13. Conociendo cada uno de sus movimientos
—¿Qué supone qué traes ahí, Bernabé? —pregunta una mujer vestida de monja. La abadesa de un orfanatorio en un pueblo lejano a la ciudad de Mérida. Le habla a un conocido diácono observando sus brazos.

Bernabé es el diácono. De estatura pequeña y con su sotana manchada por el barro de la lluvia de ayer, da un paso hacia la abadesa y deja la canasta en su escritorio.

Un llanto de un bebé se escucha.

La abadesa deja caer las palmas en la mesa para abrir los ojos.

—¡¿Qué es esto?! ¡Un bebé!

—Superiora —dice Bernabé, carraspeando—, encontré a éste bebé en medio de la calle, solo. El único lugar cercano es éste. Estaba desamparado, no podía dejarlo en la lluvia.

La abadesa se acerca rápidamente hacia la canasta. El llanto de un bebé no sólo es lo que la sorprende, sino lo tan pequeño qué es. Preocupada, lo toma entre sus brazos.

—Ésta criatura no cumple ni el mes de nacido.

Bernabé se persigna. Observa a los lados, como si esperara a alguien o más bien, como si estuviese miedo de alg
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