V Crisdel

                                                           V

                                                     CRISDEL

Todos mueren, no importa lo bien que vivas y sirvas a los ojos de Ildarios. Todos mueren, desde el momento en el que nacemos ya estamos encaminando nuestra vida a un inminente abismo, que nos devora aún después de muertos. Se lleva consigo no sólo nuestra vida sino también los recuerdos que pudieron quedar entre los demás; las acciones, el dinero. No importa cómo, pero todos mueren. Unos caminan a paso firme y su vida se prolonga hasta las quinientas estaciones; otros caen al inicio y no superan una o dos estaciones de vida; unos más se suicidan, mientras otros son asesinados; otros tantos mueren en la comodidad de su hogar; no importa cómo, pero todos mueren. Un trago amargo que queda al final de la vida después de haber consumido el dulce néctar de la existencia –Aresmar habló y habló y su hija parecía comprender un poco, o mejor dicho todo, pero después de terminadas sus palabras, ella seguía respondiendo con un grito agudo al cielo oscuro rodeado del aire acalorado. Hundió su cabeza en el agua, sacándola de inmediato. El cabello se pegó a su cara junto con la armadura mientras contemplaba de nuevo el tenue reflejo de su rostro sobre las aguas. Las llamas que consumían la madera seca a un lado de ella creaban pequeños chasquidos.

¿No hablarás conmigo? –preguntó su madre intentando quebrantar el silencio que tanto se esforzaba Crisdel por mantener–. Bien, no hables si quieres, pero debemos irnos. No tardará Ildarios en mandar al Guardián de Alkoria o a algún Espíritu Negro a buscarnos –advirtió, y antes de que dijera una palabra más, Spectra se levantó tomando un poco de agua con sus manos para lanzarla a la hoguera; la intensidad de las llamas descendió escasamente pero al poco rato resurgió con menos fuerza.

Se alejó dejando a sus espaldas el estrecho río. Sus pasos aún eran tan pesados que comenzaban a dolerle los pies. Se agitaba con demasía y el sudor recorría su piel como si una lluvia cayera sobre ella. Todo es tan ordinario, no ha cambiado nada en absoluto. La muerte no parece ser tan desfavorable, pensó, y es que era tal y como reflexionaba una y otra vez desde que había muerto, o mejor dicho, desde que se encontró y unió con Aresmar, todo, absolutamente todo había sido igual que antes de que pereciera. El viento acariciaba su piel, y podía sentir hasta el más tenue vendaval, el sudor que corría entre sus pechos, los cuales estaban cubiertos por esa extraña armadura, la sed intensa que experimentaba y el agua helada del río. Todo era igual que antes, quizá la unión con su madre le había regresado cierta sensibilidad. No entendió mucho y tampoco quiso buscar la respuesta, ya que aquella que podría contestarla era Aresmar, y no tenía pensado iniciar una conversación con ella. No por el momento.

Se alejaron tanto del río que luego de caminar por largas horas llegaron al Bosque Oscuro, una línea estrecha de árboles que se interponían entre la Tierra de Edorel y el abismo. No tardaron mucho tiempo en traspasarla y llegar a una línea aún más delgada entre el bosque y el acantilado; un estrecho camino que se extendía como un contorno grisáceo sobre todo Edorel. El silencio se vio interrumpido por un leve silbido que creaba el viento al golpear los vértices del acantilado. Finalmente las altas temperaturas del viento bajaron un poco. Incluso sufrió un poco de frío al sentir el aire un tanto helado golpear su cuerpo perlado de sudor. En ese momento la tristeza abordó sus pensamientos una vez más, ese mismo efecto sintió unos momentos antes, cuando su cuerpo caía hacia el suelo, pero su mente se abría paso a un abismo interminable. La sensación de morir puede ser placentera por breves momentos, pero llega un instante en el que la caída termina y se llega a un suelo aún más duro que la roca.

Crisdel continuó por el camino aún a pesar de que desconocía por completo qué dirección tomar, y al no escuchar reproche alguno de su madre, dedujo que iba en dirección correcta, o al menos que podía ir a donde quisiera. Las gotas de sudor se secaron en el interior de la armadura; al caminar podía sentir las hojas de los helechos golpear sus dedos. De cuando en cuando se encontraba con algún roble el cual obstruía la vista de las coníferas. El suelo bajo sus pies era húmedo, muy distinto al camino anterior por el cual había atravesado. De pronto sintió la humedad en sus mejillas, la cual no era más que lágrimas que brotaban una vez más de sus ojos; se las enjugó con el dorso de la mano e intentó seguir con su camino, el cual aún era tan lánguido, por recorrer.

El temor a comenzar una nueva vida le intrigaba. Durante muchas estaciones deseó morir debido a la ausencia de Aresmar. Ahora que por fin Ildarios le había otorgado tal privilegio, llegaba ella a devolverle la vida (o la muerte). Y maldijo una vez más, había olvidado por completo el número total de veces en que lo había hecho. ¿Pero por qué habría de estar agradecida con Aresmar? No existía razón alguna, ni las palabras adecuadas para dedicarle un gesto de gratitud.

En algunas partes el camino se estrechaba a tal grado que se veía en la necesidad de entrar al bosque y retomar el sendero más adelante. Agradeció a su madre por no intentar hablar con ella una vez más; el silencio le agradaba y le prefería como compañero.

A lo lejos pudieron escuchar el ladrido de al menos tres o cuatro perros, Spectra se vio en la necesidad de detenerse para escuchar con mayor claridad. Cuando se preparaba a continuar escuchó algo más que el fragor de los perros, distinguió las voces de algunos mortales, y luego pasos. El bosque encerraba los sonidos y parecía querer llevarlos hasta ellas.

¡Corre! –le advirtió Aresmar mientras Crisdel observaba a su alrededor, como si aquellos que se acercaran fuesen buenos amigos–. ¿Qué esperas? ¡Corre!

Emprendió su marcha, pero para entonces aquellos sujetos se encontraban ya rodeándola. Intentó entrar a la oscuridad del bosque, pero de pronto salieron otros dos sujetos más. Existía una salida, era esa misma que había estado esperando durante muchas estaciones: saltar al acantilado y olvidarse de esos efímeros momentos que Aresmar le había otorgado con su presencia. Quizá mientras caería al fondo podría olvidar el dolor y hablar finalmente con su madre. Incluso podría agradecerle por haber regresado, la caída sería tan larga que podría explicarle por qué lo hizo. Podría hacer eso, y podría hacer aquello, así es, podría hacer muchas cosas en tan poco tiempo, pero no lo hizo. No tuvo más opción que escuchar a los perros ladrar tan cerca de su persona, ver a los sujetos con enormes espadas oxidadas en sus manos amenazantes. Y las lágrimas humedecieron no sólo sus ojos sino también sus mejillas, y al caer bañaron el suelo. Dio media vuelta y ahí había más hombres; miró al bosque y unos más se encontraban sosteniendo antorchas sin apartar sus ojos cargados de ira de los de ella. Una ira que al menos ella desconocía.

—Tengan cuidado, se dice que es peligrosa en demasía. Mantengan su distancia y no descuiden su posición –gritó uno de ellos, detrás de Crisdel.

—Cortémosle las manos y quitémosle la armadura. El Consejo de la Ciudad ordenó que la quiere viva solo para su juicio, el cual no creo que demore mucho. Todos somos testigos de que trae puesta la armadura que robó –dijo uno más, el cual parecía demasiado fuerte, y más que eso, valiente con su espada en la mano, mientras Crisdel no tenía más que sus puños desnudos.

—Nadie le cercenará nada ni se le retirará la armadura. Átenle las manos a la espalda, hagan lo mismo con sus pies dejándole un poco de cuerda libre, sólo para que pueda caminar, pero no la suficiente como para que nos patee el culo.

Dos de ellos se acercaron y le sujetaron ambos brazos con demasiada fuerza, aún a pesar de que Crisdel no otorgó resistencia alguna. Los canes comenzaron a ladrar con más fuerza una vez que los hombres se movieron con brusquedad.

—Tengan cuidado –se escucharon los gritos de advertencia al fondo.

¿Qué estás haciendo? –cuestionó Aresmar dentro de sus pensamientos al ver que no se oponía a nada.

Nada, ¿acaso no es obvio? –finalmente le respondió con amargura, tal y como esperaba hacerlo desde hace mucho tiempo.

Tenemos que irnos de aquí.

No tengo ningún destino al cual ir contigo, tenía un sendero por delante y me has privado de tan hermoso privilegio.

¿Qué es lo que quieres saber? ¿Qué más, Crisdel, para que dejes de actuar así?

Sólo déjame en paz, aléjate de mí –respondió, y al final logró escuchar insolentes carcajadas de aquellos sujetos al notar que su rehén se encontraba llorando.

—No parece tan peligrosa –murmuró uno a sus espaldas.

No supo con exactitud cuántos eran en total, podrían ser más de seis mortales. A decir verdad, había mantenido sus ojos hundidos en el suelo una vez que ellos se acercaron hasta ella. En cierta manera agradecía tan cobarde comportamiento por parte de sus captores.

Y comenzaron a caminar. Constantemente le empujaban para que avanzara más rápido.

Cuando Crisdel y aquellos hombres se alejaron del acantilado y del Bosque Oscuro, Aresmar presiono aún más a su hija, aunque ella no mostró el más mínimo gesto de importancia por los deseos de su madre. La ignoró por tanto tiempo que se acostumbró a escuchar sus palabras, incluso se acostumbró a sentir las amarras que fuertemente rodeaban sus canillas. En varias ocasiones tropezó con algunas rocas y cayó, y en otras con raíces que sobresalían del suelo como enormes gusanos grisáceos. Cuando esto ocurría los mortales se veían en la necesidad de detenerse por completo e intentar ponerla de pie debido al excesivo peso de las armaduras. Incluso en más de una ocasión llegaron a la conclusión de que se encontraba tan cansada cuando la encontraron que dormía de pie, ya que al acostarse con semejante peso le sería imposible ponerse de pie nuevamente. Otros pensaron que simplemente estaba cansada y avanzaba a paso lento; la avaricia por la armadura que portaba le encaminaba poco a poco a la muerte, según ellos. Claro que en más ocasiones compartieron las mismas ideas con respecto a su tranquilidad: el mismo peso de la armadura se había llevado consigo las ganas de asesinar.

Un sendero más se encontraba a su lado derecho, ya habían pasado varios caminos pero no se alejaban de aquel que parecía ser el más transitado, por el cual seguramente se podía llegar sin perderse hasta la Ciudad de Edorel. Varias veces escucharon voces a lo lejos, y sólo en una advirtieron que aquellos que parloteaban a la oscuridad misma eran sus compañeros. De pronto el número de guerreros incrementó, y a su vez las risas y los insultos. Incluso en más de una docena de ocasiones recibió fuertes golpes en el rostro. Y aunque logró sentir con claridad la sangre correr por sus mejillas y surcar sus bellos labios, no sintió dolor alguno, pero las lágrimas manaban una y otra vez como de una fuente inagotable.

Aresmar aguardó en silencio, esperó que aquellos golpes despertaran algo en su hija, ira y fuerza, algo que perturbara su tranquilidad, pero nada, absolutamente nada le hizo despertar. Caminaba mecánicamente sobre el suelo rocoso con la vista baja.

—Según escuché, Dor Kendrel entregará una armadura creada por aquella mujer a quien ayudamos –comentó uno de los sujetos.

—Le pagarían bien para que hiciera armaduras a todos los que servimos a la ciudad y las Tierras de Edorel. Parece un metal único y extraordinario –añadió uno más, y a su vez admiraba con detenimiento la bella armadura que llevaba Crisdel.

—No sean idiotas, la mujer no las fabrica, es su padre. Y dudo mucho que se nos entregue una armadura a cada uno. Ya se habían mandado pedir armaduras para nosotros desde las Tierras de Adenors o Alekra –rectificó alguien más.

—¿Adenors? –soltó la carcajada otro de los mortales, quizá era la primera vez que hablaba–. En Adenors no se crea absolutamente nada, esas tierras están más muertas que los sesos que tienes en la cabeza.

—¿De qué hablas? Es donde se manejan los metales más resistentes y hermosos.

—Será en otro mundo, porque aquí en la Tierra Oscura no existe tal ciudad. Se dice que las aldeas aún arden por las batallas de los Cuatro Imperios en la Época de Hierro –respondió éste mismo, aunque la risa había caducado al fin.

Aresmar escuchó sus palabras, las de todos, y a su vez sentía y contemplaba a su hija, la cual se encontraba desecha y debido a esto sería imposible que llegara a hacer algo por tan implacable decaimiento. En varias ocasiones intentó reanimarla, pero todo esfuerzo fue en vano, sus palabras se perdían junto con las de los mortales que no dejaban de parlotear. Conforme el sendero ante los ojos tristes de su hija se hacía más extenso y se alejaban más y más de ese punto en el que las interceptaron, notó que sería más difícil intentar escapar de sus captores ya que el número iba en aumento continuamente.

Aunque todavía quedaba una solución, pero podría ser que aún no estuviese lista.

Debes reincorporarte, hija mía, y salir de aquí antes de que lleguemos a los muros de la Ciudad de Edorel –le sugirió con gran tristeza, pero todo continuó igual. Si iba a escapar de ellos debía hacer algo por su propia mano.

Un punto a su favor llegó de repente gracias a las órdenes que llevó un mensajero. Se vieron en la necesidad de detenerse por completo; todo el grupo de sujetos rodeó a Crisdel como enormes muros de carne y piel para evitar que huyera.

—Dor Kendrel J Reialon Jok ha mandado nuevas órdenes. Cancelar la búsqueda de la asesina, con el fin de iniciar una nueva empresa. Al parecer Dor Bheldrik E Ronelios Ulnumor ha escapado de la ciudad después de haber asesinado al hijo de Dor Kendrel –dio su mensaje, ignorando por completo que la captura de Crisdel ya se había efectuado con total satisfacción.

—¿Un nuevo asesinato? Esta vez el golpe ha sido a alguien que juramos proteger –repuso uno de los caballeros, sopesando a su vez la situación.

—¿Qué es lo que le ha llevado a hacer tal barbarie? –uno más se entrometió.

—Se desconoce por completo la razón de sus actos, aunque se sostiene que fue debido a la pérdida reciente de su hijo de igual manera. Se le negó ayuda por parte del mismo Dor Kendrel, es quizá uno de los principales motivos –respondió el mensajero.

—Llevamos ya bastantes horas dedicadas a encontrar a la asesina, la mayoría aquí tenemos hambre y sed, otros tantos queremos descansar un poco. Ha sido un camino largo en exceso –se quejó finalmente uno.

Un coro de voces se unió a su queja en señal de negación.

—Han sido órdenes del Consejo de la Ciudad –repuso el simple mensajero, un tanto intimidado por los gestos de enojo.

—No tengo problema alguno de ir en busca del otro asesino. Yo tengo familia al igual que muchos de aquí, y no me gustaría que ellos se vieran afectados debido a la locura de estos imbéciles. Iré a por su captura –respondió uno de los mortales que portaba una de las armaduras más decentes y completas, y así como en el comentario anterior muchos se unieron y apoyaron a su compañero, estas nuevas palabras recibieron apoyo de igual manera.

—Aquellos que estén cansados pueden ir hacia la Ciudad de Edorel, entreguen a la asesina al Consejo de la Ciudad mientras los demás partimos en busca del traidor.

—¿Ya han capturado a la mujer? –preguntó el mensajero, asombrado.

—Hace pocas horas se logró su captura –le respondió uno lanzándole una sonrisa, y después el grupo de hombres se dividió para permitirle observar a Crisdel.

—Se llevarán buenas noticias a la ciudad aún a pesar de la tormenta de desgracias que ahora mismo le acobijan. Será un obsequio bien recibido por parte del Consejo de la Ciudad –dijo, mirándola de pies a cabeza, asombrado por la belleza de la mujer y más por la armadura.

Todo el grupo de hombres continuó avanzando junto por breves momentos, de pronto un camino se abría a su lado derecho y fue ahí donde más de la mitad partió en busca de aquel mortal que había asesinado al hijo de uno de los integrantes del Consejo de la Ciudad. Y así, de repente, fue como el grupo se redujo a ocho simples sujetos, ninguno portaba armadura y sólo tres de esos ocho llevaban espadas consigo.

Frente a las nuevas circunstancias que se presentaban ante los ojos de Crisdel y los pensamientos de Aresmar, ésta se vio en la necesidad de ingeniar un plan para lograr un escape satisfactorio.

Permitió que avanzaran un poco más por el sendero; para entonces ya tenía su plan en mente. Pero casi en el momento que lo llevaría a cabo, uno de los mortales (al cual había ignorado por completo) logró golpear a uno de los hombres más grandes y con suma facilidad le arrebató de un solo movimiento la espada que éste llevaba consigo. Aquel sujeto cayó al suelo, inconsciente y con la boca llena de sangre. Los demás le miraron con asombro, pero éste ya tenía la espada apuntando al otro que llevaba la segunda hoja de hierro oxidado. Para entonces sólo quedó uno muy lejos de ese mortal que había llevado a cabo tal osadía, y aquel era ya el único que portaba un arma.

—Suelta la espada también –le indicó una vez que el otro mortal le dio el arma. Ahora tenía sus dos manos ocupadas, pero sus ojos parecían escudriñar a los siete sujetos con total exigencia.

—¿Quién eres? –preguntó al momento que dejó caer la espada al suelo.

—Tírense al suelo, boca abajo –ordenó cuando al fin ninguno de ellos pareció intentar alguna impertinencia que les costara la vida.

Una vez que todos hicieron lo que se les ordenó, aquel mortal que parecía ir en ayuda de Crisdel sacó unas cuerdas y comenzó a atarles pies y manos por igual.

—¿No piensas ayudarme? –preguntó al ver que Crisdel permaneció de pie a sus espaldas. Pero sus labios no se movieron, y lo único que recibió fue una mirada hostil. La ignoró e intentó apresurarse con las amarras. Una vez terminada la labor tomó las tres espadas, ordenándole a la mujer que le siguiera.

—¿Quién eres, maldito? –preguntó uno de los mortales sin despegar su vista del extraño sujeto, pero éste no respondió–. ¿Quién puta mierda eres, idiota? –de nueva cuenta una pregunta más. Éste regreso y le dio una patada en la cabeza, dejándolo inconsciente.

—¿Algún imbécil más quiere saber mi nombre? –pero ninguno respondió y se limitaron a desviar sus ojos de los del mortal–. Eso pensé.

Se alejó de ellos al igual que de Crisdel, quien permaneció de pie observando su espalda. No tenía intención alguna de seguirlo, y por lo visto a él no le interesaba mucho si le acompañaba. Se alejó tanto de ella que su cuerpo se fue desvaneciendo en la oscuridad. Spectra dio un paso al frente pero no parecía estar lista para dar el segundo. Permaneció meditabunda por un momento.

No te atrevas a seguirlo, ¿siquiera le conoces? –advirtió Aresmar. Pero esta advertencia pareció ser el detonante que faltaba para dar aquel segundo paso. Se alejó de los mortales que aún se encontraban tirados en el suelo y apresuró su marcha para alcanzar al extraño mortal.

—¡Oye, espera! –gritó Spectra sin verle ya.

¿Qué demonios crees que estás haciendo? –soltó Aresmar con ironía.

La sombra de aquel hombre comenzó a otearse paulatinamente conforme Crisdel avanzo hacia él. En efecto no le conocía, nunca en su desdichada vida le había visto, pero eso era lo que menos le importaba. Desde el momento en el que su reencuentro con su madre le obligó a fusionarse con ella sin poder negarse ante tal petición, buscó cualquier distracción pero no la había encontrado, no hasta ese momento.

Él no se detuvo para que ella le alcanzara, sin embargo Crisdel pudo notar que disminuyó su marcha luego de haberle lanzado más de un par de gritos. Finalmente el sendero pareció volverse más estrecho cuando ella caminó a su lado; en varias ocasiones lanzó una mirada tímida al mortal sin que éste se diera cuenta, pero avanzaba firme y con una seriedad abrumadora. Llevaba el cabello tan largo que casi le llegaba a los glúteos, sujeto con un mecate. Además portaba unas ropas demasiado gruesas y ajustadas, del mismo color que el resto del mundo. Su cuerpo era ancho y sus brazos eran gruesos, no tanto como el tronco de un árbol, pero sí lo suficiente como para intimidar a cualquier otro mortal. Incluso creyó distinguir sus huellas sobre el duro suelo al mirar en varias ocasiones hacia el sendero que dejaban atrás. Él caminó firme sin decir nada, al parecer sus ojos penetraban la oscuridad que estaba a más de cien metros de donde ellos se encontraban.

—¿A dónde vamos? –se animó ella a preguntar luego de la impenetrable incomodidad.

—Lejos de aquí –respondió sin desviar la mirada del sendero.

—¿Y qué lugar es ese? –continuó al no encontrar la respuesta que buscaba a su pregunta anterior.

—Cerca de la ciudad –con esta respuesta Crisdel pudo notar cierta incomodidad en Aresmar, quien no tardo mucho tiempo en mostrar su inconformidad.

Un golpe, un solo golpe certero en la nuca y podremos huir –recomendó aún sabiendo que su hija no accedería a tal acción.

—¿Quién eres y por qué razón me llevas a la ciudad? –se detuvo, quizá para poder escuchar con más claridad la respuesta que podría darle.

—No importa, sólo avanza.

—Oh, claro que importa. Dime de una vez, atacaste a tus compañeros. ¿Quién me asegura que no harás lo mismo conmigo?

—¿Es en serio? ¿Yo? –en esta ocasión el mortal se detuvo de igual forma, dando media vuelta y señalándose con el pulgar–. Se ordenó tu captura debido a que eres una ladrona y asesina. ¿Quién eres tú?

—No soy ninguna ladrona y no he matado a nadie –respondió petrificada.

—¿En serio? Entonces dime por qué esos hombres de los que te liberé hablaban sólo de eso antes de tu captura. ¿Quién eres exactamente? –preguntó, dando un paso al frente.

—No tengo idea, no he hecho nada a nadie.

—¿De dónde has sacado esa armadura? –continuó él, pensando quizá que comenzaba a sacar la verdad luego de excavar entre tantas mentiras.

—¡Es mía! –gritó, olvidándose al fin de la tranquilidad que tanto le había caracterizado.

—¿Por qué te llevaban entonces? –quiso saber antes de que siguiera con sus malas mentiras.

—No tengo por qué soportar tales acusaciones –terminó dando media vuelta para alejarse del sitio.

—Espera, no puedes irte –gritó.

—¿Por qué?

—Alguien más merodea los paisajes en tu búsqueda.

—¿Otro grupo de mortales? –preguntó ella, deteniendo forzadamente su paso.

—No.

—¿Entonces quién?

—No puedo decirte –respondió con temor.

—¿Cuál ha sido el fin de advertirme entonces? –su pregunta mostró cierta ira, al igual que sus ojos.

—Solo sígueme y te contaré cuando el tiempo apremie, no podemos permanecer más tiempo sobre el sendero –recomendó dando media vuelta sin mirar si Crisdel le seguiría, quizá tenía la esperanza de que sus palabras fueran suficientes como para moverla de sus cuestiones, pero no fue así.

—No me has dicho tu nombre ni a dónde piensas llevarme –dijo obstinada, sin mover un músculo.

—Garslok, mi nombre es Garslok. ¿Podemos seguir? –tuvo que dar media vuelta para que ella le pudiera ver, y al finalizar su pregunta continuó marchando por el sendero.

—¿A dónde vamos? –preguntó de nuevo, logrando finalmente que la paciencia del sujeto colapsara y se hiciera notar.

—¿Sabes a dónde ir o qué hacer en caso de que los guardias te encuentren una vez más? –preguntó, gritó y giró para encaminarse hasta ella. En realidad no tenía ni la más mínima idea de lo que debía hacer, así que prefirió guardarse cualquier comentario.

No sabía absolutamente nada de él. Como el día ignora la noche y la noche ignora los días soleados. Días que quizá nunca más volverían a caer sobre Krasgos desde la desaparición de los soles y las lunas. Pero aún así pensó en seguirlo, al final de todo, fue él quien la liberó de aquellos hombres.

Y caminó detrás de él, aunque guardando su distancia.

No muy lejos de donde decidió seguirlo, se salieron del sendero y continuaron caminando, reinventando los caminos. Para entonces, el mortal ya había tirado las espadas, algo que tranquilizó un poco más a Crisdel.

Aresmar mostró su inconformidad tantas veces como pudo pero fue en vano. Obtuvo finalmente respuesta por parte de su hija, pero no fue aquello que habría querido escuchar. Avanzaron por un momento tan largo que no supo decir con exactitud dónde se encontraban, a excepción de Garslok, quizá.

Luego de tan largo camino recorrido por unos pies ya cansados, pudieron ver a lo lejos un resplandor azulado que devoraba la neblina, y al fondo de éste una sombra imponente. No tardaron mucho tiempo para percatarse de que se encontraban cerca de la Montaña del Gigante y ese resplandor provenía del Río de las Luciérnagas. Y de pronto su caminata se volvió un poco más agradable con la presencia de ambas maravillas naturales. Y los sonidos del río que llegaban hasta sus oídos les motivaron a hablar, aún a pesar de que la distancia entre ambos era considerable.

—¿Por qué estas ayudándome? –preguntó Crisdel más relajada. Dejó que esta pregunta no mostrara su angustia.

—Realmente sé que las acusaciones por las cuales se te busca son falsas –respondió Garslok sin detenerse, sin mirar atrás.

—¿Quién te lo ha dicho? –en esta ocasión apresuró su marcha para escuchar con mayor claridad. Fue un poco confuso, ya que anteriormente le había cuestionado con respecto a este tema.

—Nadie, todo habitante dentro de las Tierras de Edorel podría deducirlo. Una vez que la decisión por parte del Consejo de la Ciudad ha sido tomada es casi imposible intentar cambiarla; si no podemos hacer el cambio de esta manera, al menos queda una oportunidad: huir.

—¿Y a donde piensas ir? ¿Crees acaso que podríamos escapar por el resto de nuestras vidas? Esta decisión que has tomado te perjudicará ahora y en todos los mañanas que están por venir.

—Aún no es el momento para plantear esas preguntas y sumergirnos en esos problemas. El tiempo junto con la paciencia proveen sabiduría, dejemos que las puertas comiencen a ser visibles una vez que lo incomprensible se aleje.

Quizá no era esa la respuesta que esperaba, pero la mantuvo callada, la obligó a alejarse no sólo del previo golpe que había traído consigo su madre al sacarla de la muerte, sino también de esa nueva preocupación que comenzaba a arañar sus pensamientos: el Consejo de la Ciudad tenía sus ojos clavados en ella, ¿una asesina? No he matado a nadie, jamás en mi estado de lucidez… Algo en ese momento se apoderó de sus pensamientos, algo insignificante pero de gran peso. Intentó enfocar sus ideas en ello pero no logró dar con esa intranquilidad. Caminó y caminó detrás del mortal. El sonido de las aguas era más claro y el brillo azul de éstas parecía palpitar, venciendo a la oscuridad. Dejaron atrás la Montaña del Gigante y llegaron hasta una cueva. Se detuvieron al frente de la entrada y finalmente logró ver de nueva cuenta el rostro del sujeto después de tan agobiante camino.

No parecía existir un umbral ya que la oscuridad dentro y afuera era un tanto similar, sólo que la oscuridad ahí dentro era aún más densa. Cierto miedo le envolvió al cruzarlo, y así de repente la idea volvió a ella, renaciendo de sus pensamientos más recónditos. En el molino, aquellos dos sujetos, la espada. La acusación que se hace en mi contra es verdad, soy una asesina. Y cruzó la línea que delimitaba los cielos libres de aquel techo tan bajo que podría tocarse si levantaba los brazos. A la vez logró sentir cierta humedad en sus mejillas, algo se despegó de éstas al llegar al mentón y casi de inmediato una nueva lágrima nació, corrió y cayó por un abismo rodeado de oscuridad para morir sobre las rocas bajo sus pies.

Soy una asesina.

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