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Kieran me obligó a correr, aunque mis pies ya no podían más. No nos detuvimos hasta que estuvimos lo más lejos posible. Al detenernos, volteé a mirarlo y, sin pensarlo, lo golpeé con todas mis fuerzas.

—¡No debimos dejarlo! Eres un hijo de puta —le grite, mi voz desgarrada.

Kieran me agarró por los hombros y me estrujó con rabia, sus ojos ardiendo con frustración.

—¿Querías morir? Si volvíamos por él, los tres moriríamos —me espetó.

Asentí con la cabeza, pero las lágrimas no podían dejar de salir. Sentía un vacío aplastante en el pecho, una culpa que me quemaba por dentro. Kieran se alejó un poco y miró de un lado a otro, su expresión endurecida.

—Tenemos que encontrar a mi padre —dijo con frialdad, evitando mi mirada.

—¡No debimos dejarlo! —grité de nuevo, mi voz quebrada por el dolor.

—¿Quieres volver? —me preguntó con amargura, su mirada finalmente encontrándose con la mía. Pero no había consuelo en ella, solo una determinación implacable—. Viggo sabía lo que hacía.

—Eran muchos, é
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