—No está a la venta. Yo fui quien cuidó éste lugar cuando Altagracia se olvidó de ella. Así que ni usted no tiene razones ni motivos para quedarse aquí, ni siquiera para comprar Villalmar, y se acabó —Juan Carlo ha adoptado una actitud muy diferente a la que vio aquel día que lo encontró. Así que ésta es su verdadera cara. Está arraigado en no escuchar ni siquiera al licenciado Torres—, pueden tomar sus cosas y marcharse.—Sí. Puede qué Mariana, la madre de mis nietas, te haya adoptado como un hijo, pero ha pasado mucho tiempo de nuestro duelo y Azucena no quería saber nada de herencias, y respetamos su decisión —la señora Aleida da un paso hacia al frente—, el licenciado Torres puede explicar en sus palabras de abogado lo qué se hace en tal caso.—No hay necesidad, y lo he dejado muy en claro ya —Juan Carlo insiste, mirando a Altagracia con ojos de rabia—, ¿Qué parte no entienden qué Villalmar no está a la venta? Todos afuera de mi casa.—Qué bueno que menciones que ésta casa es tuya
La calculadora mirada de Gerardo no se aparta de Altagracia. En medio de éste caos en el que ella misma ha creado, y él ha sido el culpable de esto, Altagracia sólo piensa en lo primero que se le viene a la cabeza para no ponerse la soga al cuello.—Conocí a Altagracia —exclama repentinamente—. No quería más el anillo porque alguien la dejó plantada en el altar y quería que lo botara o lo vendiera. Fin. Largo de mi oficina —Altagracia se da la vuelta para rodear el escritorio—, vete de mi oficina, Gerardo, sino hablarás del préstamo, no tenemos nada más qué hablar aquí.El silencio sepulcral da a Altagracia un enorme escalofrío.—¿Así que eres tú quien la dejó plantada? —Altagracia decide mirarlo. Gerardo está en la misma posición, apenas se mueve. Altagracia sonríe—, ¿Y le dices “mi mujer”? ¿No te han dicho lo descarado que eres?—Conociste a Altagracia…—murmura Gerardo finalmente. Sus miradas colisionan tras las palabras compartidas—, ¿Su amiga?—Sí, su amiga.—Jamás hablo de una Xim
—¿Papi? Es la voz de Sergio quien llama a Gerardo. El pequeño trae su juguete en la mano, arrastrándolo por el suelo. Acaba de abrir la puerta de su oficina aquí en su hacienda Santa María. Sergio tiene un puchero en su rostro, y termina por entrar a la oficina abrazando su juguete cuando finalmente su papá se da cuenta que está aquí. —Sergio —pronuncia Gerardo quitándose los lentes—, ¿Qué sucede? ¿Por qué no estás estudiando? Gerardo se levanta para tomarlo en brazos. El niño es bastante alegre, extrovertido, más que los demás niños a su alrededor. Pero no es tan difícil notar qué lleva un rostro compungido y qué resalta en tristeza. —Sergio, ¿Qué pasa? —Dijiste qué tendría un hermanito —Sergio murmura. Como no se esperaba tal respuesta, todo el cuerpo de Gerardo se tensa. Hasta se paraliza con la idea de su hijo mencionando esto y aún más cuando sabe qué no tiene respuestas concretas. El rostro de Gerardo busca mantenerse calmado. —Sergio, pequeño —Gerardo toma asiento
—Por aquí, señora Serrano. El señor Rafael tendrá muchas citas por el día de hoy y usted es a la primera que recibirá —la recepcionista se llama Laura, y no ha dejado de hablar en todo el trayecto a la oficina de Rafael Montesinos, lo cual agradece porque la sonrisa de Altagracia no deja su rostro—, ¿Puede esperar aquí unos momentos mientras le aviso?—Claro, Laura. Y oye, ¿Tienes mucho tiempo trabajando aquí? —le pregunta Altagracia, mirando el juguete todavía en sus manos.—Cerca de los 7 meses, señorita Ximena —responde Laura con tímidas—, aunque no vivo en la capital, me mudé desde Mérida hasta aquí porque no encontraba trabajo —Laura, al ser más baja que Altagracia y delgada, asemeja menos edad de la que cree.—¿En serio? ¿Y vives sola aquí en la capital? —recibe un asentimiento por parte de Laura—, ¿y tú familia?—Mi madre y mi hermana viven en Mérida. Soy su único sustento —Laura se detiene, como si se percatara de decir algo qué no debe—, oh, señorita Ximena, perdóneme. Yo aqu
Altagracia deja la oficina de Rafael Montesinos con una opresión en el pecho. Dentro del taxi, imagina ya las posibilidades de ver a Gerardo en la ruina y eso da motivos para continuar.Se despidió de Laura dejándole su número, y Laura, sonrojada por la propuesta, sólo agradeció demasiado que la tuviera en cuenta.La capital se ve igual de siempre. Aquí se crío en la mansión donde su abuelo la echó con su bebé para siempre. Compañía Reyes tiene sus oficinas en el centro, y pensar que una vez era la dueña y señora de esa empresa es un golpe duro.Gerardo ahora es el dueño, se la quitó de las manos cuando trabajó por ella arduamente.Lo qué ignora hasta ahora es si despidió a toda su familia. Es el dueño, entonces, sería lo más probable. La curiosidad no la deja en paz. Y luego de un gran suspiro le pide al taxi acercarse a las oficinas.El enorme edificio de Compañías Reyes, con sus ventanales perfectamente alineados en los casi 30 pisos qué tiene. Altagracia se queda un momento miránd
—¿Qué me está diciendo, señora Altagracia? —Gilberto es quien la recibió luego de un rápido vuelo de vuelta a Mérida. Ambos han llegado a la mansión luego de unas horas en el auto. —Creí que Gerardo le había quitado todo a mi familia. Que los había dejado en la calle a todos. Pero no —Altagracia se quita la peluca negra y empieza a desmaquillarse. Pensativa, entrecierra los ojos—, mi familia sigue en Compañías Reyes. Mi abuelo y mi padre siguen ahí como si nada. Gilberto se queda en silencio. —¿No te parece eso extraño, Gilberto? —Quizás los señores Reyes siguen ejerciendo sus funciones en la empresa, pero Compañías Reyes le pertenece sólo al señor Montesinos —responde Gilberto. —Pero, ¿Me estás diciendo que luego de que Compañía Reyes haya pasado a Gerardo, no movió ni un dedo para quitarle a mi familia también sus puestos? Eso no tiene ningún sentido. Él llegó a mi vida para destrozar todo lo que tuviera que ver conmigo, empezando por mi familia. —Me temo qué no sé la res
En los establos, Ignacio Gonzáles lanza el celular hacia el suelo justo cuando Soledad le cuelga. —Zorra de cuarta —es lo primero que suelta rechinando los dientes. La pobre cree que puede pedirle dinero como si se tratase de su mujer. A la única qué podía darle todo el dinero del mundo era Altagracia Reyes, la mujer de su vida. Y ésta zángana, como la llama, cree que acostándose con él tiene más poder que Altagracia por estar muerta. Sólo la utiliza para satisfacer lo qué nunca pudo hacer con Altagracia, y cuando termine de hundir a Gerardo, Soledad pasará a ser historia. No es la primera ni será la última en estar en su cama. Soledad es la única Reyes actualmente qué puede ayudarlo a conseguir La Hacienda Los Reyes, y le está haciendo creer que la tendrá para desaparecerla cuando ya no la necesite más. —Ésta zorra cree qué puede hablarme así sin sufrir consecuencias —Ignacio camina por el largo pasillo del establo mientras saca otro teléfono de su chaqueta—, sólo a mí se me ocurr
Altagracia se arregla el cabello falso luego de bajarse del caballo. Le entrega las riendas del caballo a uno de los empleados con un "gracias" de por medio. —Hija —Altagracia se gira ante la voz de la señora Aleida. Se sorprende de que la llame así justo ahora—, gracias a Dios. —Abuela, no puedes decirme así en público —Altagracia recibe el abrazo con los ojos cerrados. Un abrazo de su abuela arregla todo su descontrol. Al soltarse, sonríe—, ¿Cómo está Azucena? ¿Está adentro? La señora Aleida suelta un suspiro desganado. —¿Qué? ¿Qué pasa? —coloca la mano en la mejilla de su abuela. —No adivinarás quién acaba de llegar hace unos momentos —Aleida murmura—, por favor, una vez la veas no armes un escándalo. Sé lo mucho que tú y tu prima se odian, y siempre les he dicho que deben quererse, son primas hermanas. Pero, ahora en tu situación no puedes tentar a tu suerte, ¿Cierto, mi niña? Altagracia abre los ojos, pero por la rabia. Se lleva la mano hacia la frente. —Te ruego por favor