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Viggo salió de la habitación sin decir una palabra, dejando tras de sí una sensación densa, como si el aire se hubiera vuelto irrespirable. Poco después, entraron tres hombres armados, sus miradas se cruzaron con la mía por apenas un segundo antes de desviarse rápidamente, como si sostener mi mirada les drenara el alma.

Me quedé en la cama, inmóvil, cerrando los ojos con una calma que no sentía en mucho tiempo. Era irónico lo relajada que estaba considerando las circunstancias, pero no podía evitarlo; mi plan iba tan bien que esa sensación de victoria me envolvía como una cálida manta. Dormí profundamente, más de lo que había hecho en años.

El amanecer llegó acompañado por el grito desgarrador de uno de los guardias. Me senté en la cama, frunciendo el ceño, molesta por la interrupción. Uno de ellos se acercó y, sin mediar palabra, me agarró del brazo y me arrastró fuera de la habitación. No me resistí; simplemente lo dejé hacer, mis pies apenas tocando el suelo mientras me conducían h
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