—¿Y qué tiene usted para ofrecer? —Altagracia tiene las manos en la cintura, con la vista en la llanura de las hermosas tierras de Villalmar. Azucena está dentro de la casa, no soporta el sol abrasador a éstas horas del mediodía.—Señora, conozco muy bien éstas tierras. ¿Conoce a Don Horacio? Fui su capataz, me críe con él desde niño. Ya luego trabajé para otros hacendados —el llamado Géronimo no se ha ido. Es más, por órdenes de Altagracia, no se movió de aquí y la siguió cuando lo mandó a llamar con uno de los peones.—¿Ah sí? ¿Cuáles hacendados? —pregunta Altagracia.Géronimo no responderá a eso. No tiene permitido decir qué trabaja para Gerardo por órdenes suyas. Recibirá un buen pago por informar en secreto todo lo que Gerardo pida. Así que elige encogerse de hombros.—Ya le dije. Don Horacio —responde.Altagracia suspira para girarlo a ver. Géronimo no puede negar lo obvio. Es la mujer más hermosa qué ha visto. No conoce los detalles sobre la situación del gran chime en la ciuda
—Esto es el colmo —enervada, Altagracia deja el banco brotando en la rabia. El nombre de Gerardo en la conversación cambió el rumbo por completo de esto. ¿Dueño…? ¿Dueño de qué? ¿Dueño de todo lo que toca ésta ciudad?¿Dueño de su propia vida? Unas lágrimas de rabia no tardan en brotar y bajar sobre sus mejillas. Esta era la única salida para todas las deudas que sufre. Camina de un lado hacia el otro, recibiendo el viento fuerte de la ciudad, que secan sus lágrimas para dejarle camino libre a otras más. Lágrimas silenciosas, rabiosas, dignas de la impotencia.Héctor se baja del auto, acercándose apresurado.—Patrona —llama él, sospechando por el deplorable estado de su jefa—, Dígame, ¿El banco aceptó?—Héctor —Altagracia menciona mirando hacia el suelo. Abollada está la mente de Altagracia, que no sabe qué pensar. Le toma el brazo—, Héctor, necesito qué hagas algo por mí.—Lo que ordene, patrona.—El único salario que recibirán será el de éste mes. El banco no aprobó el préstamo —Alt
Gerardo se mantiene quieto, divisando al bebé unos segundos más. Cuando se vuelve a poner de pie, sus ojos siguen en el niño, justo cuando las dos monjas regresan despavoridas y cansadas de la larga corrida.Sin embargo, Gerardo no aparta la mirada del bebé.Una extraña sensación lo abarca de pies a cabeza.—¡Señor! ¡Dios! ¡Perdónenos, señor! —una de ellas lo alcanza, tragando saliva para calmarse—, el pobre bebé…¡Imelda, lo dejaste solo!—¡Es que tú me llamaste! —la segunda monja responde, excusándose.Gerardo desvía la mirada del niño hacia las dos mujeres.—¿De quién es éste niño? —pregunta.—Oh, pues —comienza la llama Imelda, con las manos entrelazadas—, es un pequeño huérfano, señor. Acaba de llegar al orfanatorio de éste pequeño pueblo. Nosotras quisimos que tomara un poco de aire, como los demás niños. Es el niño más pequeño que tenemos.Gerardo escucha atentamente. El quejido del bebé interrumpe sus vagos pensamientos y lo mira pasado los segundos. Huérfano tan pequeño. Demas
De la voz de Altagracia nacen gritos de ayuda. El color amarillento que se fusiona con el color de la madera incrementa cada vez más, y para su desgracia ya no puede acercarse ni para tomar el pomo de la puerta. —¡Dios! ¡Ayúdame! —Altagracia pega la espalda en la pared, como si fuese una opción para desaparecer y traspasar las murallas.Observa hacia todos lados, buscando alternativas. La mente se desespera bajo la presión del calor que empeora. Cuando la respiración agitada desmejora por el horror, pasa saliva y desesperada, mira todos los lados. Corre hacia el otro lado del cuarto, buscando entre sus ropas alguna manta. Una fuerte ventisca abrasadora explota para aumentar su presión. Altagracia grita, cayendo al suelo para cubrirse el cuerpo.—¡¿Altagracia…?!Cuando escucha su nombre grita de vuelta.—¡Azucena! —espera la voz de su hermana una vez, pero Azucena no responde. El humo dentro de la habitación incrementa, y el olor carbonizado de la madera inunda sus fosas na
Pese a un ardor innombrable en partes de su cuerpo que no reconoce Altagracia decide abrir los ojos. Experimenta decaída, y a los momentos está desorientada, escandalizada por las luces encima de ella.Un inhalador le provee del oxígeno, y poco a poco, los recuerdos y el dolor se hacen más vividos. Divisa su brazo vendando, sus piernas. Dios. ¿En dónde está? ¿Qué ocurrió?Su mano tiembla al llevarla al inhalador, y se lo quita en un intento de decirle a la mente que la conecte cuanto antes con el mundo para poder entender esto. Y esa quemazón en su cuerpo la hace jadear. Sus ojos ya lagrimean. Altagracia empieza a sollozar.Villalmar ardiendo en llamas.—¿Señora Reyes? —se avecina una voz preocupada ante sus sollozos. Un desconocido hombre se postra frente a ella, mirándola—, cálmese. Está en buenas manos. Sus heridas…—¿Dónde estoy…? ¿Qué sucedió…? ¿Qué…? —entrecortada y sollozando la voz de Altagracia pierde fuerzas. Hace el débil intento de moverse.—Un incendió, señora Reyes. Los
—Dios me dé fuerzas —Gilberto apenas entiende lo que sucede frente a él—, acabo de estar en su funeral, señora…—Gilberto —escondida en la mansión desde hace dos días con la ayuda del doctor, Altagracia camina descalza, aun vendada por las quemaduras en todo su brazo y con una manta en sus hombros. Intenta sonreírle vagamente a Gilberto—, soy yo. Estoy viva…—y se siente tan bien para ella tomar la mano de alguien. Altagracia suelta la primera lágrima—, vivo, Gilberto. Nunca fallecí.Estos días encerrada en la mansión de su madre han sido una tortura. Altagracia no ha podido moverse, no ha podido ver la luz. Ha cerrado todas las ventanas, ha cerrado todas las puertas, y nadie entra aquí.El doctor, luego de confirmarle todo lo que había dicho y cómo lo había dicho, le preparó la salida disfrazada hacia ésta casa. El doctor preguntó sino tenía otro sitio a dónde ir ya que sería muy peligroso estar en la misma ciudad, ¿Qué pasaba si alguien la veía?Altagracia sólo respondió que debía pe
—¡Matías! ¡No corras! —unas de las monjas exclama, agarrándose su túnica para correr mejor—, ¡Espera! De unos grandes ojos verdes, atentos al mundo, un cabello castaño claro que ahora resplandece junto al sol y unas risas juguetonas que le dan el toque a su inocencia, un pequeño niño de 1 año se escapa de su cuidadora. —¡Matías! —la monja finalmente lo alcanza, tomándolo del brazo—, ¡Dios! ¿De dónde sacas tantas energías, pequeño? Siempre superas a los demás niños grandes. —¡Volar! —la vocecita del niño exclama, estirando los brazos. No deja de sonreír.La monja se contagia por su risa y comienza a dar vueltas con él para hacerlo reír. Las risas del pequeño es una melodía que llena todo el lugar, y la monja, con un toque de nostalgia, se detiene a verlo. —Oh, pequeño, ¿Cómo fueron capaces de abandonarte en medio de la noche? —exclama la monja—, ¿Qué podría hacer una criatura tan pequeña cómo tú? —Imelda. La monja nombrada salta del susto junto al niño, quien se entretien
El tiempo es cruel. Bastante cruel y desalmado. Pero ahora su alma es una mancha negra que ya no conoce la paz. Ahora Altagracia regresa totalmente distinta a esa mujer distinta que salió herida y destruida de Mérida. Solamente busca venganza. —¿Usted está segura qué quiere comprar una hacienda, señora Serrano?—Ya le dije —Altagracia se cruza de piernas. Nadie puede dudar qué la belleza de ésta mujer atrapa hasta el hombre más noble. Incluyendo a un abogado de renombre quien es su acompañante y a quien le habla—, ¿Hay algún problema con eso?—No. No. Para nada, señora —se ríe el abogado, arreglándose la corbata—, no hay ningún problema, créame. Podemos cerrar el contrato cuando usted hable personalmente con los propietarios de esa hacienda. Estoy dispuesto a ayudarla.—Me parece que lo mejor es que usted viaje a Mérida —Altagracia se pone de pie—, lo necesito allá porque mañana viajo y no quiero esperar más. —Como usted prefiera —el abogado estrecha su mano—, le prometo q