TENTACIÓN Y PELIGRO

Eva

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que estoy aquí. Un día, una semana, un siglo. En este lugar, el tiempo no tiene sentido. Pero sí el peligro.

Especialmente cuando se trata de él.

Damián no me deja respirar. No me da tregua. Me desafía con cada palabra, con cada mirada cargada de algo oscuro y peligroso.

—Sigues mirándome como si fuera un monstruo, Eva.

Su voz me envuelve, baja y aterciopelada, como una caricia envenenada.

—Eso es porque lo eres.

Una lenta sonrisa curva sus labios.

—Si realmente lo creyeras, no estarías tan intrigada por mí.

—No estoy intrigada. Estoy atrapada. Es diferente.

Camina hacia mí, cerrando la distancia con esa forma suya de moverse, letal y elegante, como un depredador que sabe que su presa no tiene escapatoria.

—¿Eso crees? —murmura, inclinándose apenas para que su aliento roce mi piel—. Porque yo veo algo más en tus ojos.

Contengo la respiración.

No. No voy a caer en sus juegos.

Pero mi cuerpo no escucha. Se queda ahí, tenso, atrapado en la telaraña de su presencia. Y él lo sabe.

Lo peor es que disfruta de mi lucha.

—Damián… —Su nombre escapa de mis labios antes de poder detenerlo.

Él sonríe. Como si acabara de ganar.

Y odio que parte de mí sienta que quizás tenga razón.

Damián no se aparta. Se queda ahí, invadiendo mi espacio, dominando el aire con su presencia abrumadora. Su mirada me estudia con la paciencia de alguien que ya sabe el final del juego, como si estuviera esperando a que yo también lo entendiera.

No. No voy a caer.

Retrocedo un paso. Luego otro. Pero la pared fría detiene mi escape.

—¿Sigues huyendo, Eva? —Su tono es un susurro cargado de burla y peligro—. No hay adónde correr.

—Eso ya lo descubrí —respondo, alzando la barbilla en un desafío que solo lo divierte más.

Su mano se apoya junto a mi rostro, encerrándome sin tocarme. La electricidad entre nosotros es sofocante, un vaivén entre atracción y rechazo que me debilita.

—Dime, Eva… —Su voz es grave, lenta, envolvente—. ¿Por qué tiemblas?

—Porque me repugnas.

La mentira se rompe entre nosotros en cuanto la digo. Lo veo en la forma en que su sonrisa se ensancha, en la manera en que sus ojos brillan con esa certeza infernal.

—¿Eso crees? —Su otro brazo se eleva, encerrándome por completo—. Entonces, dime… ¿qué es lo que realmente sientes cuando estoy tan cerca?

No. No voy a responderle.

Pero mi cuerpo traicionero ya ha hablado por mí.

Damián lo sabe.

Y esa maldita certeza lo divierte demasiado.

La distancia entre nosotros es casi inexistente. Mi respiración es errática, mi piel arde con una intensidad que no quiero aceptar. Damián lo percibe, lo disfruta.

—Puedes mentirme todo lo que quieras, pero tu cuerpo no sabe cómo hacerlo —musita, su voz vibrando entre nosotros.

Mis manos se aferran a la pared, como si pudiera atravesarla con la fuerza de mi voluntad. Pero él es la única barrera real en este momento. Su cercanía me asfixia, su calor es una amenaza que me roba la claridad.

—No me interesa lo que crees saber —respondo, con un tono que intento hacer firme.

Damián suelta una carcajada baja, un sonido que resuena en mi pecho como una advertencia.

—¿Ah, no? —Su aliento roza mi mejilla antes de deslizarse hasta mi oído—. Entonces, ¿por qué no te apartas?

Mi mandíbula se tensa.

—Porque no tengo opción.

—Siempre tienes opción, Eva.

Mis ojos se clavan en los suyos. Oscuros. Infinitos. Peligrosos.

—Entonces dime —susurra, con una paciencia infernal—. ¿Quieres que me aleje?

Cada fibra de mi ser grita que sí. Que lo haga. Que desaparezca y me deje recuperar el control. Pero mi boca… mi boca se niega a pronunciar las palabras.

El aire se vuelve denso.

Su rostro está tan cerca que puedo ver la curva de su sonrisa torcida, puedo sentir la energía oscura que lo rodea, un abismo al que sé que no debería acercarme.

Pero hay algo en él… algo en esa maldita intensidad que me jala como un imán.

Y lo odio por eso.

—Lo que quiero o no quiero no te concierne —logro decir al fin.

Damián inclina la cabeza, como si estuviera estudiando un nuevo enigma.

—Ah, pero sí me concierne, Eva —su voz se desliza como un veneno dulce—. Porque me perteneces.

Su afirmación golpea algo en mi interior. Un fuego furioso.

—No soy tuya.

Su sonrisa se ensancha, lenta, peligrosa.

—Eso es exactamente lo que diría alguien que empieza a dudar de sí misma.

El coraje me sacude de golpe. Con un movimiento rápido, empujo su pecho con ambas manos. No se mueve ni un centímetro, como si fuera una maldita estatua de mármol.

Damián solo observa mi intento con diversión.

—¿Eso fue un intento de defensa? —bromea.

Mi frustración crece, pero antes de que pueda replicar, algo cambia en su expresión. Su diversión se apaga. Su mirada se endurece, su postura se vuelve tensa.

Y en un parpadeo, me aparta de la pared con un solo movimiento.

—Muévete —ordena.

—¿Qué…?

Pero entonces lo escucho.

Un sonido gutural. Bajo. Amenazante.

Algo nos está acechando.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP