REGLAS DEL INFIERNO

Damián

Eva estaba de pie, con los labios apretados en una línea tensa y la mirada encendida de desafío. Su respiración aún era agitada, pero no por miedo. Era por ira.

Había esperado que se derrumbara después de su primer encuentro con la bestia. Que temblara, que suplicara. Pero no. La humana tenía fuego en las venas, y eso me entretenía más de lo que debería.

—¿Qué demonios fue eso? —espetó, con la barbilla alzada.

Sonreí. Me encantaba cuando trataba de mostrarse fuerte.

—Una prueba —respondí con ligereza—. Y la superaste.

Su mirada chispeó con rabia.

—¿Una prueba? ¿Casi me matas por una prueba?

Di un paso hacia ella y, para mi satisfacción, no retrocedió. Interesante.

—Si realmente hubiera querido matarte, ya estarías muerta, pequeña.

La vi tragar saliva, pero no se dejó intimidar.

—Dime una sola razón por la que no debería odiarte.

Mis labios se curvaron en una sonrisa ladeada.

—Porque soy lo único que se interpone entre tú y un destino mucho peor.

Eva frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, el aire a nuestro alrededor cambió.

Frío.

Afiliado.

Peligroso.

Mis sentidos se encendieron.

No estábamos solos.

La brisa helada serpenteó a nuestro alrededor, cargada de una energía oscura que no me pertenecía.

Eva también lo sintió. Su cuerpo se tensó, su respiración se aceleró apenas, pero no dio un paso atrás.

Qué fascinante criatura.

—Damián… —murmuró, y esta vez, la ira en su voz estaba teñida de algo más peligroso. Precaución.

Giré la cabeza ligeramente, activando mis sentidos. Lo que fuera que acechaba en las sombras no era un simple espectador. Estaba esperando su momento.

—Quédate detrás de mí —ordené, mi tono firme.

—Ni loca.

Rodé los ojos.

—Es adorable que pienses que tienes opción.

Pero antes de que pudiera moverla a un lugar seguro, la oscuridad explotó a nuestro alrededor.

Una sombra con forma distorsionada emergió de la nada, sus extremidades alargadas como garras buscando desgarrar la piel de Eva.

No.

No toques lo que es mío.

Me moví más rápido de lo que el ojo humano podía captar, bloqueando el ataque con una ráfaga de energía oscura. La criatura gruñó, sorprendida por mi intervención, pero no detuvo su embestida.

Eva soltó un jadeo, dando un paso atrás al ver cómo la bestia se retorcía en el aire.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó, su voz cortante pero sin el pánico que hubiera esperado de una humana.

Mis labios se curvaron.

—Algo que no querrás conocer de cerca.

Sin darle más tiempo, lancé otra ráfaga de energía, esta vez concentrada. La sombra chilló antes de desvanecerse en el aire, dejando tras de sí un rastro de cenizas flotantes.

Silencio.

Solo nuestra respiración y el eco lejano de la energía disipándose.

Eva me miró, con los labios entreabiertos y las manos crispadas a los costados.

—No te preocupes —dije con calma—. Solo era un mensajero.

Su ceño se frunció.

—¿Mensajero de quién?

Mis ojos se oscurecieron.

—De aquellos que creen que pueden desafiarme.

Eva no apartó la mirada.

—Entonces, ¿esto es tu infierno, Damián? ¿Un lugar donde los demonios te desafían y tú juegas a ser su rey?

Sonreí.

—No juegues con palabras que aún no entiendes, humana.

Ella me sostuvo la mirada por un largo instante. Y luego, para mi absoluto deleite, sonrió con burla.

—Entonces enséñame.

—Entonces enséñame.

Su desafío era una chispa en la oscuridad, una que no esperaba y que, sin embargo, encendió algo primitivo dentro de mí. La mayoría de los humanos, incluso los más arrogantes, aprendían a temerme en cuestión de segundos. Pero ella…

Eva no me tenía miedo.

No lo suficiente, al menos.

Di un paso hacia ella, acortando la distancia entre nosotros hasta que casi podía sentir el calor de su piel irradiando hacia mí. Su mandíbula se tensó, pero no retrocedió.

Interesante.

—¿Quieres que te enseñe, Eva? —murmuré, mi voz baja, con la cadencia de una amenaza velada—. ¿Sabes lo que estás pidiendo?

Su barbilla se alzó apenas, con ese aire desafiante que parecía grabado en su esencia.

—No tengo otra opción, ¿o sí?

Sonreí lentamente, dejando que mis ojos recorrieran su rostro, sus labios, la pulsación acelerada en su cuello.

—No. No la tienes.

Antes de que pudiera responder, chasqueé los dedos.

El espacio a nuestro alrededor se deformó. La realidad se rasgó como si alguien hubiese arrancado un pedazo del mundo y lo hubiese cosido con algo… distinto. Algo que no pertenecía a la comprensión humana.

Eva se tambaleó, llevándose una mano a la cabeza.

—¿Qué…?

—No es dolor, solo tu mente intentando procesar la transición —expliqué con calma.

Ella parpadeó rápidamente, obligándose a enfocar la vista. Cuando lo logró, su expresión se congeló.

Nos encontrábamos en el corazón de mi reino.

El paisaje se extendía ante nosotros como una pesadilla convertida en arte. Torres oscuras perforaban un cielo carmesí, sombras sin forma se deslizaban por el suelo como si fuesen criaturas vivas, y en la distancia, el eco de gritos ahogados flotaba en el aire, distorsionado y lejano.

—Bienvenida a mi mundo —murmuré junto a su oído, saboreando el estremecimiento que recorrió su espalda.

Eva no respondió de inmediato. Sus ojos recorrieron cada rincón, cada horror, con una mezcla de incredulidad y algo más profundo… algo que no esperaba.

Fascinación.

—Esto es…

—Infernal.

—Hermoso.

La sorpresa me atravesó antes de que pudiera detenerla.

Eva giró hacia mí, con los ojos brillando bajo la luz espectral del lugar.

—Es aterrador —admitió—, pero… hay algo en esto que… No lo sé. No esperaba que un infierno tuviera… orden.

Reí, bajo y gutural.

—No todo lo que es oscuro es caótico, Eva.

Ella frunció el ceño, pero no replicó. Su mente estaba procesando, absorbiendo, adaptándose.

Y eso, más que cualquier otra cosa, me dijo que había tomado la decisión correcta al traerla aquí.

—Ven —ordené, comenzando a caminar.

Ella vaciló por una fracción de segundo, pero luego me siguió, sin saber que cada paso que daba la alejaba más del mundo que una vez conoció.

Y la acercaba a mí.

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