JUEGO DE PODER

Damián

Eva piensa que aún tiene control. Que puede resistirse a mí, a lo que su propio cuerpo comienza a exigirle en silencio. La veo cada día intentar aferrarse a su humanidad como si fuera un escudo, pero en mi mundo, la moral es un concepto abstracto, frágil. Y hoy, voy a demostrárselo.

Me reclino en la silla de cuero negro de mi estudio, observándola desde la distancia. Su postura es rígida, desafiante, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mandíbula apretada. Me gusta verla así: como una fiera atrapada en una jaula que todavía cree que puede morderme.

—Te haré una pregunta, Eva —murmuro con calma, dejando que la anticipación se filtre en mi tono—. ¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para sobrevivir?

Sus ojos centellean con algo entre rabia y duda. Está aprendiendo que las respuestas correctas en mi mundo no existen, solo elecciones… y consecuencias.

—No voy a jugar tus juegos.

Me río bajo, casi divertido.

—Oh, pero ya estás jugando, aunque no te des cuenta.

Me pongo de pie lentamente, caminando hacia ella con la seguridad de un depredador que sabe que su presa no tiene escapatoria. Cada paso que doy hace que su respiración se acelere apenas perceptiblemente. Me encanta.

—Vamos a hacer algo diferente hoy —digo, deteniéndome justo frente a ella—. Una pequeña prueba. Solo para medir tu temple.

Eva alza el mentón, desafiante.

—No voy a hacer nada que me pidas.

—¿Eso crees? —Mi sonrisa es lenta, perezosa, pero cargada de algo mucho más oscuro—. Si realmente no quieres hacerlo, no lo harás. Pero si te resistes solo por el orgullo de hacerlo… bueno, entonces estás jugando exactamente como yo quiero.

Ella frunce el ceño, su mente procesando mis palabras. Confusión, sospecha… y una pizca de curiosidad.

Le tomo la muñeca con suavidad, arrastrándola un paso más cerca. Su piel está caliente contra la mía, pero la rigidez de su cuerpo me dice que sigue luchando consigo misma.

—Cierra los ojos.

—¿Qué?

—Hazlo.

Duda por un instante, pero finalmente obedece.

El silencio se alarga entre nosotros. Dejo que lo sienta, que se pregunte qué vendrá después.

—Ahora, dime —susurro, mi aliento rozando su mejilla—. ¿Cómo se siente no saber qué pasará?

Eva traga saliva.

—Como si estuviera en peligro.

—Porque lo estás.

Mi mano se desliza hasta su cuello, un toque apenas perceptible, pero suficiente para que un escalofrío la recorra. No en un gesto de amenaza, sino de dominio.

—Pero no de la forma en la que crees —añado con una sonrisa que sé que puede sentir, aunque no la vea.

Cuando abre los ojos, hay fuego en su mirada. No sé si es furia o algo más primitivo. Quizás una mezcla de ambos.

—¿Terminaste con tu truco barato de manipulación? —espetó con una voz mordaz.

Mi risa resuena en el espacio.

—Aún no.

Eva intenta apartarse, pero la sostengo justo el tiempo suficiente para que entienda que no es una simple cuestión de fuerza. Es poder. Es voluntad. Y estoy probando la suya.

La suelto de golpe y ella da un paso atrás, su pecho subiendo y bajando con la respiración agitada. Pero no se va. No huye.

—Sigues aquí.

—Porque aún no he decidido si prefiero matarte o soportarte —murmura con frialdad.

Mis labios se curvan con satisfacción.

—Bien. Me gusta cuando tomas decisiones.

La veo contener la réplica, como si estuviera evaluando hasta qué punto puede provocarme sin consecuencias.

Pero entonces ocurre algo inesperado.

Eva da un paso hacia mí. No de manera temerosa, sino con una decisión calculada. Y antes de que pueda anticiparlo, se inclina lo suficiente para susurrar cerca de mi oído:

—Si querías asustarme, fallaste.

Es un golpe más fuerte de lo que esperaba. No porque me desafíe, sino porque lo hace sin miedo real.

La miro, disfrutando de la imagen de su osadía. Me gusta cuando juegan conmigo.

Pero me gusta aún más cuando descubren que jugar con el demonio nunca termina bien.

Esto… se pondrá interesante.

Eva sigue de pie, con el mentón en alto y una mirada de desafío que casi me arranca una carcajada. La mujer tiene agallas, lo admito. Pero hay una línea muy delgada entre el coraje y la imprudencia, y no estoy seguro de cuál de las dos la domina en este momento.  

—Si querías asustarme, fallaste —su voz sigue flotando en el aire entre nosotros.  

Me tomo mi tiempo antes de responder. Me gusta verla así, con la respiración aún agitada por mi cercanía, con el orgullo cubriéndola como una segunda piel. No puedo evitar preguntarme cuánto tiempo podrá sostenerlo antes de que empiece a resquebrajarse.  

—No intento asustarte, Eva. —Mi voz es un murmullo grave, una vibración que se desliza entre nosotros como una corriente eléctrica—. Solo te estoy mostrando la realidad en la que ahora vives.  

Ella aprieta los labios, como si se negara a darme la satisfacción de responder. Pero sus ojos dicen más de lo que su boca calla. Está molesta. Confundida. Y si miro más de cerca… sí, hay algo más ahí.  

Intriga.  

—¿Y qué realidad es esa? —pregunta al fin, cruzándose de brazos en un intento torpe de recuperar el control.  

—Una donde no eres tú quien dicta las reglas.  

Eva suelta una risa seca.  

—Vaya, qué revelación tan original. No tenía idea de que estaba atrapada en un maldito contrato con el diablo en persona.  

Me inclino apenas, hasta que nuestros rostros quedan peligrosamente cerca.  

—No es un contrato lo que te ata a mí, Eva —susurro, observando cada pequeño cambio en su expresión—. Es otra cosa. Algo que aún no quieres admitir.  

Su cuerpo se tensa de inmediato, y por un segundo, creo que va a apartarse. Pero no lo hace. Se queda ahí, sosteniendo mi mirada, como si intentara descifrar cuánto de lo que digo es verdad y cuánto es simple provocación.  

—Eres demasiado egocéntrico —espeta finalmente—. No todo gira en torno a ti.  

Me río. No puedo evitarlo.  

—¿No? Entonces dime, ¿por qué sigues aquí, Eva?  

Ella entrecierra los ojos.  

—Porque no tengo elección.  

—Siempre hay elección —corrijo, dejando que mis dedos rocen su muñeca en un gesto apenas perceptible—. Solo que algunas elecciones tienen consecuencias más duras que otras.  

Un escalofrío recorre su piel, pero su expresión no cambia. Sigo provocándola. Disfrutando del juego. Porque eso es lo que esto se ha convertido: en un juego de poder.  

Y aunque ella aún no lo sepa… ya está perdiendo.

Continue lendo no Buenovela
Digitalize o código para baixar o App
capítulo anteriorpróximo capítulo

Capítulos relacionados

Último capítulo

Digitalize o código para ler no App