Los días pasaron, y los soldados enemigos seguían sin acercarse. Algo no cuadraba; era como si se hubieran desvanecido, y aunque intentábamos no movernos del campamento, un mensaje inesperado lo cambió todo: estaban saqueando los puertos, dejando a su paso ríos de sangre y cadáveres inocentes. La llegada de esas criaturas les había dado una ventaja abrumadora. Pero algo en mí sabía que no era solo estrategia militar; querían que viéramos el caos, que nos hundiéramos en la desesperación. Era un juego psicológico, y nosotros éramos las piezas.—¡Viggo! Ven rápido —me llamaron.Al voltear, seguí a uno de los soldados que me llevó hasta la sala del consejo. El aire allí era pesado, lleno de susurros y miradas nerviosas. Pero lo que más me inquietó fue la ausencia de mi padre.—Tu padre está perdiendo la cabeza —dijo uno de los consejeros con frialdad. —Lo vimos hablando solo ayer... No podemos seguir confiando en él.La rabia y la preocupación se mezclaron en mi pecho. Salí de inmediato
Nos arrastraron hasta lo más profundo del bosque, donde un fuerte oscuro y ominoso se alzaba entre las sombras. Las puertas chirriaron al abrirse, y fuimos empujados al interior como si fuéramos ganado. Sin tregua, nos lanzaron a un calabozo húmedo y helado. Renee, a mi lado, temblaba incontrolablemente. Me acerqué y la envolví con mis brazos, tratando de transmitirle un calor que apenas sentía yo mismo.—No te preocupes. Te prometo que saldremos de esta —le susurré con determinación.Ella levantó la mirada hacia mí, sus ojos brillando de lágrimas y miedo.—Tengo miedo, Viggo... miedo por nuestro hijo. No quiero que le pase nada —dijo con la voz rota.Mis manos se apretaron en torno a ella al escuchar esas palabras. Antes de poder responder, el sonido de las rejas al abrirse me sacó de mis pensamientos. Dos de esas criaturas entraron con pasos pesados y sin vacilación agarraron a Renee del brazo.—¡No! —rugí, luchando contra las cadenas que me retenían.La ira rugió dentro de mí, inco
La mano de Ulfric se cerró con fuerza en mi cuello, mientras su otra mano se presionaba cruelmente contra mi vientre. Un grito desgarrador salió de mis labios. El dolor era insoportable, pero el miedo por mi bebé lo era aún más. Con todas mis fuerzas, lo empujé hacia atrás. Ulfric retrocedió unos pasos, su rostro mostrando una mezcla de sorpresa y rabia. Él era más fuerte ahora, eso era innegable, pero yo seguía siendo una bruja, y no iba a dejarme vencer por alguien como él.—¡Dame al último Imperial! —rugió, lanzándose de nuevo hacia mí como un animal rabioso.Antes de que pudiera alcanzarme, el enorme lobo que era Viggo se abalanzó sobre él, derribándolo y lanzándolo lejos con una brutalidad que resonó en la sala. Viggo se volvió hacia mí, sus ojos brillando con odio, pero también con una intención protectora que no podía ignorar. Lo hacía por el bebé. Lo sabía.Aprovechando la distracción, Ulfric escapó, llevándose consigo a las criaturas que aún permanecían en la habitación.Corr
Nos quedamos allí hasta que el fuego finalmente se extinguió, y con él, la oscuridad de la noche dio paso a la fría luz de la mañana. Kieran aún estaba mal, pero la esperanza de su supervivencia estaba allí, tenue, pero presente. Mientras tanto, Viggo permanecía a un lado, sentado en el suelo, mirando al vacío como si el mundo ya no tuviera sentido para él.—¿Dónde están mi madre y mi hermana? —me preguntó, su voz cargada de desesperación.—No lo sé. Ulfric las tiene —respondí, con tono cansado, la lucha de las últimas horas agotando hasta la última gota de mi energía. Ahora no quería pelear, no más. Solo quería dormir y no despertar nunca.Viggo me miró, y pude ver la incredulidad en sus ojos, como si todo a su alrededor fuera un rompecabezas imposible de resolver.—¿Eso qué dijo el qué significa? —me preguntó.Sabía a qué se refería, pero no estaba con el ánimo de explicarle nada.Viggo se levantó bruscamente, caminó hacia mí y, sin previo aviso, me agarró del brazo, levantándome de
Nos pusimos en marcha, dejando atrás el lugar reducido a cenizas. La tensión entre nosotros era tan densa que el aire mismo parecía estar cargado de reproches y silencios pesados. Viggo se mantenía cerca de mí, sus ojos vigilándome de reojo cada tanto, mientras que Kieran no apartaba su mirada fija, como si tratara de encontrar en mí alguna grieta que confirmara sus sospechas.Finalmente, el peso del silencio se volvió insoportable, y decidí romperlo.—Si tienen algo que decirme o preguntarme, este es el momento —les pedí, mi voz firme a pesar del cansancio.No esperaba que Kieran reaccionara tan rápido ni con tanta agresividad. Sin previo aviso, se lanzó sobre mí, sus manos buscando sujetarme con fuerza. Fue un movimiento rápido y lleno de rabia, pero antes de que pudiera hacerme daño, Viggo intervino. Con un empujón brutal, apartó a su hermano, haciendo que ambos quedaran frente a frente, con el odio chispeando entre ellos como si estuvieran a punto de estallar.—¡Es una perra! —gri
Había firmado un muy buen contrato para ser la imagen de una de las mejores marcas de maquillaje. A mi edad, conseguir algo así era demasiado bueno.—No deberías salir hoy —me dijo Camil, mi asistente.La miré y la ignoré por completo. Claro que saldría, tenía que celebrar este gran logro, y ella no iba a amargarme este momento.—Mis amigas me esperan, así que por favor, deja de molestarme. Quiero celebrar —le dije.Ella solo asintió, pero se veía enojada.—Te ha llegado algo —me dijo, entregándome una pequeña cajita.Se la arrebaté de las manos y la abrí. Dentro había una especie de amuleto horrible.—¿Quién envió esto? Qué mal gusto tiene —dije.Fui hasta la cocina y tiré a la basura el amuleto; no me interesaba tener algo tan feo.—Por favor, revisa los regalos que me envían —le pedí.Tomé mi bolso y, sin mirar atrás, salí de mi apartamento. Estaba tan feliz que nada podía amargarme esta noche.Cuando estaba a punto de llegar al bar, el flujo de coches se volvió más lento, hasta qu
Abrí los ojos y respiré profundamente, tratando de disipar el malestar que sentía en mi pecho. La luz de la luna se filtraba por la ventana, iluminando la habitación con un resplandor pálido y sereno, pero mi mente estaba lejos de sentirse en calma. Me senté en la cama, mirando fijamente a la nada, mientras el eco de mis sueños seguía latente en mi mente.Odiaba cuando soñaba con ella. Aunque los detalles se desvanecían al despertar, siempre quedaba esa sensación pesada, y sabía sin lugar a dudas que era ella. Ese cabello rojo intenso y esos ojos verdes que me atravesaban, siempre me perturbaban, como si su presencia se resistiera a desaparecer de mi subconsciente, aun no entiendo cómo es posible que sueñe con ella, y ni siquiera recuerde su rostro.—Carajo, ¿por qué tengo que soñarte? —murmuré en voz baja, casi como un ruego, mientras me pasaba las manos por la cara, tratando de sacudirme el cansancio y la incomodidad que me envolvían—. Tú ya estás muerta. —Era una afirmación que rep
Pataleé en aquella espesa sustancia en la que estaba sumergida. Abrí la boca para gritar, pero ese líquido inundó mi garganta, obligándome a tragarlo. Con esfuerzo, logré salir a flote. Estaba dentro de un pequeño pozo. Exhausta, salí gateando, y mi estómago comenzó a retorcerse. Vomité hasta vaciarlo por completo.Miré a mi alrededor. Me encontraba en una especie de cueva, iluminada apenas por algunas antorchas. Había visto demasiadas películas de terror como para no reconocer lo que era: la guarida de un asesino en serie. Pero lo peor no era eso... lo peor era que yo sería la siguiente.Me puse de pie, pero al intentar dar un paso, resbalé, golpeándome con fuerza. Chillé por el dolor y el asco que me invadió al caer sobre mi propio vómito, pero no podía detenerme en eso.Con otro esfuerzo, me levanté de nuevo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Al tocarme, me di cuenta de que estaba desnuda. ¿Qué me habían hecho? Muchos pensamientos invadieron mi mente, pero decidí no pensar de más,