Caminábamos en silencio, sin rumbo fijo, y con cada paso sentía cómo el dolor en mi tobillo se intensificaba. El hambre también me atacaba con fuerza, al punto que mis piernas apenas respondían. El dolor de cabeza y los mareos no hacían más que empeorar la situación.—Cerca hay un pueblo, tal vez podamos descansar un poco —dijo Viggo, pero lo ignoré nuevamente. No quería escucharle. Ya no tenía fuerzas para sostener esperanzas ni ilusiones. Morir parecía una opción mucho más fácil que esta incertidumbre que me consumía.—¿Puedes mirarme? —me pidió con un tono más suave.Me detuve, respiré hondo y me di vuelta, mirándolo directamente.—Ya te miré, ¿ahora podemos seguir? —le respondí, frustrada.—No debí hablarte de esa manera, me disculpo —dijo, pero sus palabras no significaban nada. No arreglaban el caos que había entre nosotros, todo lo contrario.Seguí caminando, ignorando su intento de disculpa.—Me gustas mucho, Viggo, así que te pido que me ignores, que no me trates bien. Mi cora
Seguimos caminando en completo silencio, el aire cargado de tensión, tanto que podría cortarse con un cuchillo. Aunque mis labios aún hormigueaban por el beso que habíamos compartido, me preguntaba si hubiera sido mejor no hacerlo. Tal vez habría evitado que mi corazón se enredara más en algo que ya estaba condenado.De repente, la mano de Viggo se cerró firmemente alrededor de mi brazo, deteniéndome de golpe. Segundos después, escuché unas voces que se acercaban.—¿Pasa algo malo? —le pregunté, sintiendo el miedo apoderarse de mí.Entonces, los dueños de esas voces aparecieron: un grupo de hombres que, a simple vista, no parecían tener buenas intenciones. Al verme, sonrieron de una manera perturbadora.—Una pelirroja —dijo uno de ellos, con una sonrisa lasciva.Viggo reaccionó rápidamente, empujándome detrás de él para encararlos.—Hazte a un lado, chico —dijo el que parecía ser el líder—. No queremos lastimarte, solo danos a la chica y podrás irte sin un rasguño.—¿Para qué la quier
Al llegar al pueblo, él me pidió que me escondiera, y eso hice. Después de un par de minutos, regresó con un pedazo de tela y la puso sobre mi cabeza.—Es mejor que no nos arriesguemos —me dijo.Asentí con la cabeza. Él agarró mi mano y empezó a caminar conmigo.—¿A dónde vamos? —le pregunté.—Conozco a alguien aquí, y sé que nos ayudará a llegar a mi padre más rápido —me dijo.Yo no estaba muy de acuerdo con tal cosa, sabiendo ya que lo consideraban un traidor. Era muy estúpido hacer lo que él pretendía hacer.—¿Y si mejor no pedimos ayuda y lo hacemos solos? —le propuse.Viggo se detuvo y volteó a mirarme.—Sé lo que hago. Esta persona es de mi entera confianza, no soy tan estúpido, Renee —me dijo.Asentí, poco convencida. No me quedaba de otra, tenía que confiar en él, aunque creyera que fuese una locura lo que pretendía.—Solo no hables —me pidió.—Vamos rápido, quiero terminar con esto —le dije.Él asintió con la cabeza y empezamos a caminar. El lugar era bastante interesante; au
El anciano nos trajo comida, y yo de inmediato empecé a devorarla. Viggo me miraba mal, y el anciano con algo de asombro, pero no me importaba, literalmente en estos momentos yo era una muerta de hambre.—Está delicioso. ¿Qué es? —pregunté mientras engullía la tierna carne.—Es conejo —dijo el anciano.Miré al plato y luego a Viggo.—Pobrecito, pero está muy rico —le dije. Me sentía mal por comerlo, pero tenía demasiada hambre.Viggo y el anciano me miraron como juzgándome, pero no me afectaba.—¿Quieres más? —preguntó Viggo, ofreciéndome su plato.Sin pensarlo, se lo arranqué de la mano y vertí el contenido en mi plato.—¿Tienen algo de tomar? —pregunté.Viggo se levantó, sirvió un poco de agua en un vaso y me lo entregó.—Gracias —le dije y seguí comiendo.Viggo se apartó de mí y se acercó al anciano. Ambos parecían tensos y muy preocupados, lo que contrastaba con mi placer mientras comía. Dejé el plato a un lado y respiré profundamente. Todo se estaba complicando, y ahora esto... ¿
Una enorme cantidad de soldados llegaron, y para mi sorpresa también había hombres de mi padre. Traté de hablar con ellos, pero se lanzaron sobre mí y me golpearon hasta cansarse, para después encadenarme como si fuese un perro. La enorme cadena que rodeaba mi cuello era tan pesada que dolía.—¿A dónde se la llevaron? —pregunté, ya que había visto cómo se llevaban el cuerpo inconsciente de Renée. Quise pelear, pero hacerlo sería estúpido, ya que tenía que limpiar mi nombre.—Al lugar donde debe estar— contestó Gunnar con desdén.—Quiero hablar con mi padre, hay un gran malentendido— le dije.Él me escupió en la cara, visiblemente furioso.—Sabíamos que era una mala idea mantenerte con vida. Eirik está tan decepcionado de ti— me soltó con desprecio.—No he hecho nada, solo acaté órdenes. ¡Exijo hablar con mi padre!— rugí, lleno de rabia e impotencia.El dolor en mi pecho crecía. Me estaban tratando como un traidor, algo que jamás pensé que sucedería.—Tu padre no te quiere. De aquí irá
El humo se filtraba en mis pulmones como cuchillas, cortando el aire que intentaba tomar y haciendo que cada aliento fuese una tortura. Poco a poco, sentía cómo la vida me abandonaba. Jamás pensé que terminaría así, y menos aún siendo considerado un traidor. En ese momento, comprendí una amarga verdad: nada de lo que había hecho realmente importaba, solo pesaba el hecho de ser hijo de Ivar. Eso era lo que definía todo.Tosí frenéticamente, mi vista nublada por el humo y el dolor. Apenas podía ver, pero, a lo lejos, una figura avanzaba hacia mí, lenta y sombría. Debía estar alucinando; ¿dios, hasta en la muerte iba a ser tan patético? Me obligué a levantarme, apoyándome como pude. El calor era abrumador, las llamas rugían y me envolvían. Miré a mi alrededor y corrí hacia la puerta trasera, que empujé con todas mis fuerzas. Sentí cómo la madera caliente quemaba mis palmas, pero el alivio de que cediera fue mayor. Caí al suelo, golpeándome el rostro, y con esfuerzo me di la vuelta para
Cada minuto que pasaba con Kieran me llenaba de una inquietud horrorosa, un presentimiento oscuro que crecía en mi interior. Aunque ya no estuviera en esa jaula, algo en él me ponía alerta. Estábamos cabalgando hacia un destino incierto, y cada tanto, miraba sobre mi hombro, observando a Kieran, que avanzaba con una seriedad fría.—¿Puedo… ir al baño? Me urge —murmuré.Kieran detuvo el caballo de inmediato.—Sí, claro —respondió.Él bajó primero y luego me ayudó a descender, pero sentí las miradas penetrantes de los hombres alrededor, y un escalofrío me recorrió. Los recuerdos de unas horas antes aún dolían, vívidos en mi mente.—Acamparemos aquí. Mañana, al amanecer, continuamos —ordenó Kieran.Los hombres se detuvieron al instante, y Kieran y yo empezamos a alejarnos en busca de un lugar apartado. Mi cuello dolía bajo el peso del grillete. Llevé una mano hacia el metal frío y lo toqué con una mueca de incomodidad.—¿Puedes quitármelo? —le pedí, volviéndome hacia él.Kieran se acercó
Kieran volvió a encerrarme en esa maldita jaula. Me lancé contra los barrotes de madera y le grité con cada gramo de odio que sentía en mi pecho. La rabia me quemaba desde dentro; necesitaba saltar sobre él y arrancarle la cabeza, ver el miedo en sus ojos mientras su vida se apagaba.—¡Te mataré y me bañaré en tu sangre! Esta vez, ni tu madre podrá traerte de vuelta —le dije con una sonrisa retorcida, una sonrisa que apenas sentía como mía.Kieran se detuvo y me miró, sorprendido, con los ojos muy abiertos. Fue entonces cuando me di cuenta de que esas palabras no me pertenecían del todo; surgieron desde un rincón profundo de mi mente, como si otro lado de mí hubiera hablado. No sabía qué significaban, pero por la expresión en su rostro, él sí.—Tienes miedo de mí, ¿verdad? —le pregunté con burla, dándole una sonrisa maliciosa.Kieran me miró un segundo más antes de apartarse en silencio. Me quedé sola, gritando hasta que la voz me falló. Finalmente, me aparté de los barrotes, hundiénd