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Viggo se quedó quieto un momento, con los hombros tensos y la mirada fija en el suelo. Finalmente, sin decir palabra, comenzó a caminar hacia el bosque. A regañadientes, lo seguí. Kieran permanecía a poca distancia, sus pasos silenciosos pero constantes detrás de nosotros.

El ambiente era denso, cargado de una sensación pesada, como si presagiara algo terrible. Algo no estaba bien.

—Algo va mal en este lugar —murmuré, rompiendo el silencio.

Viggo no dejó de caminar, y yo volví la vista hacia Kieran.

—Todo va mal en este maldito lugar —respondió Kieran con tono cortante, pero sin detenerse.

—Cállate, Kieran, no hablo contigo —le respondí, irritada.

—Camina y deja de molestar. Entre más rápido avancemos, más rápido encontraremos a mi madre y hermana —me replicó Kieran.

Viggo se detuvo de golpe. Desde las sombras del bosque, emergieron figuras deformes y grotescas, con ojos brillando con un rojo intenso que helaba la sangre. Monstruos. No había otra palabra para describirlos. Sus cuerpos
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