Viggo se sentó a mi lado, en ese silencio que gritaba todo lo que las palabras no podían tocar. El aire entre nosotros era tan denso que dolía respirarlo, cargado de verdades no dichas y culpas que nunca dejarían de arder. Lo que había sucedido era más que un desastre; era el principio de una caída interminable.Deslicé la mirada hacia él, sus ojos vacíos enfocados en la nada, como si hubiera algo más allá que solo él pudiera ver. Apoyé mi cabeza en su hombro, buscando un consuelo que sabía que no merecía. Observé en la dirección que él miraba, un abismo que se sentía tan cercano.—Me odias ¿verdad? —murmuré, mi voz apenas un susurro que el viento podía robar. La respuesta no llegó, solo el silencio que se arrastraba, cruel y definitivo. Esbocé una sonrisa rota, una que apenas tenía fuerzas para sostenerse. No necesitaba escuchar nada; el odio era una certeza que pesaba en mi pecho. Tenía derecho a odiarme, después de todo lo que había escondido, de todo lo que había desencadenado.—¿
La vista se volvió aún más borrosa hasta que la luz se apagó por completo, y de nuevo me encontré atrapada en aquel sueño, en esa habitación repleta de espejos que reflejaban mis peores miedos. Esta vez, yo yacía en el suelo, reducida a nada, mientras las criaturas en los espejos me observaban, sus ojos llenos de sombras. Me arrastré, el frío del suelo mordiendo mi piel, hasta que la vi. En un rincón oscuro, tan destrozada como yo. Sus ojos verdes, empañados por el dolor, me miraban con una súplica silenciosa. Quería ser liberada tanto como yo. Pero, ¿lo merecía?Su mano se alzó, temblorosa, llamándome. Me impulsé hacia ella, cada movimiento desgarrándome más, buscando un consuelo que sabía que no encontraría. Cuando estuve lo suficientemente cerca, la magnitud de sus heridas se volvió evidente, marcando un mapa de sufrimiento en su piel.—Mikkel... debe morir para siempre —susurró entre jadeos de agonía.Las palabras eran como enigmas en un idioma que no entendía, y el nombre resonó
Regresé a la realidad, una donde la oscuridad me envolvía. Solo se oía la respiración áspera de la persona a mi lado. Me incorporé de golpe, con el corazón martilleando y los músculos tensos. Nos encontrábamos en una cueva sombría y húmeda. A mi lado, Viggo, sin camisa, con una herida enorme en su costado, la sangre brotando sin piedad.—¿Qué pasó? —pregunté, con la vista fija en esa herida grotesca.—Lobos... muchos de ellos, pero los vencí —respondió arrastrando las palabras, con una expresión de dolor.Extendí la mano para tocar su herida, para asegurarme de que no fuera mortal, pero apartó mi toque de un manotazo, y en ese gesto sentí nacer una furia enorme dentro de mi, alimentada por el rencor de años.—Maldito animal ingrato, estás vivo gracias a mí. Toda tu mísera existencia me la debes —espeté, con cada palabra impregnada de un veneno tan oscuro que sentí su sabor amargo en la lengua. Viggo giró su rostro, sus ojos entreabiertos destilaban una incredulidad que no podía disimu
Observé a Viggo retorcerse mientras mi sangre hacía su efecto, cada espasmo arrancándole un poco más de resistencia. Acerqué mi mano a su frente, y al sentir mi toque, sus ojos me miraron, llenos de un odio que, lejos de intimidarme, me deleitaba.—Me iré —le susurré—, pero no te preocupes. Pronto estarás bien y podrás buscar a tu padre. Los esperaré a ambos.Me incorporé, y al darme vuelta, me encontré frente a frente con Kieran, rodeado por varios soldados. Todos llevaban espadas enormes, filosas, sus miradas vacías de compasión.—Átenla —ordenó Kieran con voz firme. Uno de los soldados comenzó a avanzar, pero se detuvo a mitad de camino. Sus ojos se tornaron rojos, sangrando con lentitud mientras un grito desgarrador escapaba de su garganta. Observé cómo caía al suelo, retorciéndose hasta el último aliento.Entonces volví mi atención a Kieran, que, con el rostro pálido, me miraba con terror.—Las reglas han cambiado. Y si aún quieres todo aquello que alguna vez me pediste, entonces
Vi alejarse a Renee junto a Kieran, sus siluetas desvaneciéndose en la distancia mientras sentía cómo todo dentro de mí se incendiaba. Era un fuego abrasador, una mezcla letal de rabia y un dolor que desgarraba mi corazón. Sabía, con una certeza amarga, que este era el punto de no retorno. Lo que éramos antes se había perdido; ahora ambos éramos cazadores. Y alguno debía morir.Miré al cielo, azul al principio, pero con una sombra gris que lo invadía lentamente. Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre mí, frías y pesadas, como si fueran dagas atravesando mi piel. Cada impacto era más doloroso que el anterior, una tortura lenta que me hacía temblar. Intenté moverme, girar mi cuerpo, pero mis extremidades estaban rígidas, como si el mismo peso del dolor me hubiera paralizado.Un grito desgarrador escapó de mi garganta, un alarido de pura furia contenida, de impotencia. Grité por lo que estaba perdiendo, por lo que estaba convirtiéndome, por el dolor que parecía no tener fin.A lo lej
El sonido de objetos arrastrados y voces murmurando me arrancó del sueño. Intenté moverme, pero un par de cadenas pesadas en mis muñecas me lo impidieron. Parpadeé varias veces, intentando aclarar mi visión, y entonces lo vi. Al fondo de la habitación, de pie como una sombra imponente, estaba mi padre mirándome fijamente.—¿Estás bien? —preguntó con voz seca, casi distante.Tragué el nudo en mi garganta, calmándome apenas lo suficiente para asentir.—No soy un traidor —escupí las palabras de inmediato, quería dejar en claro todo desde un principio.Él se acercó, su andar lento como si cargara un peso invisible, y se sentó junto a la cama. Su rostro era una máscara impenetrable, tan vacío que dolía mirarlo.—Lo sé. Ahora descansa —dijo, pero su tono no tenía consuelo, solo un vacío helado que me enfureció más.Levanté las manos encadenadas tanto como pude, mostrándole los grilletes.—Hice lo que me pediste —gruñí, la rabia espesando cada palabra.Mi padre miró las cadenas un instante a
Los días siguieron pasando rapidamente, hasta convertirse en un mes. Aunque no había señales de movimiento por parte de Eirik y los suyos, todos nos manteníamos en guardia. Kieran comenzaba a desmoronarse. Su nerviosismo crecía día tras día, como si cada instante que pasaba fuera una cuenta regresiva hacia su fin. Lo veía en su mirada esquiva, en cómo sus manos temblaban ligeramente cuando creía que nadie lo observaba.Por otro lado, Ulfric no hacía nada por ocultar su creciente odio. Cada día parecía más cerca de estallar, con las ansias de matar tanto a Kieran como a mí escritas en cada línea de su rostro. Sin embargo, no se atrevía. Sabía que sin mí no lograría nada.Yo era el corazón de este ejército, yo era lideraba a un ejército de monstruos, sin mí el no obtendría nada, aunque nunca lo obtendrá.Entré en la habitación tenue, iluminada por unas cuantas velas. Al fondo, la bañera me esperaba, el vapor del agua tibia serpenteando hacia el aire frío. Me deshice de la ropa, dejándol
Caminé tambaleante de regreso a mi habitación, una extraña sensación de debilidad invadiéndome con cada paso. Cuando finalmente llegué, mis piernas cedieron bajo el peso de mi cuerpo, y caí al suelo como una muñeca rota. Alissa corrió hacia mí, su rostro lleno de preocupación, y con esfuerzo me ayudó a levantarme, llevándome hasta la cama.—¿Qué me pasa? —pregunté, un poco angustiada por lo que sentía.Alissa me miró fijamente, su expresión una mezcla de seriedad y compasión.—Eres humana, y estás embarazada. Eres frágil, tu corazón te hace frágil. Piensas demasiado, y ahora con el embarazo tus sentimientos están a flor de piel —respondió con calma.Instintivamente, llevé una mano a mi pecho, a mi corazón. No podía evitar recordar lo que Gytha había hecho: arrancarse el suyo para castigar a quienes la traicionaron. Pero yo no necesitaba hacer eso. Estaba segura de lo que debía hacer.—No puedo morir… no soy humana —musité, casi para mí misma, mientras los recuerdos de aquel momento me