Saque el pedazo de tela de mi boca y lo tiré a un lado de la cama. Viggo, sentado en una silla frente a mí, me observaba con esa seriedad gélida que siempre lo acompañaba. Su mirada parecía atravesarme.Me recosté con dificultad y un dolor punzante recorrió mi espalda. Me quejé, tratando de acomodarme, pero el ardor no me dejaba en paz.—Cállate —gruñó Viggo.Puse los ojos en blanco, conteniendo las ganas de gritarle.—Me duele. Eres un idiota por no tener ni una pizca de compasión —murmuré, intentando mantener la calma.Él se levantó de la silla de golpe. Mi corazón se aceleró, y de inmediato comencé a arrastrarme sobre la cama, queriendo poner distancia entre nosotros.—¿Dónde te duele? —preguntó, sin rastro de emoción en su voz.—En la espalda baja —respondí, incapaz de apartar la mirada de su expresión.Sin ningún tipo de delicadeza, me dio la vuelta, colocándome en una posición incómoda. Sentí cómo levantaba mi camisa, y su toque frío recorrió mi piel en el punto exacto donde dol
Viggo se apartó de mí lentamente, como queriendo no despertarme. Me tapó con cuidado y se sentó en la silla frente a mí, mirándome. Lo observe por unos minutos, y el no aparto la mirada de mí, hasta tal punto de hacerme sentir incomoda.—¿Te quedarás ahí toda la noche? —le pregunté, sin dejar de observarlo.—Duerme, saldremos con los primeros rayos del sol —me dijo, su voz tan baja que casi se perdió en el silencio de la habitación.Me senté en la cama, molesta por su indiferencia.—¿A dónde vamos? ¿Y no crees que amarrarme así es exagerado? —le pregunté, esperando que al menos me diera una respuesta decente.—Duérmete —volvió a decirme, con ese tono firme que me irritaba.—Merezco saber a dónde vamos, y qué es lo que harán conmigo —insistí, mi paciencia desvaneciéndose. Ya me estaba molestando. Si todo esto me involucraba a mí, lo más lógico era que me lo dijeran.Viggo suspiró, como si mis palabras fueses molestas.—No lo sé, padre es quien nos guiará, pero lo más probable es que ir
Viggo se acercó a mí, su presencia imponente haciéndome sentir pequeña, vulnerable. Agarró mis manos atadas y me atrajo hacia su cuerpo. La sensación de su piel contra la mía me revolvió el estómago, y no dudé en intentar alejarme. Si él creía que no iba a luchar, estaba muy equivocado.—¡Suéltame, asesino! —le grité con todo el odio que sentía acumulado.Viggo me miró por un instante, confundido, pero luego sus labios se curvaron en una sonrisa. Una sonrisa que, si alguna vez había deseado ver, ahora me arrepentía profundamente. Esa sonrisa no era cálida ni tranquilizadora. No, era oscura, peligrosa, como si disfrutara de mi desesperación.—Ya es hora de partir —me dijo, aun sonriendo.Tiré de mis manos con fuerza, liberándome de su agarre. Mi corazón martillaba en mi pecho, y antes de que pudiera pensar en las consecuencias, me eché a correr. No miré hacia ningún lado, solo me concentré en una cosa: alejarme lo más rápido posible de ese maldito lugar, de él. Sentía la adrenalina quem
Viggo abrió los ojos lentamente, pero su mirada estaba vacía, perdida, como si su mente no estuviera presente. Mi corazón se hundió en el pecho. ¿Qué más podía pasarme en este lugar maldito? Mi suerte, que ya era pésima, parecía empeorar con cada segundo que pasaba.—¿Te sientes bien? —le pregunté, intentando mantener la calma, aunque por dentro me estaba desmoronando.Viggo frunció el ceño, sus ojos mostraban dolor, y sin previo aviso, vomitó sangre. Un frío aterrador recorrió mi espalda.—¿Dónde te duele? —pregunté, tratando de mantenerme firme.Pero antes de que pudiera responder, sus ojos se fueron hacia atrás y empezó a convulsionar violentamente. Entré en pánico. Lo agarré por los hombros, tratando de contener su cuerpo que se movía sin control. Lo apreté con todas mis fuerzas, desesperada. Estaba agotada, cansada de todo esto, y en ese momento sentí que ya no tenía más energía para luchar. Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, y me dejé caer a su lado, agotada y der
Había firmado un muy buen contrato para ser la imagen de una de las mejores marcas de maquillaje. A mi edad, conseguir algo así era demasiado bueno.—No deberías salir hoy —me dijo Camil, mi asistente.La miré y la ignoré por completo. Claro que saldría, tenía que celebrar este gran logro, y ella no iba a amargarme este momento.—Mis amigas me esperan, así que por favor, deja de molestarme. Quiero celebrar —le dije.Ella solo asintió, pero se veía enojada.—Te ha llegado algo —me dijo, entregándome una pequeña cajita.Se la arrebaté de las manos y la abrí. Dentro había una especie de amuleto horrible.—¿Quién envió esto? Qué mal gusto tiene —dije.Fui hasta la cocina y tiré a la basura el amuleto; no me interesaba tener algo tan feo.—Por favor, revisa los regalos que me envían —le pedí.Tomé mi bolso y, sin mirar atrás, salí de mi apartamento. Estaba tan feliz que nada podía amargarme esta noche.Cuando estaba a punto de llegar al bar, el flujo de coches se volvió más lento, hasta qu
Abrí los ojos y respiré profundamente, tratando de disipar el malestar que sentía en mi pecho. La luz de la luna se filtraba por la ventana, iluminando la habitación con un resplandor pálido y sereno, pero mi mente estaba lejos de sentirse en calma. Me senté en la cama, mirando fijamente a la nada, mientras el eco de mis sueños seguía latente en mi mente.Odiaba cuando soñaba con ella. Aunque los detalles se desvanecían al despertar, siempre quedaba esa sensación pesada, y sabía sin lugar a dudas que era ella. Ese cabello rojo intenso y esos ojos verdes que me atravesaban, siempre me perturbaban, como si su presencia se resistiera a desaparecer de mi subconsciente, aun no entiendo cómo es posible que sueñe con ella, y ni siquiera recuerde su rostro.—Carajo, ¿por qué tengo que soñarte? —murmuré en voz baja, casi como un ruego, mientras me pasaba las manos por la cara, tratando de sacudirme el cansancio y la incomodidad que me envolvían—. Tú ya estás muerta. —Era una afirmación que rep
Pataleé en aquella espesa sustancia en la que estaba sumergida. Abrí la boca para gritar, pero ese líquido inundó mi garganta, obligándome a tragarlo. Con esfuerzo, logré salir a flote. Estaba dentro de un pequeño pozo. Exhausta, salí gateando, y mi estómago comenzó a retorcerse. Vomité hasta vaciarlo por completo.Miré a mi alrededor. Me encontraba en una especie de cueva, iluminada apenas por algunas antorchas. Había visto demasiadas películas de terror como para no reconocer lo que era: la guarida de un asesino en serie. Pero lo peor no era eso... lo peor era que yo sería la siguiente.Me puse de pie, pero al intentar dar un paso, resbalé, golpeándome con fuerza. Chillé por el dolor y el asco que me invadió al caer sobre mi propio vómito, pero no podía detenerme en eso.Con otro esfuerzo, me levanté de nuevo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Al tocarme, me di cuenta de que estaba desnuda. ¿Qué me habían hecho? Muchos pensamientos invadieron mi mente, pero decidí no pensar de más,
Le di una pequeña sonrisa, pero él no me la devolvió. Simplemente me miró, aún más furioso. Con cuidado, me acerqué, creyendo que, según mi lógica, si lo hacía podría calmarlo.—te juro que había una cueva justo aquí, Sali de ella, tal vez desapareció, o que se yo, pero no estoy loca, si lo piensas un poco, tal vez es un lugar mágico que cambia de lugar —dije con una sonrisa aún más brillante, intentando romper la tensión. Pero él no parecía nada feliz con mi respuesta.—Camina, y no hagas ningún ruido —me advirtió, con la voz gélida—. No quiero tener que sacarte la lengua.Retrocedí un par de pasos, mi mirada vagando de un lado a otro, buscando una salida.—Si te atreves a huir y te alcanzo, te cortaré las piernas —su amenaza era como un golpe seco, directo, que me congeló.—No te conozco, y discúlpame, pero pareces un leñador con varios cadáveres a tus espaldas. Honestamente, no quiero ser la siguiente en tu lista, yo no puedo salir de un problema para meterme en otro —le respondí c