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Los rayos del sol se filtraban suavemente a través de mis párpados, y una sonrisa se dibujó en mis labios al recordar lo maravilloso que había sucedido la noche anterior. Me removí un poco, sintiendo el cálido y protector abrazo de Viggo sobre mí.

—Buenos días— murmuró él, con la voz ronca.

Levanté la vista y lo miré; sus ojos azules brillaban con una luz especial, como estrellas recién nacidas, y sabía que ese destello era solo para mí.

—Buenos días— respondí, dejando un beso delicado en sus labios.

Me senté y me estiré, pero un dolor punzante atravesó mi cuello, y, de forma instintiva, llevé la mano a tocar el enorme grillete que lo adornaba.

—¿Puedes quitarlo?— pregunté. Pero Viggo se quedó en silencio, pensativo.

—¿No confías en mí?— insistí, notando cómo sus ojos se clavaban en mí, su mirada oscura y pesada, y por un momento sentí como toda esperanza se desvanecía.

Viggo se sentó, apartó mi cabello con ternura, dejándolo caer suavemente a un lado de mi hombro. Con un gesto decidi
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