32. Secretos, y un amor escondido
—¿Papi?

Es la voz de Sergio quien llama a Gerardo. El pequeño trae su juguete en la mano, arrastrándolo por el suelo. Acaba de abrir la puerta de su oficina aquí en su hacienda Santa María.

Sergio tiene un puchero en su rostro, y termina por entrar a la oficina abrazando su juguete cuando finalmente su papá se da cuenta que está aquí.

—Sergio —pronuncia Gerardo quitándose los lentes—, ¿Qué sucede? ¿Por qué no estás estudiando?

Gerardo se levanta para tomarlo en brazos. El niño es bastante alegre, extrovertido, más que los demás niños a su alrededor. Pero no es tan difícil notar qué lleva un rostro compungido y qué resalta en tristeza.

—Sergio, ¿Qué pasa?

—Dijiste qué tendría un hermanito —Sergio murmura.

Como no se esperaba tal respuesta, todo el cuerpo de Gerardo se tensa. Hasta se paraliza con la idea de su hijo mencionando esto y aún más cuando sabe qué no tiene respuestas concretas.

El rostro de Gerardo busca mantenerse calmado.

—Sergio, pequeño —Gerardo toma asiento
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