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Los días siguieron pasando rapidamente, hasta convertirse en un mes. Aunque no había señales de movimiento por parte de Eirik y los suyos, todos nos manteníamos en guardia. Kieran comenzaba a desmoronarse. Su nerviosismo crecía día tras día, como si cada instante que pasaba fuera una cuenta regresiva hacia su fin. Lo veía en su mirada esquiva, en cómo sus manos temblaban ligeramente cuando creía que nadie lo observaba.

Por otro lado, Ulfric no hacía nada por ocultar su creciente odio. Cada día parecía más cerca de estallar, con las ansias de matar tanto a Kieran como a mí escritas en cada línea de su rostro. Sin embargo, no se atrevía. Sabía que sin mí no lograría nada.

Yo era el corazón de este ejército, yo era lideraba a un ejército de monstruos, sin mí el no obtendría nada, aunque nunca lo obtendrá.

Entré en la habitación tenue, iluminada por unas cuantas velas. Al fondo, la bañera me esperaba, el vapor del agua tibia serpenteando hacia el aire frío. Me deshice de la ropa, dejándol
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