23. Llevándolo a la locura

Un fantasma. Sigue siendo un espejismo. O esto es un sueño para Gerardo.

—No juegues conmigo —es lo primero que dice Gerardo luego de una larga pausa donde, como si estuviese viviendo en el limbo, caminando por el fuego convertido en vidrio, su expresión deja de buscar alguna conmoción—, deja de mentir.

—Sus besos son exquisitos, señor. Pero, ¿Nos conocemos de alguna parte? —ella continúa. Y cada palabra es otro cuchillo en el corazón irrefutablemente herido de Gerardo. ¿De que se trata esto? La mujer sonríe, acariciándose los labios.

Ha estado soñando por meses con esa sonrisa. La belleza que ha deslumbrado a docenas de hombres, aquí, frente a él, tal como si hubiese oído sus súplicas en las noches para que volviera a él. Gerardo necesita tocarla, y lo hace, toca sus brazos para acercarla a él.

—¡¿De qué estás hablando?! Altagracia, tú…

—¿Altagracia? —la mujer pregunta incrédulamente—, ya lo comprendo —y descansa la mano en el pecho de Gerardo con ese toque seductor que empieza a enl
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