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Abrí los ojos y respiré profundamente, tratando de disipar el malestar que sentía en mi pecho. La luz de la luna se filtraba por la ventana, iluminando la habitación con un resplandor pálido y sereno, pero mi mente estaba lejos de sentirse en calma. Me senté en la cama, mirando fijamente a la nada, mientras el eco de mis sueños seguía latente en mi mente.

Odiaba cuando soñaba con ella. Aunque los detalles se desvanecían al despertar, siempre quedaba esa sensación pesada, y sabía sin lugar a dudas que era ella. Ese cabello rojo intenso y esos ojos verdes que me atravesaban, siempre me perturbaban, como si su presencia se resistiera a desaparecer de mi subconsciente, aun no entiendo cómo es posible que sueñe con ella, y ni siquiera recuerde su rostro.

—Carajo, ¿por qué tengo que soñarte? —murmuré en voz baja, casi como un ruego, mientras me pasaba las manos por la cara, tratando de sacudirme el cansancio y la incomodidad que me envolvían—. Tú ya estás muerta. —Era una afirmación que repetía para tranquilizarme.

Me volví a acostar, cerrando los ojos con fuerza, aunque sabía que conciliar el sueño sería una batalla perdida. Cada vez que su imagen se apoderaba de mis sueños, podía pasar días sin descansar bien. Su sombra parecía aferrarse a mí incluso después de todo este tiempo, ¿acaso este era mi castigo por se hijo de quien soy? Yo no tengo la culpa de lo que hicieron mis padres, pero eso no importaba, yo seria torturado con ella en mis sueños.

Hace mucho que no soñaba tan seguido con ella, si supiera de alguna forma de borrarla de mi memoria lo haría son pensarlo dos veces, pero no, y lo peor es que nunca me acostumbraría  a esto.

Las horas pasaron lentamente, hasta que la luz del sol comenzó a filtrarse por la ventana. Me levanté de un salto, y me puse algo de ropa a toda prisa. Al salir de la habitación, mi madre ya venía a mi encuentro. No sé cómo lo hacía, pero cada vez que aquellos sueños perturbaban mi descanso, ella lo sabía. Cuando era pequeño, venía a mi lado y dormía conmigo, aferrándose con fuerza a mi pequeño cuerpo, ahuyentando cualquier sombra con su simple presencia.

—¿Dormiste bien? —preguntó en cuanto estuvo frente a mí.

—Sí, ahora quiero algo de comer —mentí rápidamente, con la esperanza de que no indagara más.

Ella acarició mi mejilla, con una mirada que reflejaba preocupación. Sabía que no me creía.

—No me mientas, sé que no has dormido bien —respondió con suavidad.

Aparté su mano con delicadeza y le di un beso en el dorso, como siempre hacía cuando no quería preocuparla más.

—Ya no soy un niño. Puedo sobrellevarlo bastante bien. —Intenté sonar seguro—. Solo son sueños, madre. No es nada importante.

Ella abrió la boca, intentando replicar, pero no le di la oportunidad y me alejé. Quería hablar con mi padre. Ayer habíamos dejado una conversación a medias, y no quería que se prolongara más.

Al llegar a la sala donde mi padre se reunía con los líderes, me detuve al escuchar una discusión. Era Kieran, y estaba claramente molesto. Abrí la puerta, y los dos voltearon a verme de inmediato. Kieran se veía furioso, y mi padre no parecía estar en un mejor estado de ánimo.

—Todo es tu culpa —me espetó Kieran, con la rabia evidente en sus ojos.

Me acerqué a él lentamente, hasta quedar frente a frente.

—Recuérdame qué es mi culpa —le pedí con calma.

Kieran me empujó, haciéndome retroceder un par de pasos. Lo observé por un largo momento, con esa sensación de cansancio acumulado y de estar siempre en medio de sus rabietas, si el hacia o decía algo más, no me iba a controlar. Hace unos años, nuestro padre me había confiado responsabilidades que debieron ser para Kieran, pero él no estaba listo. Aún no lo está, y eso él no lo comprende.

—Tócame de nuevo y te parto la mano —lo amenacé, sin levantar la voz.

Kieran, impulsado por su rabia, corrió hacia mí. Me aparté con rapidez, y terminó cayendo al suelo. Desde allí, me miró con una mezcla de furia y humillación.

—Si quieres ser un guerrero, compórtate como uno —le dije, con el tono severo que sabía que detestaba.

Kieran se levantó, mirando a nuestro padre como si buscara apoyo o consuelo. Pero en el campo de batalla, no habrá nadie para ayudarlo. Eso es algo que tiene que entender.

—¡soy el mayor, y soy su hijo legitimo! Soy yo quien debe estar enfrente de las negociaciones no tu— me dijo.

Mi padre nos miraba sin decir nada al respecto. Pero kieran lo seguia mirando como buscando ayuda de su parte.

—En batalla, padre no estará para ayudarte. Solo estarás tú y tu espada —le recordé, intentando que mis palabras lo hicieran reflexionar, aunque no tenía mucha esperanza de que fuera así.

El rostro de Kieran se tensó, y aunque podía ver la herida que mis palabras le habían causado, sabía que era necesario. Si quiere ser un líder, tendrá que aprender a manejar las responsabilidades que vienen con ello. Padre me ha dado estas tareas porque él no está listo, pero el día que lo esté, sé que me apartará.

—Vendré en otro momento —dije a mi padre, al notar la tensión que se había instalado en la sala.

Me dolía la cabeza, y estaba furioso. Las noches sin dormir siempre me dejaban con el temperamento frágil, y ahora esta discusión había empeorado todo.

Me dirigí a mi habitación, tomé mi espada y salí nuevamente. Entrenar era lo único que me relajaba en momentos como este. Hoy, más que nunca, estaría inmerso en ello.

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