10

Días después.

Después de lo que pasó, ella me ignoró por completo, como si yo no existiera. Pasaba junto a mí sin detenerse, y al principio no me molestó, pero ahora hervía de rabia. Más aún al verla junto a mi hermano, que le sonreía todo el tiempo. No sé si era la indiferencia lo que me volvía loco, o el hecho de que pudiera estar disfrutando de la compañía de otro. Mi hermano, para colmo.

Hoy, algunos líderes habían llegado. Mi padre había enviado mensajes sobre lo ocurrido, claro, omitiendo lo de ella, aunque en algún momento la verdad tendría que revelarse. No había forma de escapar de ese destino, tarde o temprano, todo saldría a la luz.

Me masajeé el cuello. Llevaba varios días sin dormir bien y me sentía agotado.

—¿Estás bien? —preguntó mi padre con una expresión de preocupación.

—Sí, solo estoy un poco cansado —intenté sonar convincente.

Él asintió, pero su preocupación seguía allí, y eso me incomodaba. Yo había jurado no darle problemas, había decidido ser perfecto en todo lo que hacía para no darle una sola razón para dudar de mí. Se lo debía, después de lo que mis verdaderos padres hicieron. Este hombre me había acogido y cuidado como si fuera su propio hijo.

—Sé lo que sientes, pero te aseguro que ella no te hará daño otra vez —me dijo con total confianza.

Si supiera que eso no era lo que realmente me preocupaba... Mi preocupación iba mucho más allá de lo que él podía imaginar.

—Ella... no me preocupa, esa chica es un peligro para sí misma. Habla demasiado y actúa sin pensar —le respondí, sin darme cuenta de lo que estaba diciendo.

Mi padre levantó una ceja, mirándome con más atención de la que podía soportar. Aparté la mirada, incómodo.

—¿Tienes algo que decirme? —preguntó con un tono calmo, pero inquisitivo.

Negué con la cabeza. Si se enteraba de que ella era mi luna, todo cambiaría. Yo no quería complicar las cosas por mi culpa.

—No, padre. Solo que… ella es muy imprudente —dije, sintiendo cómo me hundía más con cada palabra.

—Viggo, te conozco. Sé que te preocupa lo que pueda pasar, pero esta vez estamos en ventaja. La chica, como dices, es imprudente, pero maleable. Así que no pienses de más, ella no hará nada contra nosotros —me dijo con mucha seguridad. ¿Pero realmente estábamos en ventaja al tenerla aquí?

Asentí lentamente, poco convencido por sus palabras.

—Es solo que… me siento mal estando cerca de ella. Después de lo que hizo, no sé cómo actuar con normalidad cuando está alrededor. Siento que en cualquier momento no dudaré y le partiré el cuello —le dije. Y era verdad, quería lanzarme sobre ella y hacer muchas cosas con su cuerpo, entre ellas asesinarla.

—Piensa que ella no es Gytha, y podrás soportarlo —dijo mi padre con voz firme.

—Tal vez está actuando, y quiere manipularnos para que pensemos que estamos en ventaja —le respondí.

—No pienses demasiado, te necesito con la cabeza fría, esto es importante —me pidió.

—Espero que todo vuelva a la normalidad pronto —dije, sintiendo la sinceridad en mis palabras.

Renee, poco a poco, se me estaba clavando en la piel. Era como una enfermedad que me invadía lentamente, y eso me molestaba. Y como si la hubieran invocado, Renee entró en la habitación. Me miró con esos ojos llenos de desesperación y corrió hacia mí. Todos los presentes la miraron, algunos de los más viejos con una fijación incómoda, como si la reconocieran.

—¿Qué carajo haces aquí? —le pregunté mientras la agarraba del brazo y la acercaba a mí.

Ella me miró a los ojos, y pude ver las lágrimas que contenía. Algo dentro de mí se encendió. La ira brotó desde lo más profundo. Si alguien le había hecho daño, lo pagaría con sangre. Nadie tenía derecho a tocarla. Ella era mía, y solo yo tenía derecho a dañarla.

Ella lloriqueó un poco, haciendo un puchero. Miró a mi padre y después volvió a mirarme a mí.

—¿Qué pasó? —le pregunté, manteniendo la calma.

Ella parpadeó un par de veces, sorbiéndose la nariz antes de responder.

—Me caí, y cuando estaba en el suelo, en ese horrible suelo, pensé en mis padres, y en que quiero volver —dijo, y me dio un golpe en el pecho.

—Tú me engañaste, me dijiste que me ayudarían, ¡y aún estoy aquí! —me gritó.

Miré a mi alrededor. Los hombres allí me observaban con curiosidad.

—Estamos en una reunión importante. Deberías esperar afuera —dijo mi padre con calma, pero con autoridad.

Ella, ignorando por completo el tono, miró a su alrededor y comenzó a saludar a los hombres presentes, como si los conociera de toda la vida. Era como si no entendiera la gravedad del momento, o peor, como si no le importara.

—¿No quieren que los acompañe? Estoy aburrida —nos pidió.

Mi paciencia, ya colgando de un hilo, estaba a punto de romperse. La agarré del brazo y la saqué del lugar con firmeza. Ella me miró con el ceño fruncido, como si yo fuera el que estaba haciendo algo mal.

—Ve a molestar a alguien más —le dije, claramente irritado.

En ese momento, vi a mi hermana Helene pasar por el pasillo y la llamé. Helene se acercó con una sonrisa tranquila.

—Llévatela de aquí. Enséñale a hacer algo útil —le dije, intentando mantener la calma.

Le entregué el brazo de Renee a Helene y volví a entrar en la habitación. Mi padre me miraba intensamente. Bajé la cabeza, sabiendo que no había manejado la situación de la mejor manera, pero ya no había vuelta atrás.

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