—¿Qué? —Altagracia no sabe si sentir enojo, incredulidad, pesadez cuando vuelve a ver a su hermana Aracely—. Será mejor que te expliques ahora mismo, Aracely. No te atrevas a mentir-—¿Mentir? ¿Me hablas a mí de mentiras? —Aracely la zanja de muy mal humor. Su labio inferior está doblado por la cólera.—¡Lo qué yo hice no tiene nada qué ver esto! —Altagracia carga a Matías, ignorando el desprecio con el que Aracely se dirige hacia ella—. ¿Todo éste tiempo mentiste con la paternidad de Sergio?—No es algo que te incumba —sisea Aracely dando un paso hacia ella. Sus ojos se fijan en Gerardo y en el niño en sus brazos—, quiero ver a mi hijo, y quiero verlo ahora.—Lárgate, Aracely —Gerardo arroja.—¡Soy su madre y tengo derecho!—¿¡Ahora tienes derecho?! —Gerardo con brusquedad reclama—. ¿Ahora sí crees que tienes derecho en regresar a ser un estorbo en la vida de mi hijo? Porque eso fue a lo que viniste. A ser un estorbo. Sergio no te necesita.Aracely enrojece de la rabia.—¡Si no vas a
—¿Cuánto nos tardaremos para saber del veredicto final de Ignacio? —Altagracia ya ha dejado el cuarto donde su bebé se ha quedado dormido luego de una deliciosa cena antes de caer rendido en las nubes del sueño.Sergio también se quedó dormido luego de la cena, y en conjunto le respondieron las preguntas de la extraña mujer que había venido. Gerardo se encargó de eso. Pero conoce que el pequeño, siendo inteligente, querrá tener una respuesta concreta cuando sea adulto. Gerardo no podrá negárselo, y es algo que debe hablar con él. Ambos pequeños duermen en el mismo cuarto. Victoria avisará si alguno de los dos se despierta.Le pregunta a Gerardo, quien la espera afuera del cuarto. Le rodea la cintura, apegándola a él con un beso en el cuello. Altagracia deslumbra un sonrojo oculto pero carraspea, buscando su mirada. Sus senos rozan con el pecho de Gerardo.—No pienses en eso. Yo me encargo de todo —Gerardo no soporta la idea de que en la mente de Altagracia ronde el recuerdo de aquel p
—Es qué no lo puedo creer —murmura Aracely, en lo que era la antigua casa de su madre Mariana, donde casi pálido y desmayado la recibió Gilberto, quien todavía la observa como si se tratase de un fantasma. Aracely toca las cortinas con curiosidad, tratando de calmar la furia que sigue dentro de ella. Se gira hacia Gilberto—, deja la cara de idiota, Gilberto. Y mejor dime quién vive aquí.—Señorita —Gilberto se traga las palabras para no mostrarse conmovido por su presencia. Justo cuando estaba saliendo de la casa Aracely Reyes se mostró frente a él—. ¿Está buscando a sus hermanas?—No. Estoy preguntándote quién vive aquí —Aracely entrecierra los ojos con escrutinio, no disfrutando de la presencia de Gilberto.—Ésta casa le pertenece a su hermana Altagracia Reyes, señorita —responde Gilberto.Aracely no tarda en rodar los ojos, volviendo a caminar hacia el centro de la casa, donde la sala principal la recibe. Deja la cartera en el sofá, comenzando a tomarse de las manos para admirar el
—¡Sí! —Altagracia se lleva las manos a los labios. Los nervios le crean el tartamudeo, y para el colmo, las lágrimas que había jurado ya no dejarlas salir están ahí. La razón para ellas es algo nuevo: son de felicidad—. Acepto ser tu esposa, Gerardo.Gerardo también sonríe, sin apartar su mirada devota en amor de Altagracia. El viento mueve las copas de los árboles, y con eso arrastra las hermosas hojas de un flamboyán para acompañarlos, como si supiera de éste regalo que supera con creces cualquier otro que Altagracia pudo haber imaginado. Su corazón, al latir con fuerza, explota de amor, al igual que lo hace el propio corazón de Gerardo.—¡Acepto! ¡Sí! —Altagracia se echa a reír, adornada ya su cabello por los pétalos rojos. Se abalanza hacia Gerardo, tumbándolo al suelo.Gerardo ríe junto a ella, hundiéndose en el olor de su cabello y de su piel, cerrando los ojos mientras la abraza por la cintura y se deleita por las risas de Altagracia en sus oídos, acompañados por las hojas del
Soledad está del otro lado del vidrio, y aunque no le permiten sentarse porque sólo sería en las visitas y Soledad no tiene permitido aún sus visitas, es capaz de verla finalmente, con una actitud desafiante cuando se da cuenta que está aquí.Altagracia no tiene mucho tiempo.Su prima pudo haberla destruido, quizás lo hizo al ser cómplice de Ignacio, y del mismo Joaquín, incluso, del propio Juan Carlo, pero lo que siente por ella…no es odio.No hay ni una pizca de algún sentimiento contra Soledad. Pero como madre, y los días perdido con su bebé es algo que nunca regresará. Cualquier cómplice de lo que sucedió merece lo peor.—Sólo espero que algún día encuentres paz en tu corazón —Altagracia no le quita los ojos de encima. Soledad permanece en silencio, no afectada por sus palabras—, tu peor pesadilla es esta —Altagracia asiente—, mi bebé conmigo, mi bebé en mis brazos. Mi hijo salvado por la gente que es buena, porque sí, Soledad, existe gente bondadosa, con principios. Caíste tan ba
Altagracia se toma la pastilla para el dolor de cabeza que se intensificó con las palabras de su abuela. Acaba de peinar a Sergio y terminó de guardar sus juguetes antes de sentarse, desganada por lo de Aracely.No le han dolido las otras traiciones porque esas personas son nada para ella. Pero esto es el quiebre total de su corazón.Mirando a Sergio, esa herida se quiebra por completo. Una última lágrima cae por su mejilla. Y tan sólo se pregunta…—¿Por qué, Aracely? ¿Por qué tuviste que hacer esto? —se murmura Altagracia—, te lo hubiese perdonado todo, hermana. Todo…—Tía —Sergio la llama, buscando sentarse en sus piernas—. ¿Estás bien?—Estoy bien, mi amor —Altagracia disimula al esnifar rápidamente, sonriéndole—. Tengo algo en el ojo, pero ya estoy mejor. ¿Quieres ir con los caballos?—¡Si quiero! —responde Sergio, ya sonriente—. Tía —Sergio la sorprende con su llamado—. ¿Puedo hacerte una pregunta?Altagracia le ata las cuerdas de sus botas conforme asiente para hacerle al niño co
Temprano en la mañana, luego de besar a Altagracia en la frente para no despertarla, Gerardo salió a la oficina de Campos Del Valle, y se acercó a Santa María para examinar su hacienda con respecto a sus días ausentes.Caminando cerca de los graneros con algunos trabajadores que lo están poniendo al tanto de la producción de Santa María Gerardo escucha atentamente. Ha pasado toda la mañana de esa manera, algo ocupado, y no ha tenido tiempo de llamar a Altagracia. A la distancia minutos después puede ver a Fernando bajándose de la camioneta. Le pide unos segundos a los trabajadores, en especial a su capataz, a quien le palmea el hombro antes de hacerle una seña a Fernando para que se acerque.—¿No has dormido bien? —pregunta Fernando, poniéndose ya a su lado. Empiezan a caminar por la enorme tierra que separa el granero con la casa principal.Gerardo inclina el rostro en gesto desinteresado.—Dormiré bien cuando me digan la sentencia del desgraciado —admite Gerardo, poniéndose las manos
Altagracia toma asiento junto a Gerardo, aún en la sala donde acaban de ver a Rafael marcharse de Los Reyes. Ambos observan al pequeño Matías descuidarse del alrededor para interesarse en sus juguetes, todavía en los brazos de su padre. Si fuera por ella, ya estuviera soltándole la noticia, pero sabe que esto merece ser especial para él. Para ambos.—Gerardo, amor —Altagracia acaricia su mejilla con suavidad—, me gustaría decirte algo.Gerardo sienta a Matías en sus piernas luego de darle un beso en la mejilla.—¿Qué sucede?—Es sobre…nuestra boda —Altagracia le muestra esa gran sonrisa qué solo es capaz de hacerlo olvidar de todo lo demás. Le sonríe antes de continuar—, quiero que nuestra boda sea aquí.La manera en la que le confiesa las palabras hace de un Gerardo un ilusionado por su amor. Los ojos de Altagracia brillan con un toque especial, y esto le devuelven la vida para siempre.—Haremos esto dónde y cómo tu prefieras —Gerardo busca sus labios en un imperioso toque suave—, do