—Dios me dé fuerzas —Gilberto apenas entiende lo que sucede frente a él—, acabo de estar en su funeral, señora…—Gilberto —escondida en la mansión desde hace dos días con la ayuda del doctor, Altagracia camina descalza, aun vendada por las quemaduras en todo su brazo y con una manta en sus hombros. Intenta sonreírle vagamente a Gilberto—, soy yo. Estoy viva…—y se siente tan bien para ella tomar la mano de alguien. Altagracia suelta la primera lágrima—, vivo, Gilberto. Nunca fallecí.Estos días encerrada en la mansión de su madre han sido una tortura. Altagracia no ha podido moverse, no ha podido ver la luz. Ha cerrado todas las ventanas, ha cerrado todas las puertas, y nadie entra aquí.El doctor, luego de confirmarle todo lo que había dicho y cómo lo había dicho, le preparó la salida disfrazada hacia ésta casa. El doctor preguntó sino tenía otro sitio a dónde ir ya que sería muy peligroso estar en la misma ciudad, ¿Qué pasaba si alguien la veía?Altagracia sólo respondió que debía pe
—¡Matías! ¡No corras! —unas de las monjas exclama, agarrándose su túnica para correr mejor—, ¡Espera! De unos grandes ojos verdes, atentos al mundo, un cabello castaño claro que ahora resplandece junto al sol y unas risas juguetonas que le dan el toque a su inocencia, un pequeño niño de 1 año se escapa de su cuidadora. —¡Matías! —la monja finalmente lo alcanza, tomándolo del brazo—, ¡Dios! ¿De dónde sacas tantas energías, pequeño? Siempre superas a los demás niños grandes. —¡Volar! —la vocecita del niño exclama, estirando los brazos. No deja de sonreír.La monja se contagia por su risa y comienza a dar vueltas con él para hacerlo reír. Las risas del pequeño es una melodía que llena todo el lugar, y la monja, con un toque de nostalgia, se detiene a verlo. —Oh, pequeño, ¿Cómo fueron capaces de abandonarte en medio de la noche? —exclama la monja—, ¿Qué podría hacer una criatura tan pequeña cómo tú? —Imelda. La monja nombrada salta del susto junto al niño, quien se entretien
El tiempo es cruel. Bastante cruel y desalmado. Pero ahora su alma es una mancha negra que ya no conoce la paz. Ahora Altagracia regresa totalmente distinta a esa mujer distinta que salió herida y destruida de Mérida. Solamente busca venganza. —¿Usted está segura qué quiere comprar una hacienda, señora Serrano?—Ya le dije —Altagracia se cruza de piernas. Nadie puede dudar qué la belleza de ésta mujer atrapa hasta el hombre más noble. Incluyendo a un abogado de renombre quien es su acompañante y a quien le habla—, ¿Hay algún problema con eso?—No. No. Para nada, señora —se ríe el abogado, arreglándose la corbata—, no hay ningún problema, créame. Podemos cerrar el contrato cuando usted hable personalmente con los propietarios de esa hacienda. Estoy dispuesto a ayudarla.—Me parece que lo mejor es que usted viaje a Mérida —Altagracia se pone de pie—, lo necesito allá porque mañana viajo y no quiero esperar más. —Como usted prefiera —el abogado estrecha su mano—, le prometo q
La expresión petrificada es lo único que se ve en ésta oficina. Fernando jamás había visto una expresión como tal en el rostro de Gerardo.Los gestos endurecidos cambian a la estupefacción en una décima de segundo, el ambiente comienza a tensarse, y Gerardo pierde incluso las fuerzas del cuerpo. Su rostro toma un color blanco. Cuando palidece, se ha quedado sin palabras. Ningún sonido sale de sus labios porque el mundo de Gerardo se tambalea. Todo se tambalea.—¿Qué dijiste? —el timbre de su voz tiembla también. No regresa nunca más a lo que era antes. Para Gerardo, esto debe considerarse renacer de nuevo. Afloja los pasos hacia Fernando y lo agarra de los brazos—, ¡¿Qué acabas de decir?!—Puede que me haya equivocado —Fernando responde, aún azotado por la impresión—, pero lo qué vi fue demasiada coincidencia.—¡¿Dónde viste a esa mujer?!—En la mansión. La que deseas comprar. Ha entrado con otro hombre, como si la casa les perteneciera. No sé de donde ha salido esa mujer, y de seguro
Un fantasma. Sigue siendo un espejismo. O esto es un sueño para Gerardo.—No juegues conmigo —es lo primero que dice Gerardo luego de una larga pausa donde, como si estuviese viviendo en el limbo, caminando por el fuego convertido en vidrio, su expresión deja de buscar alguna conmoción—, deja de mentir.—Sus besos son exquisitos, señor. Pero, ¿Nos conocemos de alguna parte? —ella continúa. Y cada palabra es otro cuchillo en el corazón irrefutablemente herido de Gerardo. ¿De que se trata esto? La mujer sonríe, acariciándose los labios.Ha estado soñando por meses con esa sonrisa. La belleza que ha deslumbrado a docenas de hombres, aquí, frente a él, tal como si hubiese oído sus súplicas en las noches para que volviera a él. Gerardo necesita tocarla, y lo hace, toca sus brazos para acercarla a él.—¡¿De qué estás hablando?! Altagracia, tú…—¿Altagracia? —la mujer pregunta incrédulamente—, ya lo comprendo —y descansa la mano en el pecho de Gerardo con ese toque seductor que empieza a enl
—Patrón, necesito hablar con usted lo antes posible —Luciano toca, con tono desesperado, la puerta de la oficina de Ignacio González—, es urgente, patrón.Abre la puerta de un solo tirón. Al encontrarse en la oscuridad mostrada , Luciano se coloca el sombrero rápidamente. Cuando observa al hombre sentando en el sofá, Luciano sospecha de qué algo ocurre.—Buenas noches, patrón.—No quiero qué nadie me moleste. Lárgate de mi oficina —Ignacio lanza el veneno justo hacia Luciano. Ojos frívolos observan al hombre recién llegado. Con un dedo, lo señala—. Sobretodo tú, que una maldita tarea te ordené hacer. Luciano no entiende a lo que se refiere. —Desaparecer a ese sucio niño de la faz de ésta tierra —sus palabras son de piedra—, ese niño que lleva la sangre de Gerardo Montesinos con la mujer que nunca debió haber tocado porque debía ser mía. Ese engendro qué nunca debió haber nacido —Ignacio lo agarra por el cuello—, dijiste qué la anciana se había ido muy, muy lejos de aquí. Hoy v
CAPÍTULO 25 LA VENGANZA DE LA NOVIA DESPRECIADALa satisfacción cubre el rostro de Altagracia al momento de darse cuenta que la expresión que estaba esperando por mucho tiempo está vívidamente plasmada en Gerardo Montesinos.Al finalizar sus palabras, Altagracia, ahora como Ximena para todo el mundo, estrecha las manos de unas cuantas personas más.Si las miradas lanzasen fuego, irónicamente, estuviese muerta en verdad. Gerardo Montesinos no le quita la mirada de encima.—¡Nos ha caído del cielo! Y más ahora que trae muy buenas recomendaciones. ¿Su compañía es recién nos decía, señorita Serrano?—Es recién, sí. Pero he tenido experiencias antes en el ámbito administrativo y de finanzas, así que nunca fue difícil abrir mi compañía —Altagracia le responde al amable señor—, como todas las cosas exitosas, surge poco a poco.—Mientras se trabaje arduamente, nada quedará pequeño —el socio se echa a reír y vuelven a brindar—, dígame, señor Montesinos, ¿Había escuchado antes de la señorita Se
La noche se fue tan rápido como ella, y entrada el amanecer, Gerardo jamás estado tan fuera de sí mismo. Es tan parecida y distinta a la vez.¿Qué es esto? ¿Un espejismo? ¿Alguna pesadilla? ¿Siquiera está cuerdo? No fue a dormir anoche a la hacienda. Se quedó en Mérida, en su oficina, para pasar el malestar, la rabia y la incredulidad. Camina por la oficina de un lado al otro, con las manos en la cintura. ¿Qué está pasando? ¿Acaso nadie es capaz de ver lo que él? ¿Ha perdido la cabeza ya?—Vaya, no fuiste a dormir —Fernando interrumpe su soledad austera. Entra a la oficina y se toma el tiempo de cerrar la puerta—, supongo que…—No digas nada —Gerardo finalmente expele. Rabia, dolor, todo se mezcla—, no digas ni una sola palabra. No estoy de humor. —He de saber una cosa, Gerardo —Fernando se acerca al escritorio. Sólo coloca lo que trae en la mesa—, ¿Sigue en pie tu deseo de volver Los Reyes y Santa María una sola hacienda?—Sí —Gerardo no titubea al contestar. En su ro