30

Cada minuto que pasaba con Kieran me llenaba de una inquietud horrorosa, un presentimiento oscuro que crecía en mi interior. Aunque ya no estuviera en esa jaula, algo en él me ponía alerta. Estábamos cabalgando hacia un destino incierto, y cada tanto, miraba sobre mi hombro, observando a Kieran, que avanzaba con una seriedad fría.

—¿Puedo… ir al baño? Me urge —murmuré.

Kieran detuvo el caballo de inmediato.

—Sí, claro —respondió.

Él bajó primero y luego me ayudó a descender, pero sentí las miradas penetrantes de los hombres alrededor, y un escalofrío me recorrió. Los recuerdos de unas horas antes aún dolían, vívidos en mi mente.

—Acamparemos aquí. Mañana, al amanecer, continuamos —ordenó Kieran.

Los hombres se detuvieron al instante, y Kieran y yo empezamos a alejarnos en busca de un lugar apartado. Mi cuello dolía bajo el peso del grillete. Llevé una mano hacia el metal frío y lo toqué con una mueca de incomodidad.

—¿Puedes quitármelo? —le pedí, volviéndome hacia él.

Kieran se acercó
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