Vestida de novia, de pie en el altar y mirando hacia la salida de la iglesia, Altagracia finalmente se da cuenta que su futuro esposo no vendrá.
Acaba de dejarla plantada en el altar.
Su corazón late con fuerza y las lágrimas en sus ojos se van formando cuando, sin creerlo, sigue mirando la entrada de la iglesia y así creer que esto es una broma. Una completa broma de mal gusto.
Tiene el ramo de flores blancas, tiene su velo, tiene su vestido hermoso, éste sería el día más feliz de su vida, lo creía ésta mañana cuando se levantó. Ahora aquí, con todas las personas mirándola y dándose cuenta de éste horror, Altagracia no puede ni siquiera respirar.
Humillada. Completamente humillada. Su corazón se quiebra en mil pedazos cada vez que mira hacia la puerta. No hay nadie. No viene nadie. No entra a nadie.
El hombre de sus sueños acaba de dejarla plantada frente a todo el mundo.
Altagracia se traga el sollozo, parada frente a un centenar de personas que ya empiezan a verla con lástima. No. No puede ser cierto. No puede ser verdad.
—¿Niña? —pregunta el sacerdote con mirada lastimera.
Altagracia traga saliva, bajando la mirada hacia todos los invitados. Empiezan los murmullos y las miradas penosas hacia su dirección. Deja caer los brazos, y el ramo de flores cae al suelo. Poco a poco, sus ojos se llenan de lágrimas.
Observa por última vez a su padre, quien está sentado en primera fila con ojos afilados, y agarra su vestido.
—¡Altagracia! —llama su hermana cuando sale corriendo bañada en lágrimas fuera de la iglesia.
Altagracia ignora los llamados, las exclamaciones de sorpresas, la conmoción de su propia familia, y corre con sus tacones lejos de ésta humillación, de ésta burla.
¡¿Cómo se atrevió?! ¡Nunca apareció! Primero 30 minutos de retraso. “No comience, Padre. De seguro llegará en cualquier momento.” Había pedido. Luego 1 hora. Luego 2 horas…
Su prometido jamás se presentó.
—¡Altagracia, espera! —su hermana logra alcanzarla cerca del coche que la ha traído, un hermoso coche blanco con hermosos adornos florales que ella misma pidió—, Hermana, espera. Esto debe ser una confusión.
—¡Se burló de mí! —Altagracia se quita el velo, desesperada. El maquillaje de sus ojos comienza a correrse. Está completamente devastada, sin poder hablar—, ¡Se burló de mí! ¡Me humilló delante de todas éstas personas! No me detengas. No lo hagas, Azucena.
—¡¿Y adónde te irás?! —Azucena intenta tomarla de las manos—, ¡No cometas una locura, hermana!
Altagracia ignora por completo sus palabras. Los invitados de lo que sería la boda más aclamada de todo México salen de la iglesia, en especial su familia. Su abuela corre preocupada hacia Altagracia.
—Altagracia, piensa las cosas. No puedes irte así y menos ahora, ¡No puedes conducir! —exclama la abuela.
—¡Puedes cometer una locura, Altagracia! Abuela, dile que no se mueva de dónde está. ¡¿Cómo se le ocurre a ese hombre humillar a mi hermana de ésta manera?! Yo no sé de lo que Altagracia sea capaz de hacer si conduce ahora.
—Déjenme irme. Me quiero ir. ¡Quiero irme de aquí! —llorando desgarradoramente Altagracia se aleja más de la iglesia, en busca de aire. No quiere mirar hacia tras. Poco a poco se le va la vida. Se le arranca aire. Todas y cada una de las ilusiones que había tenido al saber que se casaría con el amor de su vida se esfuman.
Se quita el velo.
—¿Cómo pudiste hacerme esto?!—exclama. Puede sentir los pedazos rotos de su corazón, recordándose a sí misma ahí parada sonriendo y emocionada por casarse, su sueño. Luego, una pesadilla—, ¿Cómo pudiste…?
—Altagracia, espera —su hermana la toma del hombro—, no puedes conducir en éste estado.
La desesperación, el tormento, incluso quedarse sin aire por el llanto no observa el carro que se aproxima. Y es predecible lo que sucede a continuación.
—¡¿Altagracia?! —grita su hermana.
Si algo siente en estos momentos es aquel ardor empuñando vigorosamente por su cuerpo, donde cae al piso en medio de un caos y en medio de su propio tormento. El golpe aturde cada músculo de su cuerpo. El impacto la ha dejado en el limbo, y no concilia la realidad. Altagracia comienza a desmayarse.
—Altagracia, ¡Bendito Dios! —reconoce la voz de Azucena, su hermana más pequeña—, ¡Una ambulancia! ¡Por favor! Una ambulancia.
Altagracia intenta hablar. Pero con otro fuerte dolor en el vientre no puede contenerse más.
El dolor físico, el dolor del alma, su corazón roto en mil pedazos, y el llanto desgarrador se mezclan entre sí para que termine desmayada en los brazos de Azucena.
Luego…
El sonido de una voz que no distingue al principio…
Altagracia está sudando, como si estuviese bañada por un río una vez despierta.
Está rodeada de solos mujeres, aún con su vestido de novia.
Aún…en ésta pesadilla.
—¿Dónde estoy? —intenta preguntar a las mujeres desconocidas. Unos segundos necesita para reconocer la habitación.
¡Es su habitación!
—La señorita Reyes despertó. ¡Esto es una catástrofe! Tiene qué dar a luz como esa.
—¡¿Dónde estoy?! —grita Altagracia. Una de las mujeres usa un paño para quitarle el sudor en su frente. Algo ocurre para que calle. Un ardor en la parte baja de su vientre. Altagracia se arquea—, ¿Qué está ocurriendo?
—Señorita —la mujer que le quita el sudor en la frente coloca la mano en su pecho—, debe calmarse y tomarse esto a la ligera. El accidente por suerte no afectó su embarazo, pero sí adelantó el parto. Señorita, está a punto de dar a luz.
Altagracia se queda muda, con los ojos desorbitados al escucharla.
—¿Estoy embarazada?
—Tiene cerca de los nueve meses, señorita.
—¡No puedo estar embarazada! —Altagracia se interrumpe a sí misma cuando otra ráfaga de dolor la acompaña—, ¡Por Dios!
—Cálmese, señorita. Usted sólo tiene qué pujar. El niño debe salir hoy, no debe tardar más o su vida peligrará y también la de su bebé.
Altagracia está perdida en el dolor. En el dolor infernal que quiebra los huesos e inesperadamente tiene qué ceder porque no hay otro camino. La partera la incita a continuar con palabras suaves, y luego de segundos entre gritos y lágrimas, Altagracia está lo suficientemente desesperada para usar las fuerzas que han salido de un lugar recóndito.
¿Está perdiendo la vida? ¿Esto es su pesadilla? Lo último que recuerda es su corazón roto.
Altagracia deja salir un grito agudo por todo el cuarto.
El silencio de su ahogo llega y con eso, un llanto.
—¡Ha nacido! ¡El heredero de la señorita Reyes! —expresa la partera—, ¡Es un varón!
Altagracia apenas puede recomponerse. ¿Un hijo? ¿Cómo que un hijo?
—Esto es imposible. Ese niño no puede ser mío…yo jamás tuve…
—¿Una barriga, señorita? Ese tipo de embarazos ocurre, muy poco, pero ocurren. Tiene la dicha de traer al mundo a un varón sano pese a lo que ocurrió. El golpe del choque no fue grave. Mírelo. Es su bebé, doña Altagracia. Es suyo —la partera se encamina hacia una Altagracia enloquecida en la conmoción—, aquí está a su hijo.
—¿Mi hijo? —Altagracia divisa finalmente un cuerpo todavía bañado en sangre en su pecho, morado, llorando con fuerza. Esto es irreal. Esto no puede ser real.
¿Estaba embarazada?
—Haber pasado por un estrés tan fuerte y el choque llevó a que el embarazo se adelantara. Eso ocurre cuando las madres se exponen a un trauma que puede costar la vida del bebé —la partera tiene unos ojos llenos de melancolía.
Altagracia está bañada en sudor, todavía destrozada por lo que le ocurrió, por todo esto. ¿Y ahora la vida la sorprende con el niño entre sus brazos? Un niño pequeño, totalmente pequeño y que se acurruca en su cuello.
Altagracia rompe a llorar.
—Llamen al señor Reyes, ¡Ahora! —exclama la partera.
—¿Cuánto tiempo pasé desmayada, Gertrudis?
—Unas cuantas horas, mi doña. Luego de…—la partera se detiene, abriendo los ojos—, lo bueno es que usted está sana.
—No. Yo no estoy sana —Altagracia hace el intento de ponerse de pie—, tome a éste niño.
—¡¿Señora?! ¡¿A dónde se le ocurre que ir?! ¡No puede levantarse! ¡Acaba de dar a luz!
Altagracia llora en silencio cuando decide mirar al bebé entre sus brazos. No…esto no puede ser real. ¿Su hijo?
Entonces…
Éste niño.
Éste niño es heredero de su prometido.
Del tipo que la abandonó en una iglesia.
Decide acercar al bebé más a sus brazos, rompiendo a llorar.
—¿Señora Altagracia?
Altagracia se da la vuelta con el niño entre sus brazos, saliendo de la habitación.
—Por amor a Cristo —exclama Gertrudis, persiguiéndola por detrás—, ¡Señora!
Altagracia se arrastra por los pasillos de la mansión de los Reyes con el niño que ya está tranquilo entre sus brazos. Lo abraza con más fuerza en la manta y camina, aún vestida de novia, hacia ningún lugar en específico. Mantiene a su hijo entre sus brazos, aún adolorida, pero continuando en sus pies débiles hasta detenerse justo frente a su abuelo.
Los ojos de su abuelo están desorbitados por lo que lleva en brazos, por su apariencia. Altagracia llevaba su cabello en un moño a la hora de casarse. En estos momentos es un desastre, pero siempre sosteniendo a su pequeño y recién nacido.
—¿Qué es esa cosa?
—¿Esa cosa? —Altagracia jadea horrorizada al oír a su abuelo—, es mi hijo.
El abuelo de Altagracia no puede creer lo que ocurre. Pero no sólo aparece él, sino Azucena, gritando de horror cuando la observa y también su abuela. Altagracia aprieta la pequeña vida entre sus brazos, temblando.
—¿Cómo que tu hijo? Jamás estuviste embarazada —exclama el abuelo de Altagracia, señalándola—, ¡Y ese niño no será bienvenido aquí!
Altagracia palidece.
—¡Mucho menos tú!
—¿De qué estás hablando, abuelo? —Altagracia balbucea—, ¿Por qué me hablas así? ¿Por qué le hablas así a tu nieto?
—¡Gerardo Montesinos nos ha dejado en la calle por tu culpa!
La sentencia de su abuelo deja a Altagracia conmovida en el terror.
—¿Qué estás diciendo…?
—¡Todo lo nuestro ahora le pertenece! Eres la heredera de todo los Reyes. ¡Pero todo se lo diste a Gerardo Montesinos! ¡Lo hiciste dueño de todo y nos has dejado en la calle! ¡Ahora como unos perros nos hecha de nuestras tierras! —el abuelo de Altagracia le grita, lleno de rabia—, ¡Todo por tu estúpido romance con ese hombre!
—Yo no he hecho eso, abuelo. ¡Lo juro! —Altagracia exclama—, ¡él no puede hacernos esto! ¡No puede sacarnos a la calle! Ésta casa es nuestra, todo es nuestro. ¿De qué estás hablando?
—¡Quiero que te vayas! —y su abuelo le grita con fuerza—, dejaste de ser la heredera de todo. Ahora Gerardo Montesinos te quitó todo, te dejó sin nada. ¿No lo ves? No lo viste por caprichosa y tonta enamorada. El tipo se aprovechó de ti para que le firmaras todo. Te dejó sin nada.
—No —Altagracia arropa al bebé entre sus brazos—, no, él no pudo hacerme esto. Es imposible. Yo soy la heredera de todo, ¡Soy yo!
—¡Pues ya no! —su abuelo vuelve a gritarle—, al menos nosotros tenemos éste techo en donde vivir. Pero tú —la señala—, tú has arruinado el legado de nuestra familia. ¿Cómo se te ocurre darle todo a ese hombre? ¡Todo! ¡Te dejó en la calle!
Altagracia rompe a llorar.
—No. Él no puedo hacerme esto —Altagracia cae de rodillas, abrazando el cuerpo del bebé que al sentir su desgracia y dolor también rompe a llorar—, no, no puede ser posible.
—Y ahora yo soy quien no te quiere ver aquí. Agarra tus cosas porque ya no eres heredera de nada, tampoco mi primogénita.
Con sus ojos llenos de lágrimas Altagracia observa a su abuelo.
—¡Largo de ésta casa por traidora! —exclama el señor Reyes.
Altagracia acaba de ser desamparada por todos los que ama.
—Aquí están los papeles, señor Montesinos. Los papeles de la hacienda “Los Reyes.” —en la corporación “Campo Del Valle”, un hombre en sus cincuentas le entrega las tan esperadas escrituras a su jefe.El magnate más poderoso de la región de Yucatán y uno de los hombres más millonarios de todo México está sentado en su puesto en la oficina de reuniones. Recibe el papel, mirando con desdén el nombre “Los Reyes.” Lo lanza al escritorio. Su mirada cambia a una calculadora, mirando hacia la ventana. Ojos gravemente fríos se quedan en el cielo de la ciudad de México, y mueve la mano.El hombre que está acostumbrado a tener el mundo a sus pies. Nunca objetado. Siempre teniendo razón sobre todas las cosas.—¿Todo está listo?—Todo, señor Montesinos. La firma es la elegible de la señorita Reyes. El documento especifica que le da a usted todos sus bienes y toda su herencia. No es falsificada como los abogados creyeron, no. Es la firma real de su…—el hombre se calla, relamiéndose los labios.—No
—Es increíble que hayas deshonrado así a nuestra familia. ¡Le diste todo a ese hombre! ¡Todo, Altagracia! ¡Gerardo Montesinos se apoderó y es dueño de todo lo nuestro por tu culpa!Altagracia abraza a su hijo con fuerza, oyendo las horribles palabras que suelta su abuelo contra ella. Ya ni puede recordar la última vez que escuchó algo tan horrible como esto. No puede imaginar lo que sucederá de ahora en adelante porque lo que sale de la boca de su abuelo le quita lo que queda de fuerzas.—¡No quiero verte más, Altagracia! No mereces llevar el apellido Reyes. ¡¿Cómo se te ocurre hacer algo así?! ¡¿Cómo?!—Basta, abuelo —Azucena se arrodilla para abrazar a su hermana—, ¿No estás viendo que tiene a un pequeño en sus brazos?—¡Eso es imposible! ¡Ésta niña jamás tuvo una barriga como para decir que estaba embarazada! —exclama el abuelo de Altagracia señalando con el dedo—, ¡Otra de sus mentiras!—Es verdad. Altagracia acaba de dar a luz a un niño. Estos embarazos son crípticos, la madre no
Lo primero que observa Altagracia cuando abre los ojos es una fuerte luz. No pasa ni un solo segundo para que lo único que corra hacia su mente sea el recuerdo de su hijo.—¡Mi bebé! —grita Altagracia levantándose de golpe. Es la misma habitación de la mansión, pero ahora tiene intravenosas y la debilidad que antes sentía ya se ha alejado. Pero su mente tiene otra cosa en la que importarse—, ¡Mi bebé!Altagracia se quita las intravenosas desesperadamente para ponerse de pie y salir de la habitación. Cualquier horror pasa por su mente y piensa lo peor mientras camina rápidamente gritando donde está su bebé.—¡Por Dios! —Altagracia jadea descomedida cuando un pequeño niño está en una cuna, y frente a él está Gertrudis. Sale corriendo hacia el niño para llevárselo a los brazos—, Gracias a Dios, gracias a Dios.—Patrona —Gertrudis agacha la cabeza cuando se da cuenta de Altagracia.Altagracia besa a su bebé, meciéndolo. Lo siente para que esto no sea una pesadilla.—¿Cómo está mi bebé?—E
—Tú —Altagracia pronuncia convencida de ninguna de las cosas anteriores resultó peor que esto. Verlo aquí, como si nada. Frente a frente. Su corazón golpea con fuerza cada vez que sus ojos siguen reflejados en los de Gerardo—, ¿Cómo te atreves? —se le van las fuerzas a Altagracia cuando pronuncia—, ¿Cómo te atreves a venir aquí?Gerardo es un hombre intimidante por cualquier lado que se vea. Sus músculos ejercitados que se adhieren a su ropa. Sumado al sombrero negro de fieltro le da ese aspecto de hacendado intimidante por el que se ha caracterizado todos estos años. Lo peor es que es atractivo, varonil y con ese toque seductor que ha atraído a cualquier mujer que se le cruce.Altagracia no quiere ni verlo. Todo el peso del odio cae en él.—Largo de mi propiedad. Lárgate —Altagracia da un paso hacia él.Gerardo no se inmuta cuando observa a la hermosa Altagracia Reyes. La preciosa mujer que vuelve a cualquier hombre un tonto. 1 año estuvieron juntos. Estuvo con ella tantas veces que
—¡¿Qué se supone qué haré ahora?! —Altagracia grita desesperada, caminando de un lado a otro—, ¡No pueden quitarme mis empresas! Yo dirijo Compañía Reyes y nadie más. Yo soy la heredera de todo el patrimonio, es mío por ley. ¡¿Cómo me hace esto a mí, licenciado?!—Este papel, señora Altagracia. En éste papel se demuestra que usted está en bancarrota.Altagracia da un paso hacia atrás. Hace horas regresó sin una pizca de calma a la mansión, lejos del infierno. No esperó encontrarse con Gerardo, y tenerlo frente de él le demuestra que sólo fue una tonta. Y que su pesadilla es real.Gerardo le ha quitado todo.—Eso es imposible, licenciado —Altagracia agarra entre sus manos las carpetas. Las zarandea frente al rostro del anciano de aspecto desgarbado, lentes en el puente de su nariz y expresión resentida—, dígame que esto es mentira, dígame que esto es mentira, se lo suplico. Yo no —Altagracia se le cae los papeles al suelo. Sus balbuceos suenan como una pequeña niña desamparada—, yo no
Temprana la noche, la lluvia vuelve a caer en la hacienda de Ignacio Gonzales, llenado los caminos que alejan su hacienda con la ciudad. Está pensativo en su escritorio, mientras bebé un poco de whiskey y divisa la ventana con tal de no perder de vista el camino principal donde espera pacientemente.Su atractivo no le quita a Ignacio su tendencia de ser un hombre despiadado. Todos sus empleados le temen, y que volvió de la mansión de Altagracia ha estado más malhumorado qué nunca, lo que significa una intranquilidad eterna que no se acabara ni no recibe alguna respuesta. Ignacio bebe junto a una mirada escrupulosa, recelosa.Cuando la tormenta llega con un trueno despiadado tocan a su puerta. Habla en tono grave. Por el reflejo de la ventana puede notar a su capataz quitándose el sombrero y tomando una postura sumisa.—¿Qué?—Listo, patrón —contesta su capataz—, tal cual como ordenó…el engendro de los Reyes y los Montesinos está muy lejos de su madre…Ignacio se queda en silencio. No
Una galería de intensas emociones cubre todo el cuerpo de Altagracia frente a éstas palabras. Sus huesos se enfrían dentro del auto, donde todavía continúa. El carro está varado en éste sitio, y cuando se da cuenta Altagracia que está encerrada junto a él, el camino lejos de la hacienda de Ignacio los alcanza porque Gerardo acelera.—Bájame.—Respóndeme.—¡Bájame, Gerardo! —Altagracia pide bajo un manto desesperado—, no sé de qué estás hablando.Gerardo vuelve a frenar. Estar a su lado en estas condiciones sólo empeoran las cosas. No existe calma. Ella es fuego. Gerardo es infierno. No existirán si el otro está en tierra y vivo. Este Gerardo, este ser salvaje, en cuyas venas solo corre odio, parece sumido en una calma inquietante y no responde a sus insultos.—Nuestro hijo.Los labios de Altagracia se tornan blancos y secan. Ha sido él quien pronuncia. Ha sido él quien ha dicho “Nuestro” y ahora Altagracia no sabe qué gritarle. La pronunciación es hecha de forma qué no se cree. A la e
Altagracia no deja que Gilberto conteste ante su sorprendente veredicto porque segundos después manda a llamar a todos los empleados de la mansión a la parte trasera. Oculta su dolor. Porque perder el enfoque sería perderlo todo.Una vez acomodada frente a todas las personas que la han estado ayudando estos pocos días, y a quienes debe una respuesta, Altagracia utiliza apenas las fuerzas qué tiene.—Sé que cada uno de ustedes merece una razón por la que no le ha llegado su paga y por qué mi familia no ha hablado de esto. Hoy les doy la cara para confirmarle todos los rumores que rondan en la ciudad —Altagracia se detiene. Se le forma el nudo en la garganta una vez más—, su salario salía de mi propio bolsillo porque ésta mansión es de mi madre, y soy yo su única heredera con mis hermanas. No tengo cómo pagarles ahora —se le puede oír el tartamudeo a Altagracia. Los empleados comienzan a mirarse entre sí—, no es justificación para atrasarles el sueldo, y lo sé. Por esa razón les estoy p