8. En el punto más bajo de su vida

Una galería de intensas emociones cubre todo el cuerpo de Altagracia frente a éstas palabras. Sus huesos se enfrían dentro del auto, donde todavía continúa. El carro está varado en éste sitio, y cuando se da cuenta Altagracia que está encerrada junto a él, el camino lejos de la hacienda de Ignacio los alcanza porque Gerardo acelera.

—Bájame.

—Respóndeme.

—¡Bájame, Gerardo! —Altagracia pide bajo un manto desesperado—, no sé de qué estás hablando.

Gerardo vuelve a frenar. Estar a su lado en estas condiciones sólo empeoran las cosas. No existe calma. Ella es fuego. Gerardo es infierno. No existirán si el otro está en tierra y vivo. Este Gerardo, este ser salvaje, en cuyas venas solo corre odio, parece sumido en una calma inquietante y no responde a sus insultos.

—Nuestro hijo.

Los labios de Altagracia se tornan blancos y secan. Ha sido él quien pronuncia. Ha sido él quien ha dicho “Nuestro” y ahora Altagracia no sabe qué gritarle. La pronunciación es hecha de forma qué no se cree. A la e
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