Capítulo 22

Se pierden todo tipo de esperanzas con ella.

Tres días después…

Bastian.

No sabía qué tipo de emoción o sentimiento tenía en estos momentos. Me sentía mal, vacío, sin ganas de comer o dormir. Según Alessandra, tenía depresión, pero yo me sentía demasiado enfermo para estar deprimido. 

No podía entender cómo había aceptado tanto y a la vez no recibir nada a cambio. He puesto en peligro tantas veces mi trabajo. 

¡Me he arriesgado tanto, pero no tengo nada!

Joder… no tengo absolutamente nada.

—No voy a preguntar si estás bien, porque tu aura me lo dice todo —la voz de Alessandra, me hace volver a la realidad.

—Estoy deprimido —digo, comiendo un trozo de chocolate—. Tengo bajo el azúcar y necesito reponer lo que me hace falta.

—¿Sustituyes la ausencia de una persona por dulce? —me mira intrigada—. Entonces no van a arreglar las cosas.

—No hay nada que arreglar, Ale —admito, mientras vamos caminando por el supermercado—. Ella está cerrada en decirme lo que pasa y yo estoy cansado de insistir que me diga lo que sucede. 

—A veces es necesario alejarse de lo que nos hace daño y esperar a que el río fluya —toma dos paquetes de pasta—. ¿Vendrás esta noche a cenar con nosotros?

—¿Exactamente quién viene a la cena con nosotros? —la miro con sospecha, ella sonríe con inocencia—. No me veas así, que lo que tú tienes de inocente, lo tengo yo de mal mercenario. 

—Solo amigos del pasado, tonto —sigue caminando—. Quiero darles una cena de bienvenida a mi nueva casa temporal.

—Pondré mi mejor cara de sorprendido cuando vea a tu hermano y a Fabrizio —ella se gira rápidamente a verme—. Cariño, no sabes disimular muy bien cuando se trata de ellos…

—Eres el único que descubre mis tácticas —refuta.

—Fabrizio y yo sabemos perfectamente como eres —la corrijo.

—Te odio —ve una caja, la toma y me la da—. Un regalo por ser siempre un imbécil.

¿Un pote de helado?

—Alessandra…

—Solo cómelo cuando sientas que tuviste un día muy fuerte —continuamos caminando por el largo pasillo—. Estamos viviendo en el mismo edificio, pero yo estoy en el penthouse.

—Después dicen que la mafia no acosa —me quejo.

Doy gracias por tener a Alessandra de jefa y más cuando la situación con Alena es así. Aunque debería estar dando el cien en mi trabajo, ella me comprende y por esa razón, ha llamado a Fabrizio y a Alessandro. 

O me hacen entrar en razón por las buenas… o lo más probable es que lo hagan por las malas.

[...]

¿Qué debería decir del líder de la Cosa Nostra? Fue la persona que estuvo cuando lo necesité y estuve para él cuando me necesitó. Siempre limpiaba los desastres que él y Alessandro dejaban y sinceramente me gustaba. Era una manera de recordarme que estaba vivo y que si cometía un fallo, me iría igual o peor que a ellos.

Fabrizio tiene 35 años, Capo de la Cosa Nostra y un exitoso empresario. Se inició a los 17 años en la organización. Fue en las vacaciones de verano que tuvieron en California. Su familia quería pasar un poco de tiempo con él, ya que estudiaba en Londres, pero no contaban con la astucia de que sus enemigos los perseguirían hasta allá. Esa noche tuvo que decidir entre la vida de su familia o la de esos tipos. El primer asesinato fue hacia un Capo.

Para su defensa, lo hizo sin saber quién era.

Después de eso, vino uno tras otro sin remordimientos. Solo quería sacar la frustración que llevaba en su interior por la muerte de su hermana. Aunque siempre estuvo con mujeres, una novia que él amaba, al enterarse de quién era, decidió cortar las relaciones y llamarlo asesino.

Sorpresivamente, Fabrizio y yo somos bastante iguales.

—Es bueno verte, guapo. ¿Listo para hoy? —me saluda Fabrizio, sentándose en la mesa—. Me agrada ver a mi piccola cocinar para nosotros. Sé que no le gusta, pero haría un increíble papel como muñeca de la mafia.

—Me insultas —se queja, sirviendo la lasagna.

—Ella va a prosperar fuera de la mafia, Capo —le da una mirada asesina a su hermano—. Ok, Alessandra, no prosperes y muere de hambre sin un hombre.

—Idiota —decimos los tres, al unísono.

Así es él, pero ama profundamente a Alessandra y se preocupa por ella hasta el punto de hacerla sentir asfixiada.

Si tuviera a mi hermana, sería igual.

—¿Cómo van las cosas con Camelia? —pregunto impaciente.

—Poco a poco, Zervas —responde Fabrizio—. No queremos problemas con la realeza.

—A veces los problemas simplemente llegan a ti —murmuro.

—¿Qué te pasa? —me mira serio—. ¿Necesitas aprender otra lección de vida por qué no puedes esperar un poco más?

—Fabrizio, vino a nosotros por ayuda, no para que le demos más sermones de vida —interviene Alessandro.

—Él sabe perfectamente mi modo de trabajar. Si le parece que es muy inútil de mi parte, me vale verga —suelta los cubiertos en la mesa—. ¿Qué hiciste para estar así?

—Algunas veces me arrepiento de haber matado a personas que probablemente no tenían la culpa de nada…

Se hace un silencio tormentoso por unos segundos, hasta que la silla del comedor hace un estruendo al caer al suelo. 

—¿Te estás escuchando? —miro a Alessandro—. ¡¿Qué mierdas te pasa, Zervas?!

—¡Todos ellos fueron asesinados por los pecados que cometieron! ¡Ninguno fue un santo y tú mejor que nadie lo sabe! —me gritaba Fabrizio—. ¡¿Nos estás echando la culpa de algo!?

—¡¿Maldición, no puedo estar cansado de toda esta m****a?! —también me levanto de la mesa—. ¡Lo único que hago es esperar un milagro y lo solo que me pasa es el tiempo!

Escuché una puerta, pero no me giré porque estaba teniendo una discusión con el líder y la mano derecha de la Cosa Nostra.

—¡¿Acaso quieres morir, imbécil?! —Alessandro, desabrocha los botones de su saco—. ¡No somos culpables de que la princesa de Disney quiera que seas un santo!

—¡No soy un santo!

—¡Entonces deja de esparcir las culpas y espera a que Camelia abra su boca! —me ordena Fabrizio.

—Nunca lo hará y lo mejor será morir… —murmuro, pero logran oírme y aunque eso lo dije para que fuera el destino de ella, pensaron que lo decía por mí.

Fabrizio y Alessandro de la funda sacaron sus armas, para apuntarme. Veo como la cargan y después de una sonrisa, saco la mía. 

—¡Joder, Zervas! —veo a Kyle ponerse de mi lado—. ¿Así recibimos a las personas más temidas del mundo?

—Estás bajo mi mando, Duff —dice entre dientes, Fabrizio—. ¡Aléjate de ese bastardo cobarde! 

—¡No! —dice, tajante.

El grito de una voz familiar, me hace girar y ver a Alena con lágrimas en sus ojos, siendo abrazada por Alessandra, que negaba con la cabeza.

—Nunca me des la espalda, Zervas —Fabrizio en cuestión de segundos estaba tras de mí, apuntando mi sien, con mis brazos bloqueados—. No tengo tanta paciencia como tú.

—¡No, por favor! —gritaba Alena, intentando acercarse.

—¡Vienes y lo mato! —la amenazó, haciendo que ella lo mirara con terror.

—Por favor… él no es mala persona. Es muy leal a todos menos a mí, pero por favor…

—¿Quieres saber quién es verdaderamente está persona que va a morir en mis manos? —le pregunta Fabrizio.

—Duff, ve hacia Alessandra y la princesa de Disney —él se niega—. No digas que no te lo advertí.

Fabrizio me golpea, haciéndome perder el aire. 

—¡Kyle, por favor! —suplicaba Alena—. No lo lastimen…

Kyle se aleja hacia ellas y agradecí que lo hiciera.

—¿Quieres saber quién es este hombre, Alena de Grecia? —vuelve a preguntar.

—Sí… —responde, sollozando.

—Bienvenida a los juegos psicológicos de la mafia, bonita —sonríe Alessandro.

Bastardos, me las pagarán.

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