I
Garslok
El aire caliente lo agitó con rapidez. Intentó continuar pero estaba tan agotado que se detuvo y recargó en uno de los árboles. Lanzó un suspiro a la oscuridad y cerró los ojos, encontrando una paz que parecía haber muerto desde hace mucho. Alzó ambos brazos, los cuales tiritaban aún con temor. A pesar de los cálidos vendavales que le llegaban, sintió un frío que recorrió su espalda. Miró a todos lados y su soledad le hizo sonreír por un breve momento; sintió cierta locura, aunque su pequeña risa discreta sólo duró un poco, al menos hasta que se vio obligado a recordar a sus amigos. Maldito seas, Osmur. Derramó odio muy en su interior.
Su mente confusa le prohibía avanzar, le aprisionaba y no le dejaba pensar. No sabía si largarse de ese lugar sería lo más inteligente que podría hacer, o esperar a que todo aquello que había sucedido se alejara de él, de su vida. No supo decir con exactitud cuánto tiempo había transcurrido, sólo sintió que el dolor en sus piernas se agrandaba más y más. Se fue inclinando poco a poco hasta que sus piernas quedaron flexionadas, se detuvo y escuchó. Pero no había nada acompañándole o espiándole. Si ese maldito Espíritu Negro buscaba a alguien, no era a nosotros. Y si su interés era hacia la mujer, me gustaría saber el por qué, se dijo, y finalmente se dejó caer al suelo, mirando hacia las ramas de los árboles. Luego pensó en que quizá lo mejor que podía hacer era no meterse en lo que no le importaba. Una decisión simple que podía mantenerle el culo lejos de la muerte.
Se sintió tan agotado que encontró cierta paz, a tal grado que quedó aprisionado en un profundo sueño. No recordaba cuándo había sido aquella última vez en la que se había encontrado tan tranquilo, pero no olvidaba cuán reconfortante era. Encontró tan bella paz que los sueños que navegaron dentro de su mente le hicieron pensar en que quizá lo que había vivido despierto no fue más que una pesadilla. Y aquellos sueños parecían aún más reales que todo eso por lo que había pasado.
La espada, tuve que dejarla en ese maldito molino. ¿Debería regresar para recuperarla?, se preguntó una vez que abrió los ojos, y se reincorporó de nueva cuenta a ese mundo oscuro que continuamente lo estrujaba más y más. Lo más seguro es que Osmur ya haya ido a por ella, o aún puede estar esa mujer dentro del molino, se respondió al final; entendía que debía tener dudas, muchas dudas, pero no por eso se vería obligado a buscar las respuestas.
Decidió continuar, aunque el temor de encontrarse a todo aquello que había visto le obligó a seguir demasiado lento. A sus oídos cabalgaban sonidos, por lo que de inmediato buscaba refugio en los árboles. Anhelaba salir de ese maldito lugar, pero a la vez deseaba vivir, y para ello no debía perder la paciencia en cada uno de los pasos que daba.
Logró dejar muy atrás el pequeño bosque. Se separó tanto de él que muy a lo lejos alcanzó a distinguir las luces de la Ciudad de Edorel; entendió que no podía entrar al lugar y tampoco caminar muy cerca de las murallas. Y con esta restricción caminó con la intención de evadir la ciudad y, al igual que el bosque, dejarla atrás, con el fin de buscar alguna aldea más adelante, o mejor aún, alguna choza abandonada en la que pudiera refugiarse hasta que aquellas aguas se aclarecieran un poco.
El sendero que siguió parecía ser poco transitado, se lograba distinguir (aún a pesar de la oscuridad) un tenue camino que se perdía más adelante, con la maleza dentro de éste, pisada y seca. En su avance subió y bajó algunas colinas, y finalmente ascendió a una que en particular era aún más grande que las anteriores. Le agotó, pero en la cima encontró una vista que recompensó el cansancio y el sudor. Las luces de la ciudad consumían la neblina que se alzaba sobre ésta, y más arriba las luces perdían la batalla para finalmente extinguirse. Era extremadamente grande; logró distinguir algunas calles, y por el borde de las murallas se alzaban las almenas vacías. Cientos de miles de velas se unían para crear un solo resplandor que, aunque se levantaba prepotente, se desvanecía cayendo de los cielos hasta el centro de la ciudad.
Antes de seguir, le llegaron sonidos hermosos de instrumentos que seguramente eran tocados dentro de alguna de las tabernas. Flautas y liras volvían el ambiente un lugar menos hostil, le reconfortaba escuchar las melodías. Al menos lograba despejar su mente de todo aquello que deseaba olvidar. Cientos de tarros se están llenando con el dulce sabor de la cerveza. Lanzó un suspiro al pensar en ello.
Intentó matar la soledad en su mente, al recordar aquellas estaciones en las que acompañado de sus amigos alzaban y chocaban los tarros, bebiendo y tirando la cerveza, cantando y bailando sobre las barras y mesas y levantando polvo al arrastrar los pies sobre el suelo. Recordó el fuego que consumía la madera dentro de las chimeneas, pero todo aquello, aunque parecía alejarlo de sus reales preocupaciones, no eran más que simples y jodidos recuerdos.
No apartó los ojos de aquellas luces por un largo rato. Finalmente dio media vuelta y se alejó. Se alejó de sus recuerdos, de los sonidos que le invitaban a volver, se alejó de todo. Internó sus pensamientos en lugares ajenos a ese mundo, con el fin de olvidar todo aquello de lo que se alejaba.
A pesar de dejar tan atrás las murallas de la ciudad que ni el resplandor de ésta logró distinguir debido al denso velo de árboles a sus espaldas, llegaron a él los sonidos de uno de los rastrillos que se levantaban para permitirles la salida o entrada a la ciudad a hombres desconocidos. Se detuvo y mantuvo la calma, al final la curiosidad lo derribó y dio media vuelta para regresar y ver lo que sucedía.
Para entonces aquellos caballeros ya habían salido y se alejaban a toda marcha de la puerta montados sobre sus caballos. Quizá van en nuestra búsqueda, ¿pero por qué ahora? No puede ser posible, existe otra razón por la cual los caballeros han salido de la ciudad, pensó, y al ver cómo se alejaban por un ancho sendero, pensó también en que quizá ya habían llegado las noticias de la muerte de los demás caballeros, aquellos mismos que habían sido devorados por el Espíritu Negro, y quizá, tan sólo quizá, a ellos habían culpado. Demonios. Tomó rumbo de nueva cuenta y se alejó intentando no hacer demasiado ruido.
Osmur pudo delatarme, quizá me culpó de la muerte de los demás junto con la de los inservibles caballeros. A cambio de esto podría recibir cientos de beneficios, se decía una y otra vez conforme continuaba. Más adelante, la sombra de una montaña cayó sobre él como un abrigo; se acercó a ella y logró distinguir lo que había estado buscando: un escondite; una estrecha cueva oscura le invitaba a pasar y, sin dudarlo, accedió.
Permaneció sentado muy al fondo de la cueva, observando al exterior sin ser visto por la densa oscuridad que ahí predominaba. Por largas horas mantuvo los ojos tan abiertos que llegó a creer que había quedado dormido sin darse cuenta. Los ojos le pesaban, pero no se dio por vencido ante su propio cansancio.
* * *
—Es lo que debemos hacer. El trabajo afuera de la ciudad es escaso, pero aquí adentro es aún mas difícil de encontrar –opinó Osmur con un pedazo de carne en sus manos. Estaba tan seca que parecía como si estuviese comiendo madera.
—No lo sé, al menos aquí adentro estamos seguros –respondió Rehel con un tarro lleno de agua.
—¿Seguros, dices? ¿Y qué peligros podrían acecharnos allá afuera? No existe nada peor que ver cómo nos hacemos viejos dentro de este lugar con olor a mierda –objetó Osmur sin alejarse de sus ideales.
—Si la comida es difícil de conseguir dentro de la ciudad, en las afueras debe ser todo un lío –se entrometió Garslok.
—Claro que no, aquí te la venden al maldito precio que ellos quieren sólo porque nosotros no tenemos armas o trampas para capturar buena carne.
—Y si nos largamos seguiremos igual. Éstas no caerán de los cielos una vez que salgamos de aquí –interfirió Rehel.
—Podemos robarlas. Una vez afuera podremos hacer lo que queramos. No necesitaremos dinero y cazaremos todo lo que nosotros queramos comer. Al final podemos buscar alguna aldea pequeña y vivir ahí, conseguir buenas esposas y morir en paz.
—Lo peor aquí es que lo estoy considerando –sonrió Garslok mirando con ojos brillosos a los demás. Quizá en aquel momento se llegó a imaginar a su futura esposa, de grandes tetas y con un buen trasero.
—Lo ves, amigo, los cuatro sabemos que la vida dentro de la ciudad está llena de miseria. No tenemos tierras qué cultivar, y aunque las tuviéramos, no hay muchas cosas que se puedan cosechar bajo el abrigo de la oscuridad.
—¿Y Rishk? –intervino Rehel de inmediato al notar que el entusiasmo iba en aumento en sus amigos.
—Puedes traer a tu hermano si quieres. ¿Es esta la vida que tus padres habrían deseado que le dieras a su hijo menor? Oh, claro que no, amigo mío, ellos abrían hecho lo posible por ofrecerle a él y a ti una mejor vida. Incluso si debían abandonar esta maldita ciudad mierdera rodeada de muros. ¿De quién intentan protegernos? Créanme cuando les digo que las murallas no se hicieron antes de la Época de Hierro, éstas se levantaron cuando la Condena de Ildarios apareció. Sólo nos mantienen aprisionados en este lugar.
—Me uniré a ustedes entonces. Pero no pienso robar nada, ni dejar que Rishk se ensucie las manos –las palabras de Rehel no parecieron ser una molestia para Osmur; sólo asintió con la cabeza y tiró el pedazo de carne seca que había sostenido entre sus dedos.
La luz de la fogata perdió fuerza y el callejón casi terminó cubierto por la noche. Garslok dio un sorbo de agua y tiró la que había sobrado.
—Me encargaré de conseguir cerveza, barriles de ron o tequila, no importa. Al menos, si no vamos a comer allá afuera, podemos mantenernos ebrios en nuestro camino –sonrió al finalizar.
—Podría conseguir algunas trampas, y una o dos espadas. Éstas nos podrían servir al momento de hacer guardia –continuó Osmur, bastante animado.
—¿Y cuando partiremos? –quiso saber Rehel, quien se tiró al suelo para tomar asiento.
—Cuanto antes mejor. Ya que no piensan ayudarnos con las herramientas, ¿podrían intentar conseguir agua como mínimo? La resaca realmente es asquerosa, y no podemos vivir tomando cerveza y tequila –se quejó Osmur, y Ergun plasmó una sonrisa tan grande que sus asquerosos dientes quedaron desnudos.
Aún recordaba con exquisito detalle lo que sucedió ese día, ignorando por completo que su vida sería condenada, y al parecer por todo lo que restaba de ella.
* * *
Hasta la cueva llegaron los sonidos de las herraduras al golpear las rocas. Escuchó los relinchos de algunos caballos y las cadenas que golpeaban a las armaduras. Se adentró aún más a la cueva y se tiró al suelo para observar y no ser observado. Sus ojos apenas lograban distinguir más allá del velo oscuro que separaba la entrada de la cueva con el exterior, pero aún así no apartó la vista. Miró y miró por un largo tiempo y allá afuera no parecía acercarse nadie, a excepción de las conversaciones y sonidos de las pisadas, que conforme el tiempo avanzaba se iban alejando.
Aguardó un instante más luego de que los sonidos cesaron. Aunque no estaba del todo seguro de lo que haría una vez que se viera obligado a enfrentar su realidad. Continuó recostado con el pecho sobre el suelo y su mentón descansando sobre ambos puños. Lanzó un suspiro e inhaló profundamente.
—Hola –se escuchó una vocecita que empapó de tensión todo el lugar, incluso las paredes parecieron temblar ante los ojos asustados de Garslok, quien no contestó y contuvo el aliento para no ser descubierto.
—Sé que estas aquí adentro. Sal de una vez –pero el silencio respondió en su lugar. Escudriñó y perforó la oscuridad, aunque allá afuera no había nadie, o al menos eso pensó.
—Si no vas a salir entonces tendré que entrar –añadió la extraña voz, y casi al instante se pudo distinguir cómo una sombra delgada entraba por la enorme puerta de la cueva, y con pasos lentos acorto la distancia hacia él. Garslok suspiró y casi de inmediato se puso de pie sin apartar la vista de aquella joven que se acercaba.
—¿Quién eres? –preguntó, no sin antes retroceder lentamente.
—Me llamo Arkelia –respondió casi al instante.
—¿Qué es lo que quieres de mí? –continuó interrogando pero ya no pudo alejarse más, su espalda había llegado hasta el fondo de la cueva, atrás una pared helada le aprisionaba.
—¿Entonces crees poder ayudarme?
—Si está a mi alcance, lo intentaré –no supo decir con exactitud por qué se había ofrecido de aquella forma, pero de lo que sí estuvo seguro es de que por un efímero instante temió por su vida, aún a pesar de no conocer a la mujer, a pesar de no saber quién podría ser, sintió un peligro mortal que recorrió su espina, sus venas, atormentando cada uno de sus pensamientos.
—¿Crisdel? ¿Dónde está Crisdel? –interrogó la mujer.
—No sé de quién hablas –respondió extrañado, y un gesto de confusión se creó en su rostro.
—¿Estás seguro? –continuó ella, dando un par de pasos más al frente.
¿Crisdel? Sé que he escuchado ese nombre antes, ¿lo recuerdo, o no lo recuerdo?… En el molino, la mujer que estaba inconsciente y la misma que el Espíritu Negro fue a buscar… Espíritu Negro… Hizo una pausa en el momento en el que estos pensamientos perforaron su mente, alzó la vista y miró detenidamente a la mujer. Su respiración se aceleró, y no apartó la vista en ningún momento de aquellos ojos. Se orilló a pensar en que todo saldría bien si es que decía lo que ella deseaba escuchar.
—Sé dé quién hablas, pero no tengo idea de dónde se encuentra –y a pesar del temor que invadía por completo a su cuerpo, no dejó de ver al Espíritu Negro.
—¿La conoces o no? –preguntó molesta, aunque en ese momento parecía estar más interesada en continuar haciendo preguntas que en hacerle daño.
—No, no la conozco –en cada una de sus respuestas, un nuevo temor le abrazaba. Intentó no pensar en el posible peligro que se avecinaba, y por primera vez bajó la vista y casi al instante la levantó. Era hermosa, sus ojos parecían ser de color café (no lo supo con seguridad debido a la noche), y eran obstruidos por el largo flequillo, perdiéndose en la oscuridad de la cueva. Llevaba el cabello corto, pero el flequillo era largo, y bajaba de su cabeza por ambos lados para terminar un poco más arriba de sus pechos. Su rostro era alargado y delgado, sin ninguna cicatriz, simplemente perfecto. Llevaba un corset de metal oscuro muy delgado, que bajaba en forma de falda, y debajo de ésta colgaba una manta un poco rasgada. El quijote protegía sólo la mitad de sus cuádriceps para seguir con rodilleras y grebas, y terminar con zapatillas. En sus brazos sólo llevaba los guardabrazos sin coderas ni hombreras. De donde iniciaban sus pechos hacia arriba, básicamente no estaba protegida por ninguna clase de armadura. Podía observarse, navegar y naufragar en su delgado cuello.
—¿Entonces qué hacía con ustedes en el molino?
—Ergun y Osmur la llevaron. Pensaron que estaba muerta. De verdad nunca había oído de ella hasta ahora –más que una respuesta, sus palabras parecían los lloriqueos de un niño, que denotaban su debilidad. Inconscientemente suplicaba por su vida.
—Está bien, te creo. Ahora búscala –ordenó, acortando aún más la distancia entre ambos.
—¿Pe… pero dónde? –tartamudeó, y al final tragó saliva para refrescar su agrietada garganta.
—No lo sé. Solo búscala, y es mejor que la encuentres.
—Y si la encuentro, ¿qué es lo que debo hacer?
—Intentará ir a la Puerta Oculta, llévala a cualquier lado menos ahí. Y si es posible intenta acercarla de nuevo a las afueras de la ciudad.
—No entiendo, ¿cómo sabrás que la he encontrado? –logró distinguir cierta molestia en su rostro al hacer esta pregunta.
—Nunca lo sabré, pero me será más fácil encontrarla dentro de las Tierras de Edorel que afuera. Así que sólo haz lo que te he dicho, imbécil.
—¿Por qué te urge encontrarla? –cuestionó, aunque de inmediato se preguntó si había hecho lo correcto al intentar indagar más sobre el tema, pero ya era demasiado tarde, la pregunta ya había sido escuchada.
—¿Sabes lo que pasó con tu amigo, verdad? –casi al instante una sombra se alzó e inundó la cueva, si había un pequeño rayo de luz que entraba desde afuera, éste se extinguió al instante.
Entendió cuál era el fin de esta pregunta, así que se limitó a asentir con la cabeza. La mujer sonrió y al instante dio media vuelta. Se alejó lentamente y casi al llegar a la salida se detuvo de nuevo.
—No es necesario que te diga que no debes decir nada de lo que viste aquí o en el molino, al menos no a ella.
El silencio respondió por Garslok, y el Espíritu Negro abandonó el lugar. Garslok respiró lentamente, como intentando ocultar su existencia; quedó bajo el abrigo de la oscuridad y la soledad. Y así mantuvo el lugar por un rato, pensando quizá erróneamente en que era la mejor manera de reencontrar la calma que se le había arrancado.
El viento caliente y húmedo entró hasta el fondo de la cueva. El mortal, decidido a salir de ese sitio que le aprisionaba y consumía el aire, dio un paso al frente, se detuvo y continuó de nueva cuenta hasta llegar a la entrada. El viento se volvió un poco más helado. Un sendero se extendía de izquierda a derecha frente a él y del otro lado se levantaban feroces árboles, muy alejados unos de otros.
Cruzó el sendero y se inventó su propio camino entre los árboles. Giró de un lado a otro y continuó derecho en la mayoría de las veces. Bajó unos cuantos arroyos secos, y se alejó de ellos como lo había hecho de la cueva.
Conocía las Tierras de Edorel, y a pesar de nunca haber transitado por ese sitio, sabía en qué lugar se encontraba. Más adelante se alzaba una montaña, la cual era devorada por la oscuridad, pero conforme se acercó a ella logró distinguirla mejor. Se detuvo durante unos segundos y miró hacia su lado derecho. Sabía que más allá se encontraba la Ciudad de Edorel, lo habría sabido aún sin ver el resplandor de las luces que subía feroz sobre los cielos como llamas rojizas.
Finalmente llegó tan cerca de la montaña que logró distinguir con más claridad los arroyuelos que la surcaban y bajaban hasta su base. Sobre el suelo se extendía un río que nacía donde terminaba aquella enorme masa de roca. Éste recorría el suelo como tinta sobre una hoja de papel. El agua era azul, un color brillante azulado que resplandecía y con su misma fuerza iluminaba parte de la montaña, creando un paisaje único y hermoso.
El Río de las Luciérnagas, ya hacía bastante tiempo que no lo miraba, pensó en el momento que daba pasos cortos hacia el lugar, y al mismo tiempo lo observaba maravillado. Un vago pensamiento navegó en su mente, tan estúpido que de inmediato lo hizo a un lado. Aunque luego de unos segundos se cuestionó si ocultarse en ese lugar hasta que todos esos asuntos volviesen a la normalidad sería lo más sensato. Desechó esta idea casi de inmediato, ya que podía ser visto desde cualquier parte si es que alguien lo buscaba.
Llegó a la orilla del río y se dejó caer al suelo, sobre el césped húmedo. Cerró los ojos y el sonido de la corriente llegó hasta él, adentrándose a una tranquilidad tan hermosa que maldijo el momento en el que la perdió. Y tan rápido como el latir de un corazón cansado, cayó en un sueño profundo, haciendo a un lado de manera paulatina ese resentimiento que unos instantes atrás taladrara su mente.
El sonido del agua golpeando las rocas había transportado sus pensamientos muy lejos de ese lugar. Y otros más galopaban hasta sus oídos como el de las alas junto con el canto de las aves que iban a la orilla del río por un poco de agua. No sabría decir con exactitud cuánto tiempo permaneció dormido, pero de pronto algo le sobresaltó, y eso fue bueno o si no hubiera pasado los recientes momentos de su vida durmiendo como si no existieran peligros cerniéndose sobre él.
Un nuevo sonido se unió a los ya existentes. Garslok abrió los ojos pero no vio nada a lo alto; se sentó y miró a su alrededor. Muy cerca de él, logró distinguir un pequeño conejo que roía el pasto, y que al parecer ni siquiera se había dado cuenta de la presencia del mortal, ya que continuó así por unos segundos. El hombre sonrió bajo la apacibilidad que el paisaje unía para ofrecerle; encontró de nueva cuenta esa relajación que había estado buscando mucho tiempo atrás.
Sin hacer el más mínimo ruido, tomó una roca que se encontraba cerca de él y la lanzó en dirección al desdichado animal. Este cayó al suelo lanzando patadas al aire, el golpe había sido certero y justo en la cabeza. Sonrió a la nada antes de levantarse e ir a por su presa.
Dedicó un poco de tiempo para hacer una fogata con unas cuantas ramas secas que había juntado no muy lejos del lugar. Desolló al animal y lo colocó sobre las llamas, y aunque no llevaba consigo algún condimento, creyó que era la mejor carne que había comido en su vida. Sí, no tenía mucha carne, pero estaba tan buena que se sintió como un rey bien complacido. Cuando se encontraba dentro de la Ciudad de Edorel, él era quien cocinaba para aquellos que se hacían llamar sus amigos. Al menos Rehel y Rishk no me traicionaron en ningún momento. Y siempre tomaba prestados un poco de condimentos o hierbas para preparar a su gusto las carnes y verduras.
Al terminar el trozo de carne se puso en pie y, antes de iniciar con su nueva travesía, dedicó una última mirada al paisaje desde ese lugar; posteriormente se encaminó por la orilla del río con pasos más rápidos que con los que llegó a ese sitio. Había recobrado cierta parte de su fuerza, y antes de dar un paso más se hincó a la orilla del río, sumergió la cabeza en el agua y dio un gran sorbo antes de irse, tan grande que imaginó que era cerveza o tequila.
Sólo debo encontrarla, sólo eso, y finalmente seré libre. Y cuando lo haga podré largarme a una de esas aldeas que se encuentran en la orilla de Edorel. No importa a cuál, sólo donde no me conozcan y si es posible en la única donde sirvan la mejor cerveza, el mejor ron, vino o tequila. Y, ¿por qué no?, donde estén las mujeres más bellas de Edorel. Podría ser que finalmente encuentre al amor de mi vida, podré casarme y tendré hijos muy bellos al igual que yo. Quizá sus pensamientos se alejaban mucho de la realidad, o más allá de lo que él podría merecer, pero aún así pensaba en ellos y éstos le dibujaban una sonrisa de oreja a oreja.
Su camino por el borde del río fue extenso al igual que cansado. De cuando en cuando miraba a su lado derecho, allá donde la montaña descansaba sobre el suelo, con un brillo azul tan intenso que caía sobre todo el valle. Poco a poco fue dejando la montaña a sus espaldas, se alejó de ella y al mismo tiempo del río.
La oscuridad le acobijó de nuevo, obligándolo a caer en su miserable realidad y abordar esos pensamientos en los que se cuestionaba una y otra vez sobre si lo que hacía era demasiado inteligente. Puede que esa tal Crisdel acabe conmigo si es que me acerco a ella, debo dejar de preocuparme por Arkelia. No lo haré, se dijo airado, y se detuvo por unos segundos. Miró a todos lados como si alguien le hubiese seguido (o escuchado), pero no había nadie cerca de él. Antes de dar el primer paso intentó escuchar los sonidos que la oscuridad escondía. Un poco de viento golpeó la hierba húmeda, más lejos se podía distinguir el canto de algunos pajarillos. Tomó una gran bocanada de aire y exhaló, lanzando una sonrisa al final. Dio media vuelta y se olvidó por primera vez de todos los problemas, si bien en su intento por borrarlos de su mente éstos renacían y golpeaban su cabeza, pero sólo los hizo a un lado. Pensó en mil cosas más, en todo menos en lo que realmente debería de preocuparle, y en lo que seguramente le costaría el pellejo.
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III BHELDRIKEl bullicio de la ciudad atormentaba cada rincón dentro del castillo, robaba la tranquilidad que tanto anhelaba. Cada eco que creaban sus pasos en el enorme salón lo arrullaba de cierta manera, aunque las campanas a lo lejos y los gritos del exterior atormentaban una mente ya atormentada.Las sillas estaban vacías, el salón entero había caído en un silencio espectral después de la reunión del Consejo de la Ciudad. Se encaminó sobre la alfombra esmeralda hasta la enorme p
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VI BELDEROKAllá a lo lejos, las antorchas parecían atraerle con una gran intensidad, el aire caliente comenzó a ser más denso conforme acortaba distancias hacia la Ciudad de Edorel. Incluso le llegó un aroma a mierda conforme las murallas devoraban la oscuridad para alzarse como feroces e inertes sombras inquebrantables. Un delgado y llamativo olor a mierda que le provocó náuseas.Los caminos abajo eran casi devorados en su mayoría por la brusquedad de la neblina. Re
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Último capítulo