I
GÁRSLOK El aire caliente lo agitó con rapidez. Intentó continuar con su carrera, pero estaba tan agotado que se vio obligado a detenerse y recargarse en uno de los árboles para encontrar algo de descanso. Lanzó un hondo suspiro a la extensa oscuridad y cerró los ojos, encontrando una paz que parecía haber muerto desde hace mucho. Alzó ambos brazos, los cuales tiritaban a causa del maldito temor que fue engendrado en el interior del molino. A pesar de los cálidos vendavales que llegaban y cubrían su anchuroso cuerpo, sintió un frío que recorrió su espalda al recordar dicha experiencia. Volvió a bajar los brazos. Miró a todos lados, y su soledad lo hizo sonreír con cierto nerviosismo. Puta madre, sí que estuvo cerca; no muchos mortales salen vivos luego de tener un Espíritu Negro a pocos metros, pensó con un dejo de tranquilidad. No obstante, dicha paz fue arrancada de su interior luego de recordar a sus amigos. ¡Maldito seas, Osmur! Espero que los Demonios de Hinel te encuentren. El interior de su cabeza, que se encontraba aturdido y agotado, le prohibió avanzar. No podía decidirse por el siguiente movimiento: largarse de ese lugar, o esperar a que todo aquello que había sucedido se alejara algunos kilómetros de él. Decidió esperar. El dolor y el desgaste en los músculos de sus piernas se acentuó mientras descansaba. Se inclinó hasta que estas quedaron flexionadas, después descansó sus manos sobre sus rodillas. Siguió esperando. Un leve sonido a la distancia alteró sus nervios, contuvo la respiración y escuchó, pero no había nadie acompañándolo… o eso creyó: la oscuridad y el denso bosque creaban el entorno perfecto para ser acechado desde lejos. Si ese maldito Espíritu Negro buscaba a alguien, no era a nosotros. Y si su interés estaba puesto en la mujer, me gustaría saber el porqué, se dijo, y, al fin, se dejó caer vencido sobre el suelo, mirando hacia las ramas de los árboles. Sopesó sus pensamientos, y pocos segundos bastaron para que olvidara dicho interés en la extraña mujer del molino; lo mejor que podía hacer era no meterse en lo que no le importaba. Una decisión simple que podría mantener su culo lejos de un fatal destino. Se sintió tan agotado que sintió cierta paz, quedando aprisionado en un profundo sueño. No recordaba cuándo había sido aquella última vez en la que se había encontrado tan tranquilo, pero no olvidaba cuán reconfortante era. Los sueños no tardaron en navegar dentro de su sesera. ¡La espada!, recordó de pronto mientras dormitaba, levantándose de sobresalto. Tuve que dejarla dentro de ese puto molino. ¿Debería regresar para recuperarla?, se preguntó. Lo más seguro es que Osmur ya haya ido a por ella… ¡no!, interrumpió sus cavilaciones, la mujer aún debe estar allí, dentro, pues no parecía tener muchas fuerzas para levantarse, y mucho menos para caminar, se respondió al final, convencido de no regresar. Decidió continuar, aunque el temor de encontrarse con el Espíritu Negro lo estremeció, y fue por esto que se obligó a seguir su marcha de manera cautelosa. De cuando en cuando, hasta sus oídos cabalgaban extraños sonidos, por lo que de inmediato buscaba refugio en los árboles. Anhelaba salir de ese maldito lugar lo antes posible, pues la incertidumbre y el miedo comenzaban a desintegrarlo. Tras caminar por un largo momento, logró salir y dejar atrás el bosque. Se alejó tanto que de pronto las luces de la ciudad de Édorel derrotaron los ejércitos de la oscuridad. Experimentó una exigua sensación de alivio y familiaridad, pero, pese a dichos sentimientos, estaba convencido de que entrar a la ciudad no era una opción, ni siquiera se atrevía a caminar cerca de sus murallas. Lo mejor que podía hacer era seguir caminando hasta dar con alguna aldea, o, mejor aún, alguna choza abandonada en la que pudiera refugiarse hasta que las aguas se esclarecieran un poco. En su avance subió y bajó, con excesivo esfuerzo, algunas colinas, y luego de varios minutos ascendió a una que era mucho más grande que todas las anteriores. El ascenso fue agotador, pero en la cima encontró una vista que recompensó todo el sudor y el cansancio: la ciudad se mostraba ante él, enorme e imponente, con todo su bullicio e iluminación; cientos de miles de velas se unían para crear un solo resplandor que, aunque se levantaba prepotente, se desvanecía no muy arriba en los cielos. Pudo distinguir algunas calles que recordaba haber recorrido de arriba a abajo cuando niño. Y por todo el borde de las murallas se alzaban las almenas vacías. No pasó mucho tiempo antes de que sus ojos se humedecieran por las lágrimas de la nostalgia. Antes de seguir, le llegaron atractivos sonidos producidos por instrumentos que, con toda certeza, eran tocados dentro de alguna de las tabernas. Flautas y liras convertían el ambiente en un lugar menos hostil; la apacibilidad no tardó en adueñarse de su cuerpo. Por breves momentos logró despejar su mente de todo aquello de lo que deseaba alejarse y olvidar. Cientos de tarros se están llenando con el dulce sabor de la cerveza, se dijo, luego lanzó un hondo suspiro. Intentó matar la soledad que radicaba en su cabeza al recordar aquellas estaciones en las que, acompañado de sus amigos… sus verdaderos amigos, alzaban y chocaban sus tarros para zamparse de un trago la cerveza después, acompañando este hermoso ritual con fuertes cantos y enérgicos bailes sobre las barras y las mesas. Un suspiro más, esta vez fue mucho más largo que el anterior. No apartó los ojos de aquellas luces por un largo rato, y cuando, pasados unos minutos, decidió, al fin, irse, lo hizo también de sus recuerdos, que parecían llevarse más de lo que daban. Internó sus pensamientos en cualquier otra para no seguir atormentándose. Pese a alejarse tanto de las murallas de la ciudad que ni su resplandor logró distinguir debido al denso velo de árboles a sus espaldas, llegaron a él los sonidos de uno de los rastrillos que se levantaba para permitirle la salida, o entrada, a uno o varios hombres desconocidos. Se detuvo y mantuvo la calma, no obstante, al final la curiosidad lo derribó y dio media vuelta para regresar y ver lo que sucedía. Para entonces aquellos caballeros ya habían salido y se alejaban a toda marcha de la puerta, montados sobre sus caballos; Gárslok lo pudo ver gracias al tenue destello que arrancaban sus armaduras a la luces de la ciudad. Le pareció extraño. Quizá van en nuestra búsqueda, pero ¿por qué ahora? No, no lo creo, existe otra razón por la cual han salido de la ciudad, pensó, y al ver la velocidad con la que se alejaban por un ancho sendero que iba en dirección a donde se encontraba el molino, supo que se equivocaba. ¡Con una m****a, si yo pude escapar del Espíritu Negro, es posible que uno de los caballeros de la ciudad también! Van por nosotros, y cuando vean sólo dos cuerpos dentro del molino, y los charcos de sangre de sus compañeros afuera, sabrán que Osmur y yo escapamos, incluso, al no ver el cuerpo del pendejo de Ergun, pensarán que también se largó con nosotros. Tomó rumbo de nueva cuenta; se alejó intentando no hacer demasiado ruido, y esta vez lo hizo con mayor rapidez. Podría ser que ninguno de los caballeros lograra escapar al ataque del Natriols, y Osmur fue hasta la puta ciudad para entregarse y delatarme a fin de retirar una parte de sus cargos para con la Guardia de la Ciudad, quizá me culpó de la muerte de los demás junto con la de los putos caballeros, se advirtió, quedándole un sabor amargo en la boca al final. Conocía a Osmur, y sabía que era una maldita rata capaz de abandonar cualquier barco en llamas. Tras caminar durante un largo tiempo, pudo distinguir la silueta de una montaña a la distancia, podría ser que uno o dos kilómetros lo separaran de ella. No le importó el cansancio del que eran dueños sus músculos y siguió hasta que se encontró bajo su abrigo. Una vez ahí, no caminó mucho para cuando dio, para su buena fortuna, con lo que había estado buscando: un escondite; una estrecha cueva oscura lo invitó a pasar y, sin dudarlo, accedió. El lugar no era muy grande, y desde el fondo se lograba distinguir la entrada junto con las débiles sombras de los arboles que se agitaban alrededor. Permaneció sentado en el fondo, observando al exterior sin ser visto gracias a la densa oscuridad que ahí predominaba. Por largas horas mantuvo los ojos abiertos pese a que estos le pesaban tanto que parecía traer arena en sus órbitas. * * * —Es lo mejor que podemos hacer; el trabajo dentro de la ciudad es escaso, y en su mayoría sólo es temporal —opinó Osmur con un pedazo de carne en sus manos; estaba seca cual madera. —No lo sé, al menos aquí dentro estamos seguros —respondió Reihel con un tarro lleno de agua. —¿Seguros, dices? ¿Y qué peligros podrían acecharnos allá afuera? No existe nada peor que ver cómo nos hacemos viejos dentro de este lugar con olor a m****a —objetó Osmur sin intención alguna de alejarse de sus ideales. —Si la comida es difícil de conseguir dentro de la ciudad, en las afueras debe ser todo un pedo —se entrometió Gárslok. —Vamos, Garlosk, no seas estúpido, con el poco dinero que tenemos podemos comprar algunas trampas para cazar carne fresca y no esta porquería —bramó, alzando su trozo de carne por encima del hombro; por un momento pareció que la arrojaría. —¿Y si no conseguimos cazar nada? He escuchado que es difícil encontrar algo allá afuera, y para tener éxito es necesario alejarse demasiado de la ciudad —interfirió Reihel. —También lo he escuchado, pero bien podemos robarla, ¿qué dices? Yo no pretendo seguir engordándole los bolsillos a esos pendejos —soltó, señalando hacia atrás como si los culpables de su desdicha se encontraran ahí—. Una vez fuera podremos hacer lo que queramos —añadió, recargándose sobre la vieja mesa para inclinarse al frente y tenerlos más cerca—. No necesitaremos dinero, y cazaremos o robaremos todo lo que nosotros queramos comer. Y, al final, podremos buscar alguna aldea pequeña y establecernos allí, conseguir buenas esposas y morir en paz. —Ahora sí suena más atractiva tu idea, amigo. —Gárslok miró a los demás con una amplia sonrisa. En ese instante imaginó a su futura esposa, con grandes tetas y con un culo imponente. —Sabes que tengo razón. Los cuatro conocemos la vida dentro de la ciudad, y está llena de miseria y m****a. No tenemos tierras para cultivar, y aunque las tuviéramos, no hay muchas cosas que se puedan cosechar bajo el abrigo de la oscuridad. —¿Y Erion? —intervino Reihel al notar que el entusiasmo iba en aumento en sus amigos—. No puedo abandonarlo. —Puedes traer a tu hermano si quieres. ¿O acaso es esta la vida que tus padres habrían deseado que le dieras? Oh, claro que no, amigo mío, y te aseguro que si ellos estuvieran vivos habrían hecho lo posible por ofrecerle a él y a ti una mejor vida, incluso si se hubieran visto obligados a abandonar esta maldita ciudad mierdera rodeada de muros, te lo digo yo, que los conocía bastante bien. ¿De quién intentan protegernos? Créanme cuando les digo que las murallas no se hicieron antes de la Época de Hierro, estas se levantaron cuando la Condena de Ildarios apareció. Sólo nos mantienen aprisionados en este jodido lugar, ¿para qué?, pues para que la gente gaste su puto dinero en lo que se vende aquí, y sólo aquí. —Golpeó la mesa con el puño cerrado como si estuviera transmitiendo una gran verdad. —Me uniré a ustedes, entonces. Pero no pienso robar nada ni dejar que Erion se ensucie las manos, ¿de acuerdo? Las palabras de Reihel no parecieron ser una molestia para Osmur, quien sólo se limitó a asentir con la cabeza y a tirar el pobre pedazo de carne seca que había sostenido entre sus dedos por tanto tiempo. La luz de la fogata perdió fuerza y el callejón fue cubierto, casi en su totalidad, por la noche. Gárslok dio un sorbo de agua y tiró la que había sobrado, lanzando un quejido al final, luego dijo: —Me encargaré de conseguir cerveza, barriles de ron o tequila, no importa. Al menos, si no vamos a comer allá afuera, podemos beber en el camino. —Espera, me parece una mejor idea eso de comprar algo de cerveza, incluso, en lugar de gastar nuestro dinero en trampas, podríamos comprar también algo de comida. Yo me encargaré de conseguir las putas trampas… ah, y una o dos espadas; nos podrían servir bastante —sugirió Osmur. Se veía bastante emocionado. —¿Y cuándo partiremos? —quiso saber Reihel. Se la había pasado de pie, yendo y viniendo, desde que Osmur mencionó su idea, pero, al final, se sentó en el suelo, al lado de Gárslok. —Cuanto antes mejor. Y ya que no piensas ayudarnos con el tema de los posibles robos, ¿podrían intentar conseguir agua como mínimo? La resaca es asquerosa, y no podemos vivir tomando cerveza y tequila. Más que una sugerencia, a Gárslok le pareció que las palabras de Osmur fueron una orden. —Veré qué puedo hacer. Hoy mismo hablaré con Erion para que se prepare para partir. Ergun, que hasta entonces se había limitado a escuchar, lo cual era casi siempre ya que no tenía mucho seso, mostró una sonrisa tan grande que sus asquerosos dientes quedaron desnudos. Aún recordaba con exquisito detalle lo que sucedió ese maldito día. Por supuesto que entonces ignoraba la tremenda estupidez a la que se estaban encaminando. * * * Hasta el interior de la cueva llegaron varios sonidos, aunque por el fuerte eco que se creaba ahí dentro, Gárslok no supo decir con exactitud qué los producía, pero, conforme los segundos se desgranaron, dedujo que se trataba de herraduras que golpeaban las rocas, además, también, distinguió varias voces junto con los relinchos de algunos caballos. Se pegó todo lo que pudo a la pared de la cueva y se tiró al suelo para observar y no ser observado. Sus ojos se encontraban demasiado cansados por ver hacia el mismo sitio, por lo que no llegó a percibir los movimientos mas leves de las sombras de los arboles cercanos. Mientras mantuvo su guardia no vio nada extraño, tampoco escuchó un sonido diferente, sólo los mismos. Conforme el tiempo se diluyó, estos se fueron alejando. Respiró con más calma. Pese a encontrarse más tranquilo, decidió aguardar en la misma posición un tiempo más, al menos hasta que los sonidos cesaran por completo. Lanzó un suspiro e inhaló con profundidad. —Hola —se escuchó de pronto una voz extraña que tensó todo el lugar en un abrir y cerrar de ojos. Gárslok no contestó, se limitó a contener el aliento para no ser descubierto. Se largará si no me ve, pensó con seguridad al tiempo que tensaba todo su cuerpo para no hacer ningún movimiento. —Sé que estas aquí dentro. Sal de una vez —ordenó. Para entonces Garlosk supo que se trataba de una mujer. Aun así no se atrevió a responder. Vamos, lárgate de una vez, suplicó en su interior. Si a la mujer se le ocurría hablarle a los hombres que pasaron hace rato, bien podría darse por muerto. Lárgate. Lárgate ya. —Si no vas a salir, entonces tendré que entrar. —Las palabras de la mujer, aunque fueron mencionadas con dulce voz, sonaron a amenaza. Intentó mantenerse quieto, lo cual resultó imposible cuando una sombra delgada entró a la cueva y con pasos lentos acortó la distancia hacia donde se encontraba. Gárslok suspiró y casi de inmediato se puso de pie sin apartar la vista de la mujer. —¿Quién eres? —preguntó con voz temblorosa. —Me llamo Arkelia —respondió casi al instante, como si anticipara la pregunta. —Y ¿qué es lo que quieres de mí? —continuó. —¡Ah! —exclamó con dulzura—, ¿de modo que crees poder ayudarme? —No me refería a eso —contestó, y por un efímero instante temió por su vida, aun a pesar de no conocer a la mujer, a pesar de no saber quién mierdas podría ser, sintió un peligro mortal que recorrió su espina y destrozó sus nervios. —¿Crísdel?, ¿dónde está Crísdel? —interrogó ella, dando un paso más al frente. —No sé de quién hablas. —Negó con la cabeza al tiempo que habló. —¿Estás seguro? —continuó Arkelia, y volvió a avanzar un par de pasos más. ¿Crísdel? Sé que he escuchado ese nombre antes, ¿lo recuerdo, o no lo recuerdo?… ¡En el molino!, la mujer que estaba inconsciente y la misma que el Espíritu Negro fue a buscar… Espíritu Negro… Hizo una pausa en el momento en el que este pensamiento perforó su mente. Alzó la vista y miró con detenimiento a la mujer. Arkelia, su nombre es Arkelia. Su respiración se aceleró. —Sé dé quién hablas, pero no tengo idea de dónde se encuentra —comentó, y a pesar del temor que subyugaba por completo a su cuerpo, no dejó de ver al Espíritu Negro, parecía hipnotizado. —¿La conoces o no? —preguntó con un dejo de ira. —¡No, no la conozco! —exclamó. Sus labios tiritaron al pronunciar estas palabras a causa del temor del que era presa. La mujer se acercó tanto a Gárslok que el velo de la oscuridad que los separaba se difuminó. Una fuerza extraña e indescriptible lo paralizó, y mientras permaneció en dicho estado, pudo observar con detenimiento al Espíritu Negro. Tenía el cabello demasiado corto, pero el flequillo era largo, y descendía de su cabeza, como una cascada espumosa, por ambos lados de su rostro para terminar unos centímetros más arriba de sus pechos. Su cara era delgada, sin ninguna cicatriz, pero algunas erosiones, casi imperceptibles, le daban un aspecto intimidante. Gárslok no supo decir si estas ya estaban ahí desde antes de su muerte, o si la misma muerte y vida en la Torre de Elcros las erosionaron. Llevaba un corset de metal oscuro muy delgado que bajaba en forma de falda, y abajo de ésta colgaba una manta un poco rasgada. El quijote protegía solo la mitad de sus cuádriceps para seguir con las rodilleras y grebas. Portaba unas botas cortas algo sucias. En sus brazos sólo llevaba los guardabrazos sin coderas ni hombreras. De donde iniciaban sus pechos hacia arriba, básicamente no estaba protegida por ninguna clase de armadura; podía observarse, navegar y naufragar en su delgado cuello. Nunca había tenido la oportunidad de contemplar a un Espíritu Negro, y mucho menos llegó a creer que llegaría a ver uno tan cerca. Y aunque lo que presenciaba no era para nada desagradable, tenía miedo: estaba convencido de que no faltaba mucho tiempo para que se convirtiera en su alimento. —Entonces ¿qué hacía con ustedes en el molino? —Ergun y Osmur la llevaron ya que pensaron que estaba muerta; supongo que querían quitarle las armaduras. —Más que una respuesta, sus palabras parecían los lloriqueos de un niño. —Está bien, te creo. Ahora búscala —ordenó, acortando aún más la distancia. Olió su aroma; un fuerte olor a sangre fresca, como si un centenar de cuerpos estuvieran siendo drenados y la sangre se almacenara en un enorme abrevadero. —¿Pe… pero dónde? —tartamudeó, y al final tragó saliva para refrescar su agrietada garganta. —No lo sé. Sólo búscala, y es mejor que la encuentres. —Y si la encuentro, ¿qué es lo que debo hacer? —Intentará ir a la Puerta Oculta, llévala a cualquier lado menos ahí, y, si es posible, intenta acercarla de nuevo a las afueras de la ciudad. —Pero, si la encuentro, ¿cómo lo sabrás? —No lo sabré, pero me será más fácil encontrarla dentro de las Tierras de Édorel que afuera. Sólo haz lo que te he dicho, o la próxima vez que te vea usaré tu cuerpo para saciar mi apetito. —¿Quién es ella?, ¿por qué la buscas? —Su atrevimiento podría costarle caro, pero no en ese momento, no, porque ella lo necesitaba. —Sabes lo que pasó con tu amigo, ¿verdad? —cuestionó, y al instante una sombra se alzó e inundó la cueva, si había un pequeño rayo de luz que entraba desde afuera, este se extinguió al instante. Entendió cuál era el fin de esta pregunta, así que se limitó a asentir con la cabeza. La mujer sonrió y al instante dio media vuelta. Se alejó lentamente y casi al llegar a la salida se detuvo de nuevo. —Mantén tu boca cerrada, ¿entiendes?, no digas nada de lo que viste aquí o en el molino, al menos no a ella. Gárslok asintió con detenimiento, luego el Espíritu Negro, o Natriols, como los Mortales los conocían, salió de la cueva y se perdió con celeridad en la brumosa noche. Quedó bajo el abrigo de la oscuridad y la soledad. Y así mantuvo el lugar por un largo rato. Mientras estuvo ahí, una húmeda ráfaga de aire caliente entró hasta el fondo de la cueva y lo sofocó. Decidió salir, pues ya no se sentía para nada seguro dentro de ese sitio. Avanzó hasta la entrada, y una vez que llegó hasta el umbral de la cueva se detuvo, estiró el cuello y miró fuera, de un lado a otro, y, al confirmar que se encontraba solo, continuó. El viento afuera corría fuerte, pero con una agradable frescura. Un sendero se extendía de izquierda a derecha frente a él y del otro lado se levantaba una infinidad de árboles, muy pegados unos de otros, que agitaban sus ramas con ferocidad a causa del aire. A Garlosk le pareció un ejército de gigantes que marchaba a la guerra, moviendo sus espadas con sus gruesos brazos. No siguió el sendero, y en su lugar se inventó el suyo, caminando entre los árboles. Cruzó unos cuantos arroyos secos, y se alejó de ellos con indiferencia. Algunas veces giraba a la izquierda y otras a la derecha, luego continuaba en línea recta; todo esto lo hacía con la finalidad de no ser perseguido. Conocía las Tierras de Édorel, no tan bien como la palma de su mano, pero, a pesar de nunca haber transitado por ese sitio, sabía en qué lugar se encontraba y lo que le esperaba más adelante si seguía. Se detuvo durante unos segundos y miró hacia su lado derecho; sabía que más allá se encontraba la ciudad de Édorel, lo habría sabido aún sin ver el resplandor de las luces que subía feroz sobre los cielos como llamas rojizas. Experimentó una fuerte sensación de nostalgia, e incluso interrumpió su paso y cambio de dirección; hacia la ciudad, pero sólo dio unos cuantos pasos antes de detenerse, exhalar un hondo suspiro y regresar sobre sus pasos para seguir. Estaba solo, condenado, y no tenía a dónde ir. Continuó su camino, y esta vez lo hizo sin alzar la vista, esto con el fin de contener el fuerte impulso de ir a la ciudad. Su interrumpible y tormentosa marcha lo llevó, una vez más, al frente de una montaña, cuyo tamaño era mucho mayor que la anterior. Su sombra era intimidante pese a que gran parte de su figura era devorada por la oscuridad, parecía una bestia enorme que estaba al acecho. Aunque tardó bastante, al final llegó hasta ella. Al caminar alrededor logró distinguir con más claridad los arroyuelos que la surcaban y bajaban hasta la parte baja. En una zona de la extensa falda de la montaña se extendía un río que recorría el suelo como tinta sobre una hoja de papel. Sus aguas brillaban de un intenso color azulado, y con su misma fuerza iluminaba gran parte de la montaña, creando un paisaje afable y analgésico. El Río de las Luciérnagas, ya hacía bastante tiempo que no lo miraba, pensó mientras daba pasos cortos hacia el lugar. Sus ojos volvían a quedar maravillados ante dicho espectáculo, que pese a que ya lo conocía bastante bien, aún no terminaban de acostumbrarse al intenso resplandor que coloreaba la montaña y acentuaba sus tortuosos relieves. Llegó a la orilla del río y se dejó caer al suelo, sobre el césped húmedo. Cerró los ojos y de inmediato el sonido de la corriente lo relajó. Fue transportado a una hermosa tranquilidad, por lo que no tardó en maldecir el momento en el que la perdió. Inhaló una enorme cantidad de aire e intentó olvidar su desdicha, y lo logró, cayendo en un profundo sueño. No sabría decir con exactitud cuánto tiempo permaneció dormido, ignorando los peligros que se cernían sobre él, pero un leve sonido alteró sus nervios, obligándolo a despertar. Se sentó y miró a su alrededor. Muy cerca logró distinguir un pequeño conejo que roía el pasto, y que al parecer ni siquiera se había dado cuenta de su presencia. El hombre sonrió bajo la apacibilidad del paisaje. Sin hacer ruido, extendió su brazo derecho y comenzó a palpar el suelo con la mano en busca de alguna roca, cuando la encontró, la lanzó con furia hacia el pequeño animal. El golpe fue certero, y el conejo cayó desplomado al suelo, lanzando patadas al aire. Gárslok sonrió a la nada antes de levantarse e ir por su presa. Dedicó un poco de tiempo para hacer una fogata con unas cuantas ramas secas que juntó no muy lejos del lugar. Desolló al animal y lo colocó sobre las llamas, y aunque no llevaba consigo algún condimento, y la carne que estaba pegada a los huesos era poca, creyó que era la mejor que había comido en un largo tiempo. Al terminar el trozo de carne se puso de pie, tiró una meada, y, antes de iniciar con su nueva travesía, dedicó una última mirada al paisaje, luego caminó hasta la orilla del río y metió la cabeza en el agua para refrescarse. Dio un gran sorbo y se marchó. Su largo cabello húmedo se le pegaba a la frente, mejillas y cuello. Sólo debo encontrarla, sólo eso, y cuando lo haga podré largarme a una de esas aldeas que se encuentran en la orilla de Édorel. No importa a cuál, solo me vasta con que tengan cerveza y haya buenas mujeres, pensó a fin de darse ánimos y no claudicar en su búsqueda. El camino por el borde del río fue extenso al igual que cansado. De cuando en cuando miraba a su lado derecho, allá donde la montaña descansaba, y de manera automática sus músculos se distensaban y la tormenta en su mente se disipaba. Era sorprendente la cantidad de paz que le inyectaba dicho lugar. Poco a poco fue dejando la montaña a sus espaldas; se alejó de ella y del río. Más adelante la oscuridad lo acobijó de nuevo, obligándolo a caer en su miserable realidad, y a abordar esos pensamientos en los que se cuestionaba, una y otra vez, si lo que hacía era demasiado inteligente. Es posible que esa tal Crísdel acabe conmigo si es que me acerco demasiado a ella y la presiono a seguirme, se advirtió, deteniendo su marcha. No se había puesto a pensar en esta posibilidad, y vaya que era una posibilidad. No supo qué hacer, y fue justo por esta inmensa duda que duró algún tiempo ahí, de pie y sin moverse. No lo haré, se dijo. ¿Para qué demonios iba a desgastarse en buscarla y entregársela al Espíritu Negro si en esos instantes ya era libre? Sería muy estúpido de mi parte. Miró a todos lados, alerta ante los sonidos que se creaban alrededor: el viento golpeó la hierba húmeda y agitó las vetustas y agrietadas ramas de los árboles; más lejos se escuchaba el afligido canto de algunos pajarillos, pero no más. Nadie lo estaba siguiendo. Tomó una gran bocanada de aire y exhaló, lanzando una sonrisa al final. Dio media vuelta y comenzó una nueva marcha. Mantuvo su mente ocupada en contemplaciones más amenas. Pensó en cualquier tema, menos en el que tal vez le costaría el pellejo.II
III BHELDRIKEl bullicio de la ciudad atormentaba cada rincón dentro del castillo, robaba la tranquilidad que tanto anhelaba. Cada eco que creaban sus pasos en el enorme salón lo arrullaba de cierta manera, aunque las campanas a lo lejos y los gritos del exterior atormentaban una mente ya atormentada.Las sillas estaban vacías, el salón entero había caído en un silencio espectral después de la reunión del Consejo de la Ciudad. Se encaminó sobre la alfombra esmeralda hasta la enorme p
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VI BELDEROKAllá a lo lejos, las antorchas parecían atraerle con una gran intensidad, el aire caliente comenzó a ser más denso conforme acortaba distancias hacia la Ciudad de Edorel. Incluso le llegó un aroma a mierda conforme las murallas devoraban la oscuridad para alzarse como feroces e inertes sombras inquebrantables. Un delgado y llamativo olor a mierda que le provocó náuseas.Los caminos abajo eran casi devorados en su mayoría por la brusquedad de la neblina. Re
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Último capítulo