Los días siguieron pasando rapidamente, hasta convertirse en un mes. Aunque no había señales de movimiento por parte de Eirik y los suyos, todos nos manteníamos en guardia. Kieran comenzaba a desmoronarse. Su nerviosismo crecía día tras día, como si cada instante que pasaba fuera una cuenta regresiva hacia su fin. Lo veía en su mirada esquiva, en cómo sus manos temblaban ligeramente cuando creía que nadie lo observaba.Por otro lado, Ulfric no hacía nada por ocultar su creciente odio. Cada día parecía más cerca de estallar, con las ansias de matar tanto a Kieran como a mí escritas en cada línea de su rostro. Sin embargo, no se atrevía. Sabía que sin mí no lograría nada.Yo era el corazón de este ejército, yo era lideraba a un ejército de monstruos, sin mí el no obtendría nada, aunque nunca lo obtendrá.Entré en la habitación tenue, iluminada por unas cuantas velas. Al fondo, la bañera me esperaba, el vapor del agua tibia serpenteando hacia el aire frío. Me deshice de la ropa, dejándol
Caminé tambaleante de regreso a mi habitación, una extraña sensación de debilidad invadiéndome con cada paso. Cuando finalmente llegué, mis piernas cedieron bajo el peso de mi cuerpo, y caí al suelo como una muñeca rota. Alissa corrió hacia mí, su rostro lleno de preocupación, y con esfuerzo me ayudó a levantarme, llevándome hasta la cama.—¿Qué me pasa? —pregunté, un poco angustiada por lo que sentía.Alissa me miró fijamente, su expresión una mezcla de seriedad y compasión.—Eres humana, y estás embarazada. Eres frágil, tu corazón te hace frágil. Piensas demasiado, y ahora con el embarazo tus sentimientos están a flor de piel —respondió con calma.Instintivamente, llevé una mano a mi pecho, a mi corazón. No podía evitar recordar lo que Gytha había hecho: arrancarse el suyo para castigar a quienes la traicionaron. Pero yo no necesitaba hacer eso. Estaba segura de lo que debía hacer.—No puedo morir… no soy humana —musité, casi para mí misma, mientras los recuerdos de aquel momento me
Mi padre y el resto de los hombres ya estaban preparados para bajar de los barcos. Los nervios ardían en mi pecho, un cóctel de rabia y ansiedad, pero sabía lo que debía hacer: acabar con ella y recuperar a mi madre y hermana. Mi mente retumbaba con la única verdad que me quedaba: no importaba el costo, ellas no serían parte de este caos.Sabía, o al menos lo intuía, que ambas estaban bien. No permitiría que nadie les hiciera daño, no mientras respirara. Esta guerra no las involucraba, pero yo sí, y no sería tan desalmado como para dejarlas en manos de esos monstruos.—¿Estás listo? —me preguntó mi padre, con la voz grave y un brillo de acero en la mirada.Asentí sin pronunciar palabra. Apenas los barcos tocaban la orilla, muchos de los hombres saltaron al agua con ferocidad. Yo apreté con fuerza mi espada, el hierro pareciendo fundirse con mi propia voluntad, y me lancé tras ellos. Hoy comenzaba el fin de todo, y ella, por fin, conocería el verdadero significado de mi poder.El agua
Viggo me arrastró fuera del lugar, y en el exterior el ambiente era abrumador. Había hombres por todas partes, rostros desconocidos mezclados con algunos familiares. Antes de que pudiera entender lo que estaba ocurriendo, un hombre de cabello rubio y pálido como la cera se acercó con paso firme. Sin mediar palabra, apartó a Viggo de un empujón y, con furia, me propinó una bofetada tan fuerte que caí al suelo como un saco vacío.El sabor metálico de la sangre llenó mi boca, pero antes de que pudiera reaccionar, un gruñido desgarrador atravesó el aire. Al alzar la cabeza, vi lo que estaba ocurriendo: Viggo se había transformado. Su figura imponente como lobo eclipsaba todo a su alrededor, y ahora estaba encima del hombre rubio, con sus dientes afilados a escasos centímetros de su garganta.El tiempo pareció detenerse. Los hombres alrededor nos miraban, algunos paralizados por el miedo, otros con las manos en las empuñaduras de sus armas. Nadie se atrevía a moverse. La respiración de Vig
Me amarraron a un árbol, las cuerdas apretaban tanto que apenas podía moverme. Dos soldados me vigilaban, con sus espadas listas, como si esperaran que intentara algo. Sus miradas eran tan frías como el acero que empuñaban.—Tengo hambre —les dije, mi voz cargada de una falsa vulnerabilidad.Ellos me ignoraron, manteniéndose firmes.A lo lejos vi a Viggo acercándose con paso firme. Sus ojos estaban clavados en mí, pero el peso de su mirada era difícil de interpretar. Ambos soldados se pusieron en guardia en cuanto lo vieron aproximarse.—Yo la vigilaré —dijo Viggo, su tono autoritario.—Tenemos órdenes. No nos alejaremos de ella —respondió uno de los soldados, aferrando su espada con más fuerza.Viggo no les prestó atención. Se agachó frente a mí, sus ojos escaneándome como si intentara descifrar un enigma.—¿Es verdad todo lo que dijiste? El consejo planea darle caza a mi madre. Te los suplico, si es mentira, solo dilo—preguntó, ignorando cualquier otra cosa, incluso el hecho de que
Viggo salió de la habitación sin decir una palabra, dejando tras de sí una sensación densa, como si el aire se hubiera vuelto irrespirable. Poco después, entraron tres hombres armados, sus miradas se cruzaron con la mía por apenas un segundo antes de desviarse rápidamente, como si sostener mi mirada les drenara el alma.Me quedé en la cama, inmóvil, cerrando los ojos con una calma que no sentía en mucho tiempo. Era irónico lo relajada que estaba considerando las circunstancias, pero no podía evitarlo; mi plan iba tan bien que esa sensación de victoria me envolvía como una cálida manta. Dormí profundamente, más de lo que había hecho en años.El amanecer llegó acompañado por el grito desgarrador de uno de los guardias. Me senté en la cama, frunciendo el ceño, molesta por la interrupción. Uno de ellos se acercó y, sin mediar palabra, me agarró del brazo y me arrastró fuera de la habitación. No me resistí; simplemente lo dejé hacer, mis pies apenas tocando el suelo mientras me conducían h
Viggo ordenó que trajeran algo de comer, y pronto apareció una cesta rebosante de frutas. Sin pensarlo dos veces, agarré un par y comí con avidez, consciente de su mirada fija en mí todo el tiempo.—¿Quieres un poco? —pregunté, rompiendo el silencio.Viggo se acercó con calma y se sentó al borde de la cama, a mi lado. Sin quitarle los ojos de encima, mordí un pedazo de la manzana roja y, con un gesto atrevido, acerqué mis labios a los suyos, ofreciéndole el trozo. Dudó por un instante, pero finalmente aceptó, dejando que nuestros labios se tocaran brevemente al hacerlo.El contacto fue como un chispazo que encendió algo más profundo entre nosotros.—Te amo, Viggo —susurré, dejando caer las palabras cargadas de intención.Sin aviso, su mano se deslizó detrás de mi cabeza y me atrajo hacia él, aplastando su boca contra la mía en un beso ardiente, hambriento, que me dejó sin aliento. Sus labios se movían sobre los míos con una urgencia que parecía consumirnos a ambos.Rodeé su cuello con
Había firmado un muy buen contrato para ser la imagen de una de las mejores marcas de maquillaje. A mi edad, conseguir algo así era demasiado bueno.—No deberías salir hoy —me dijo Camil, mi asistente.La miré y la ignoré por completo. Claro que saldría, tenía que celebrar este gran logro, y ella no iba a amargarme este momento.—Mis amigas me esperan, así que por favor, deja de molestarme. Quiero celebrar —le dije.Ella solo asintió, pero se veía enojada.—Te ha llegado algo —me dijo, entregándome una pequeña cajita.Se la arrebaté de las manos y la abrí. Dentro había una especie de amuleto horrible.—¿Quién envió esto? Qué mal gusto tiene —dije.Fui hasta la cocina y tiré a la basura el amuleto; no me interesaba tener algo tan feo.—Por favor, revisa los regalos que me envían —le pedí.Tomé mi bolso y, sin mirar atrás, salí de mi apartamento. Estaba tan feliz que nada podía amargarme esta noche.Cuando estaba a punto de llegar al bar, el flujo de coches se volvió más lento, hasta qu