La vida solía ser más llevadera en las Tierras de Edorel, pero el Consejo de la Ciudad ha comenzado a corromperse ante una aparente conspiración que ha penetrado en las mentes y almas de algunos de sus miembros; una conspiración que pone en riesgo no solamente a la ciudad sino al Mundo de Krasgos y sus Doce Tierras circundantes.Una joven experimenta una dolorosa vida en su propia muerte a causa de un Espíritu al cual se encuentra incapaz de sustraerse. Nefastos acontecimientos han puesto en alerta a los Guardianes de Krasgos ante inminente despertar del Padre de Todos.
Leer másXXI CrisdelNo tenía fuerzas para avanzar, pero tampoco para rendirse. Y se alegró por encontrarse justo en ese lugar. Se dio cuenta de que la vida sonreía en algunas ocasiones, pero de igual manera otorgaba sufrimiento, y no quedaba otra opción más que observar mientras se es pasajero de ésta.La voz de su madre retumbaba continuamente dentro de su cabeza. Quería salir, como aquellos ladrones que eran encerrados dentro de enormes barriles de hierro con una hoguera debajo. Eran cocinados a fuego lento mientras el metal se calentaba y la piel comenzaba a pegarse a las paredes del barril. Crisdel llegó a ser testigo de estas torturas, y aunque anhelaba el fin de su sufrimiento, nunca deseó morir de aquella manera. La vida debe ser agradable y la mu
XX ORUSLa casa estaba en tan mal estado que el agua entraba y remojaba la paja, y debajo de ésta había tanto lodo que se pegaba a los pies. Habían regresado al mismo y hediondo lugar luego de acercarse a las murallas y ver que el rastrillo estaba abajo y los guardias custodiaban esa parte de la ciudad. Claro que aquellas esperanzas y alegrías, que llegaron como un balde de agua que cubrió sus cuerpos por completo luego de lograr salir de las mazmorras, desaparecieron como esa agua metafórica que se secaría de sus cuerpos tarde o temprano.El olor ahí adentro era insoportable, nauseabundo, malsano, y más que eso era asqueroso. El cuerpo de la mamá de Mirel llevaba ya varios días en estado de descomposición, y
XIX GARSLOK¿Morir? Era una palabra triste, inquietante y quizá poco entendible, y lo que la hacía menos agradable era que estaba envuelta en una pregunta. ¿Era capaz de arrancar una vida con una simple respuesta? Se preguntó una y otra vez mientras se acercaban a donde estaba Crisdel. Ya podía verla, y a pesar de que quizá eran apenas veinte pasos los que les separaban de ella, sintió como si fueran kilómetros.En su tormenta interior había un diluvio de dudas, pero de pronto eso estaba al final de sus verdaderas preocupaciones. ¿Por qué? Simple, lo que había sorprendido a Bheldrik, Arkelia, Yerliza, Torel, Belderok y muy probablemente a todos los habitantes de Krasgos iniciaba ahí también, justo donde se encontraban ellos en ese m
XVIII ARKELIAEra Yerliza de Evantora. No tuvo que preguntar después de ver la guadaña y a la grandiosa pantera levantarse y casi derrumbar ese pedazo de choza sin ventanas.No hizo el más mínimo movimiento, podía sentir la mirada de la Almera clavada en toda su integridad. Y los ojos de Yerliza estaban fijos en alguien más, en la pequeña, quien lloraba con los brazos extendidos para impedir que Yerliza dejara caer la guadaña sobre Arkelia.Era de verdad admirable ver su valentía. No la conocía, bueno, en realidad sólo un poco después de tanto camino recorrido a su lado. Pero en la niña había nacido un cariño casi increíble por Arkelia después de haberla salvado de aquellos cerdos de la taberna.—No le hagas d
XVII
XVI
XV
XIVBHELDRIKLa bestia se abalanzó sobre él. El carromato quedó hecho trizas, y la madera salió disparada en todas direcciones. Los caballos se liberaron de sus correas y corrieron hasta perderse en la noche que el bosque ofrecía, relinchando y dejando atrás a la criatura. Un dolor agudo se irradió desde su cara al cuello. Lo había olvidado, quizá por su estado de embriaguez, pero aún estaban frescos aquellos golpes que recibió en aquella choza hedionda por aquellos idiotas.Bheldrik cayó sobre su espalda, tan adolorida como si le hubieran pegado con un marro. El Wendigo lanzó un aullido ensordecedor y se acerco hasta él. Media quizá más del doble del tamaño que Bheldrik. Una baba rojiza le chorreaba de sus labios secos y bajaba por el hocico desnudo de piel. En sus cuencas no había ojos, o al menos Bheldrik no logró verlos por estar sumido en su terror. Sólo vio cuevas oscuras con pasadizos interminables e hipnóticos dentro.Al acercarse más, el olor de
XIIIGARSLOKBuscó a tientas sobre el suelo algo con lo que pudiese defender a Crisdel, arrojarle o pegarle con lo que fuera a aquella extraña mujer para que la dejara en paz. Pero no lo encontró, se vio en la necesidad de levantarse y alejarse del sitio unos cuantos metros. Tropezó con una roca, y sonrió al levantarla, pensaba dejársela caer en la cabeza a aquella entrometida.—Ni siquiera lo pienses, cariño –había dicho ella, soltando una carcajada al final–. Aquí nos vamos a divertir mucho –dijo una vez que Crisdel comenzó a golpear el abdomen de su atacante, que con sus manos que se cerraban alrededor de la garganta comenzaba a robarle el aire.Se creó un sonido seco y agudo. Ocultaba algo debajo de la túnica.Los esfuerzos de Crisdel eran en vano, le golpeaba una y otra vez pero su enemigo no parecía sentir dolor alguno. Garslok contemplaba asustado y avergonzado, quería hacer algo, impedir aquel sufrimiento, mitigar los sonidos de dolor, pero algo