16. Inquietud

Gerardo se mantiene quieto, divisando al bebé unos segundos más. Cuando se vuelve a poner de pie, sus ojos siguen en el niño, justo cuando las dos monjas regresan despavoridas y cansadas de la larga corrida.

Sin embargo, Gerardo no aparta la mirada del bebé.

Una extraña sensación lo abarca de pies a cabeza.

—¡Señor! ¡Dios! ¡Perdónenos, señor! —una de ellas lo alcanza, tragando saliva para calmarse—, el pobre bebé…¡Imelda, lo dejaste solo!

—¡Es que tú me llamaste! —la segunda monja responde, excusándose.

Gerardo desvía la mirada del niño hacia las dos mujeres.

—¿De quién es éste niño? —pregunta.

—Oh, pues —comienza la llama Imelda, con las manos entrelazadas—, es un pequeño huérfano, señor. Acaba de llegar al orfanatorio de éste pequeño pueblo. Nosotras quisimos que tomara un poco de aire, como los demás niños. Es el niño más pequeño que tenemos.

Gerardo escucha atentamente. El quejido del bebé interrumpe sus vagos pensamientos y lo mira pasado los segundos. Huérfano tan pequeño. Demas
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