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BELDEROK
Allá a lo lejos, las antorchas parecían atraerle con una gran intensidad, el aire caliente comenzó a ser más denso conforme acortaba distancias hacia la Ciudad de Edorel. Incluso le llegó un aroma a mierda conforme las murallas devoraban la oscuridad para alzarse como feroces e inertes sombras inquebrantables. Un delgado y llamativo olor a mierda que le provocó náuseas.
Los caminos abajo eran casi devorados en su mayoría por la brusquedad de la neblina. Re
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XIIIGARSLOKBuscó a tientas sobre el suelo algo con lo que pudiese defender a Crisdel, arrojarle o pegarle con lo que fuera a aquella extraña mujer para que la dejara en paz. Pero no lo encontró, se vio en la necesidad de levantarse y alejarse del sitio unos cuantos metros. Tropezó con una roca, y sonrió al levantarla, pensaba dejársela caer en la cabeza a aquella entrometida.—Ni siquiera lo pienses, cariño –había dicho ella, soltando una carcajada al final–. Aquí nos vamos a divertir mucho –dijo una vez que Crisdel comenzó a golpear el abdomen de su atacante, que con sus manos que se cerraban alrededor de la garganta comenzaba a robarle el aire.Se creó un sonido seco y agudo. Ocultaba algo debajo de la túnica.Los esfuerzos de Crisdel eran en vano, le golpeaba una y otra vez pero su enemigo no parecía sentir dolor alguno. Garslok contemplaba asustado y avergonzado, quería hacer algo, impedir aquel sufrimiento, mitigar los sonidos de dolor, pero algo
XIVBHELDRIKLa bestia se abalanzó sobre él. El carromato quedó hecho trizas, y la madera salió disparada en todas direcciones. Los caballos se liberaron de sus correas y corrieron hasta perderse en la noche que el bosque ofrecía, relinchando y dejando atrás a la criatura. Un dolor agudo se irradió desde su cara al cuello. Lo había olvidado, quizá por su estado de embriaguez, pero aún estaban frescos aquellos golpes que recibió en aquella choza hedionda por aquellos idiotas.Bheldrik cayó sobre su espalda, tan adolorida como si le hubieran pegado con un marro. El Wendigo lanzó un aullido ensordecedor y se acerco hasta él. Media quizá más del doble del tamaño que Bheldrik. Una baba rojiza le chorreaba de sus labios secos y bajaba por el hocico desnudo de piel. En sus cuencas no había ojos, o al menos Bheldrik no logró verlos por estar sumido en su terror. Sólo vio cuevas oscuras con pasadizos interminables e hipnóticos dentro.Al acercarse más, el olor de