aquí!

Altagracia palidece.

—¡Mucho menos tú!

—¿De qué estás hablando, abuelo? —Altagracia balbucea—, ¿Por qué me hablas así? ¿Por qué le hablas así a tu nieto?

—¡Gerardo Montesinos nos ha dejado en la calle por tu culpa!

La sentencia de su abuelo deja a Altagracia conmovida en el terror.

—¿Qué estás diciendo…?

—¡Todo lo nuestro ahora le pertenece! Eres la heredera de todo los Reyes. ¡Pero todo se lo diste a Gerardo Montesinos! ¡Lo hiciste dueño de todo y nos has dejado en la calle! ¡Ahora como unos perros nos hecha de nuestras tierras! —el abuelo de Altagracia le grita, lleno de rabia—, ¡Todo por tu estúpido romance con ese hombre!

—Yo no he hecho eso, abuelo. ¡Lo juro! —Altagracia exclama—, ¡él no puede hacernos esto! ¡No puede sacarnos a la calle! Ésta casa es nuestra, todo es nuestro. ¿De qué estás hablando?

—¡Quiero que te vayas! —y su abuelo le grita con fuerza—, dejaste de ser la heredera de todo. Ahora Gerardo Montesinos te quitó todo, te dejó sin nada. ¿No lo ves? No lo viste por caprichosa y tonta enamorada. El tipo se aprovechó de ti para que le firmaras todo. Te dejó sin nada.

—No —Altagracia arropa al bebé entre sus brazos—, no, él no pudo hacerme esto. Es imposible. Yo soy la heredera de todo, ¡Soy yo!

—¡Pues ya no! —su abuelo vuelve a gritarle—, al menos nosotros tenemos éste techo en donde vivir. Pero tú —la señala—, tú has arruinado el legado de nuestra familia. ¿Cómo se te ocurre darle todo a ese hombre? ¡Todo! ¡Te dejó en la calle!

Altagracia rompe a llorar.

—No. Él no puedo hacerme esto —Altagracia cae de rodillas, abrazando el cuerpo del bebé que al sentir su desgracia y dolor también rompe a llorar—, no, no puede ser posible.

—Y ahora yo soy quien no te quiere ver aquí. Agarra tus cosas porque ya no eres heredera de nada, tampoco mi primogénita.

Con sus ojos llenos de lágrimas Altagracia observa a su abuelo.

—¡Largo de ésta casa por traidora! —exclama el señor Reyes.

Altagracia acaba de ser desamparada por todos los que ama.

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