Prólogo Estaba muerta, lo sabía, pues lograba sentir una ligereza casi imperceptible en su delgado cuerpo, el cual ya se encontraba en un diligente proceso de putrefacción. Sin detenerse a pensar en su trágico destino, comenzó con su camino, y lo hizo a pesar de aún sentír que su cuello era abrazado por aquel trozo de cuerda, cuyas hebras se enterraron en su carne y aprisionaron su garganta mientras arrojaba violentas patadas al viento. En ese instante, en el que se alejaba de los altos muros de la ciudad, volvió a experimentar aquella funesta y desesperante sensación. Quería respirar, pero no parecía existir aire que llenara sus anchos pulmones pese a percibir cómo este se le escurría por los dedos y por su satinada piel. En su nuevo, extenso y fúnebre sendero experimentó una fuerte sensación de tristeza, razón por la cual pensó que lloraría bajo la impenetrable oscuridad. No obstante, esto no sucedió, y es que en realidad el amargor de esta nueva experiencia fue consumido por una
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