LA PRIMERA PRUEBA

Eva

Desperté con un dolor sordo en todo el cuerpo, como si hubiese corrido una maratón y luego me hubieran arrojado contra una pared de piedra. Lo peor era que no recordaba cómo me había quedado dormida. Lo último que tenía en la memoria era la voz de Damián, susurrando su condenada frase: Tu dueño.

El simple recuerdo me hizo rechinar los dientes.

Me incorporé en la cama—o al menos, lo que pretendía ser una. El colchón era firme, más parecido a un lecho de piedra cubierto con una fina capa de terciopelo negro. La habitación no tenía ventanas, pero una tenue luz rojiza emanaba de las paredes mismas, creando una atmósfera infernal.

Bienvenida a tu nueva vida, Eva.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

—¿Descansaste bien, gatita?

La voz profunda y grave de Damián resonó antes de que lo viera. Me giré de golpe, encontrándolo apoyado contra la puerta, con esa maldita sonrisa de depredador decorando su rostro.

—No soy un animal —espeté.

—Eso está por verse.

Sus ojos se oscurecieron con algo que no supe descifrar, y antes de que pudiera abrir la boca para lanzar otro insulto, chasqueó los dedos.

El aire cambió.

De repente, la habitación se desvaneció a mi alrededor, como si nunca hubiese existido.

El suelo bajo mis pies ya no era de piedra lisa, sino de un material áspero y polvoriento. A mi alrededor, el paisaje era una extensión infinita de oscuridad rota solo por extrañas formaciones rocosas. Un viento helado, cargado de un olor metálico—como sangre seca—acarició mi piel, haciéndome temblar.

Giré hacia Damián, con los músculos tensos.

—¿Dónde estamos?

—En la arena. —Sus ojos brillaban con algo parecido a la diversión—. Y estás a punto de ganarte tu primer día de vida aquí.

El pánico me golpeó con una fuerza arrolladora.

—¿Qué?

—Cada día aquí es un privilegio, Eva —dijo con su tono seductoramente peligroso—. Y los privilegios deben ganarse.

Antes de que pudiera responder, un sonido gutural, bajo y vibrante, emergió de la oscuridad.

No.

No era un sonido.

Era un gruñido.

Me congelé.

Las sombras se movieron y una figura gigantesca emergió.

Lo primero que vi fueron los ojos: dos esferas amarillas brillando en la negrura. Luego, el resto del cuerpo se materializó poco a poco bajo la luz rojiza.

Era una criatura imposible. Su piel era un entramado de placas óseas y músculos tensos. Sus garras eran largas, afiladas y chorreaban algo espeso que siseaba al tocar el suelo, quemándolo.

El miedo me estranguló.

—Corre —susurró Damián.

Y lo hice.

Mis piernas se movieron antes de que mi cerebro pudiera procesarlo del todo.

Corrí.

El suelo bajo mis pies era áspero y traicionero, resbaladizo por la fina capa de polvo que parecía adherirse a todo. Pero no me detuve. No podía. Detrás de mí, el gruñido de la criatura se convirtió en un rugido desgarrador, seguido por el sonido de garras golpeando la tierra.

Me perseguía.

El terror se apoderó de mi pecho, oprimiendo mi respiración mientras forzaba a mis piernas a seguir adelante. La oscuridad a mi alrededor era un laberinto de sombras retorcidas, y cada vez que pensaba que había encontrado un camino seguro, una de esas formaciones rocosas me bloqueaba la salida.

No hay salida.

El pensamiento me golpeó con la fuerza de un puñetazo en el estómago.

No importa cuánto corriera, este no era un lugar normal. Era un terreno controlado por Damián, y si él quería que no escapara, no lo haría.

El rugido de la bestia se acercó demasiado.

Me giré justo a tiempo para ver una sombra enorme abalanzándose sobre mí. Un grito se me quedó atrapado en la garganta mientras me lanzaba al suelo, rodando en el último segundo. Un golpe ensordecedor sacudió el suelo cuando la criatura aterrizó donde yo había estado un segundo antes.

Mi corazón martilleaba en mi pecho.

Voy a morir.

El pensamiento era frío y absoluto.

El monstruo giró su enorme cabeza hacia mí, sus fauces entreabiertas revelando dientes tan largos como dagas, y una baba negruzca goteando de sus labios. Sus ojos brillaban con inteligencia oscura, como si disfrutara alargando mi sufrimiento.

Desde algún lugar en la distancia, escuché la risa de Damián.

Hijo de…

Mi rabia creció junto al miedo, formando un torbellino en mi interior. No podía morir aquí. No sin pelear.

Y entonces, algo cambió.

El pánico ya no era solo pánico. Era algo más.

Un calor extraño se encendió en mis venas, extendiéndose por mi cuerpo como fuego líquido. De repente, el aire se sintió diferente, vibrante.

El monstruo gruñó de nuevo y se lanzó hacia mí.

Pero esta vez, no corrí.

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