Eva nunca creyó en lo sobrenatural hasta que su vida se convirtió en una pesadilla. Desesperada por salvar a su familia de una ruina inminente, acepta la propuesta de un enigmático hombre que parece conocer cada uno de sus secretos. Sin saberlo, firma un contrato con un ser que no es humano. Damián es antiguo, peligroso y despiadado. Un demonio con siglos de historias marcadas por el sufrimiento ajeno. No suele hacer pactos sin una agenda oculta, y Eva es una pieza clave en su juego. Sin embargo, a medida que los límites entre el amo y su prisionera se desdibujan, también lo hace la línea que separa el odio del deseo. En un mundo donde lo sobrenatural acecha en las sombras, Eva descubrirá que su alma no es lo único en riesgo. Porque jugar con un demonio no solo tiene un precio, sino que también puede volverse una condena eterna.
Leer másDamiánEva piensa que aún tiene control. Que puede resistirse a mí, a lo que su propio cuerpo comienza a exigirle en silencio. La veo cada día intentar aferrarse a su humanidad como si fuera un escudo, pero en mi mundo, la moral es un concepto abstracto, frágil. Y hoy, voy a demostrárselo.Me reclino en la silla de cuero negro de mi estudio, observándola desde la distancia. Su postura es rígida, desafiante, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mandíbula apretada. Me gusta verla así: como una fiera atrapada en una jaula que todavía cree que puede morderme.—Te haré una pregunta, Eva —murmuro con calma, dejando que la anticipación se filtre en mi tono—. ¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para sobrevivir?Sus ojos centellean con algo entre rabia y duda. Está aprendiendo que las respuestas correctas en mi mundo no existen, solo elecciones… y consecuencias.—No voy a jugar tus juegos.Me río bajo, casi divertido.—Oh, pero ya estás jugando, aunque no te des cuenta.Me pongo de pi
EvaNo sé cuánto tiempo ha pasado desde que estoy aquí. Un día, una semana, un siglo. En este lugar, el tiempo no tiene sentido. Pero sí el peligro.Especialmente cuando se trata de él.Damián no me deja respirar. No me da tregua. Me desafía con cada palabra, con cada mirada cargada de algo oscuro y peligroso.—Sigues mirándome como si fuera un monstruo, Eva.Su voz me envuelve, baja y aterciopelada, como una caricia envenenada.—Eso es porque lo eres.Una lenta sonrisa curva sus labios.—Si realmente lo creyeras, no estarías tan intrigada por mí.—No estoy intrigada. Estoy atrapada. Es diferente.Camina hacia mí, cerrando la distancia con esa forma suya de moverse, letal y elegante, como un depredador que sabe que su presa no tiene escapatoria.—¿Eso crees? —murmura, inclinándose apenas para que su aliento roce mi piel—. Porque yo veo algo más en tus ojos.Contengo la respiración.No. No voy a caer en sus juegos.Pero mi cuerpo no escucha. Se queda ahí, tenso, atrapado en la telaraña
DamiánEva estaba de pie, con los labios apretados en una línea tensa y la mirada encendida de desafío. Su respiración aún era agitada, pero no por miedo. Era por ira.Había esperado que se derrumbara después de su primer encuentro con la bestia. Que temblara, que suplicara. Pero no. La humana tenía fuego en las venas, y eso me entretenía más de lo que debería.—¿Qué demonios fue eso? —espetó, con la barbilla alzada.Sonreí. Me encantaba cuando trataba de mostrarse fuerte.—Una prueba —respondí con ligereza—. Y la superaste.Su mirada chispeó con rabia.—¿Una prueba? ¿Casi me matas por una prueba?Di un paso hacia ella y, para mi satisfacción, no retrocedió. Interesante.—Si realmente hubiera querido matarte, ya estarías muerta, pequeña.La vi tragar saliva, pero no se dejó intimidar.—Dime una sola razón por la que no debería odiarte.Mis labios se curvaron en una sonrisa ladeada.—Porque soy lo único que se interpone entre tú y un destino mucho peor.Eva frunció el ceño, pero antes
EvaDesperté con un dolor sordo en todo el cuerpo, como si hubiese corrido una maratón y luego me hubieran arrojado contra una pared de piedra. Lo peor era que no recordaba cómo me había quedado dormida. Lo último que tenía en la memoria era la voz de Damián, susurrando su condenada frase: Tu dueño.El simple recuerdo me hizo rechinar los dientes.Me incorporé en la cama—o al menos, lo que pretendía ser una. El colchón era firme, más parecido a un lecho de piedra cubierto con una fina capa de terciopelo negro. La habitación no tenía ventanas, pero una tenue luz rojiza emanaba de las paredes mismas, creando una atmósfera infernal.Bienvenida a tu nueva vida, Eva.Un escalofrío me recorrió la espalda.—¿Descansaste bien, gatita?La voz profunda y grave de Damián resonó antes de que lo viera. Me giré de golpe, encontrándolo apoyado contra la puerta, con esa maldita sonrisa de depredador decorando su rostro.—No soy un animal —espeté.—Eso está por verse.Sus ojos se oscurecieron con algo
DamiánLa miro y me deleito con la forma en que su cuerpo se tensa, con la forma en que sus labios se entreabren como si quisiera gritar, pero se contuviera a último momento. Su miedo es un perfume embriagador, sutil y tentador, y me provoca una satisfacción oscura saber que es por mi causa.Eva aún no lo entiende.No comprende lo que ha hecho, lo que significa haberme entregado su alma con esa firma descuidada. Pero lo hará.Con el tiempo.Con dolor.Ella respira agitadamente, su pecho sube y baja con una desesperación que apenas puede controlar. Su mente está procesando lo imposible, tratando de encontrar una salida donde no la hay. Sus ojos azules me desafían, pero su pulso la delata.—Tienes miedo —le murmuro con una sonrisa, dejando que mi voz roce su piel como una caricia venenosa.Ella levanta la barbilla, intentando ocultar el temblor en sus manos.—¿Y quién no lo tendría? —responde con una valentía temblorosa—. Acabo de firmar un trato con un demonio.Ah, ahí está.El reconoc
EvaEl sonido de la lluvia golpeando contra la ventana era el único ruido en la habitación. Me aferré a la taza de café frío entre mis manos, intentando calmar el temblor de mis dedos. No funcionó.El mundo a mi alrededor se desmoronaba y yo no tenía manera de sostenerlo. La deuda nos ahogaba. El negocio de mi padre estaba a punto de ser embargado, la casa donde crecí ya no nos pertenecía, y el hospital nos negaba el tratamiento que mi madre necesitaba. ¿Cómo era posible que una vida pudiera derrumbarse tan rápido?Apreté la mandíbula y tomé una bocanada de aire, pero el oxígeno no lograba aliviar el nudo en mi pecho. Quizá si hubiera aceptado aquella oferta degradante de mi jefe, seguiría teniendo trabajo. Quizá si no hubiera gastado tanto tiempo en sueños imposibles, habría encontrado una salida antes de que fuera demasiado tarde.Pero ya no había "quizás" que valieran. Solo me quedaba una verdad aplastante: estaba desesperada.Golpearon la puerta.Me sobresalté. No esperaba a nadie