22. Saliendo de la miseria

La expresión petrificada es lo único que se ve en ésta oficina. Fernando jamás había visto una expresión como tal en el rostro de Gerardo.

Los gestos endurecidos cambian a la estupefacción en una décima de segundo, el ambiente comienza a tensarse, y Gerardo pierde incluso las fuerzas del cuerpo. Su rostro toma un color blanco. Cuando palidece, se ha quedado sin palabras. Ningún sonido sale de sus labios porque el mundo de Gerardo se tambalea. Todo se tambalea.

—¿Qué dijiste? —el timbre de su voz tiembla también. No regresa nunca más a lo que era antes. Para Gerardo, esto debe considerarse renacer de nuevo. Afloja los pasos hacia Fernando y lo agarra de los brazos—, ¡¿Qué acabas de decir?!

—Puede que me haya equivocado —Fernando responde, aún azotado por la impresión—, pero lo qué vi fue demasiada coincidencia.

—¡¿Dónde viste a esa mujer?!

—En la mansión. La que deseas comprar. Ha entrado con otro hombre, como si la casa les perteneciera. No sé de donde ha salido esa mujer, y de seguro
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