Me quedé allí, mirándola por mucho tiempo, debatiéndome entre irme y dejarla aquí, o acabar con su sufrimiento. Sabía que ella se había convertido en Gytha, y ese conocimiento me desgarraba por dentro. ¿Cómo había sucedido esto?Mis ojos se posaron en el libro que yacía a un lado. Lo levanté y lo observé de nuevo; ahora estaba plagado de runas, muchas de las cuales reconocía y entendía su significado.Miré el cuerpo de Renee, y vi que muchas de esas runas estaban grabadas en su piel. La rabia se apoderó de mí; me había mentido, y por su culpa, ahora era considerado un traidor.Con furia, hice trizas el libro, dejando que sus páginas destrozadas se esparcieran a mis pies. Me levanté, decidido a encontrar a mi padre por mi cuenta. Ella ya no valía la pena. Pero, al mismo tiempo, una parte de mí se inquietaba; si la dejaba aquí, tal vez todo empeoraría.Me detuve, girando para mirarla de nuevo. Me acerqué y la cargué en mis brazos, sintiendo cómo la ira me consumía. Era un completo idiot
Viggo se sentó a mi lado, en ese silencio que gritaba todo lo que las palabras no podían tocar. El aire entre nosotros era tan denso que dolía respirarlo, cargado de verdades no dichas y culpas que nunca dejarían de arder. Lo que había sucedido era más que un desastre; era el principio de una caída interminable.Deslicé la mirada hacia él, sus ojos vacíos enfocados en la nada, como si hubiera algo más allá que solo él pudiera ver. Apoyé mi cabeza en su hombro, buscando un consuelo que sabía que no merecía. Observé en la dirección que él miraba, un abismo que se sentía tan cercano.—Me odias ¿verdad? —murmuré, mi voz apenas un susurro que el viento podía robar. La respuesta no llegó, solo el silencio que se arrastraba, cruel y definitivo. Esbocé una sonrisa rota, una que apenas tenía fuerzas para sostenerse. No necesitaba escuchar nada; el odio era una certeza que pesaba en mi pecho. Tenía derecho a odiarme, después de todo lo que había escondido, de todo lo que había desencadenado.—¿
La vista se volvió aún más borrosa hasta que la luz se apagó por completo, y de nuevo me encontré atrapada en aquel sueño, en esa habitación repleta de espejos que reflejaban mis peores miedos. Esta vez, yo yacía en el suelo, reducida a nada, mientras las criaturas en los espejos me observaban, sus ojos llenos de sombras. Me arrastré, el frío del suelo mordiendo mi piel, hasta que la vi. En un rincón oscuro, tan destrozada como yo. Sus ojos verdes, empañados por el dolor, me miraban con una súplica silenciosa. Quería ser liberada tanto como yo. Pero, ¿lo merecía?Su mano se alzó, temblorosa, llamándome. Me impulsé hacia ella, cada movimiento desgarrándome más, buscando un consuelo que sabía que no encontraría. Cuando estuve lo suficientemente cerca, la magnitud de sus heridas se volvió evidente, marcando un mapa de sufrimiento en su piel.—Mikkel... debe morir para siempre —susurró entre jadeos de agonía.Las palabras eran como enigmas en un idioma que no entendía, y el nombre resonó
Regresé a la realidad, una donde la oscuridad me envolvía. Solo se oía la respiración áspera de la persona a mi lado. Me incorporé de golpe, con el corazón martilleando y los músculos tensos. Nos encontrábamos en una cueva sombría y húmeda. A mi lado, Viggo, sin camisa, con una herida enorme en su costado, la sangre brotando sin piedad.—¿Qué pasó? —pregunté, con la vista fija en esa herida grotesca.—Lobos... muchos de ellos, pero los vencí —respondió arrastrando las palabras, con una expresión de dolor.Extendí la mano para tocar su herida, para asegurarme de que no fuera mortal, pero apartó mi toque de un manotazo, y en ese gesto sentí nacer una furia enorme dentro de mi, alimentada por el rencor de años.—Maldito animal ingrato, estás vivo gracias a mí. Toda tu mísera existencia me la debes —espeté, con cada palabra impregnada de un veneno tan oscuro que sentí su sabor amargo en la lengua. Viggo giró su rostro, sus ojos entreabiertos destilaban una incredulidad que no podía disimu
Observé a Viggo retorcerse mientras mi sangre hacía su efecto, cada espasmo arrancándole un poco más de resistencia. Acerqué mi mano a su frente, y al sentir mi toque, sus ojos me miraron, llenos de un odio que, lejos de intimidarme, me deleitaba.—Me iré —le susurré—, pero no te preocupes. Pronto estarás bien y podrás buscar a tu padre. Los esperaré a ambos.Me incorporé, y al darme vuelta, me encontré frente a frente con Kieran, rodeado por varios soldados. Todos llevaban espadas enormes, filosas, sus miradas vacías de compasión.—Átenla —ordenó Kieran con voz firme. Uno de los soldados comenzó a avanzar, pero se detuvo a mitad de camino. Sus ojos se tornaron rojos, sangrando con lentitud mientras un grito desgarrador escapaba de su garganta. Observé cómo caía al suelo, retorciéndose hasta el último aliento.Entonces volví mi atención a Kieran, que, con el rostro pálido, me miraba con terror.—Las reglas han cambiado. Y si aún quieres todo aquello que alguna vez me pediste, entonces
Había firmado un muy buen contrato para ser la imagen de una de las mejores marcas de maquillaje. A mi edad, conseguir algo así era demasiado bueno.—No deberías salir hoy —me dijo Camil, mi asistente.La miré y la ignoré por completo. Claro que saldría, tenía que celebrar este gran logro, y ella no iba a amargarme este momento.—Mis amigas me esperan, así que por favor, deja de molestarme. Quiero celebrar —le dije.Ella solo asintió, pero se veía enojada.—Te ha llegado algo —me dijo, entregándome una pequeña cajita.Se la arrebaté de las manos y la abrí. Dentro había una especie de amuleto horrible.—¿Quién envió esto? Qué mal gusto tiene —dije.Fui hasta la cocina y tiré a la basura el amuleto; no me interesaba tener algo tan feo.—Por favor, revisa los regalos que me envían —le pedí.Tomé mi bolso y, sin mirar atrás, salí de mi apartamento. Estaba tan feliz que nada podía amargarme esta noche.Cuando estaba a punto de llegar al bar, el flujo de coches se volvió más lento, hasta qu
Abrí los ojos y respiré profundamente, tratando de disipar el malestar que sentía en mi pecho. La luz de la luna se filtraba por la ventana, iluminando la habitación con un resplandor pálido y sereno, pero mi mente estaba lejos de sentirse en calma. Me senté en la cama, mirando fijamente a la nada, mientras el eco de mis sueños seguía latente en mi mente.Odiaba cuando soñaba con ella. Aunque los detalles se desvanecían al despertar, siempre quedaba esa sensación pesada, y sabía sin lugar a dudas que era ella. Ese cabello rojo intenso y esos ojos verdes que me atravesaban, siempre me perturbaban, como si su presencia se resistiera a desaparecer de mi subconsciente, aun no entiendo cómo es posible que sueñe con ella, y ni siquiera recuerde su rostro.—Carajo, ¿por qué tengo que soñarte? —murmuré en voz baja, casi como un ruego, mientras me pasaba las manos por la cara, tratando de sacudirme el cansancio y la incomodidad que me envolvían—. Tú ya estás muerta. —Era una afirmación que rep
Pataleé en aquella espesa sustancia en la que estaba sumergida. Abrí la boca para gritar, pero ese líquido inundó mi garganta, obligándome a tragarlo. Con esfuerzo, logré salir a flote. Estaba dentro de un pequeño pozo. Exhausta, salí gateando, y mi estómago comenzó a retorcerse. Vomité hasta vaciarlo por completo.Miré a mi alrededor. Me encontraba en una especie de cueva, iluminada apenas por algunas antorchas. Había visto demasiadas películas de terror como para no reconocer lo que era: la guarida de un asesino en serie. Pero lo peor no era eso... lo peor era que yo sería la siguiente.Me puse de pie, pero al intentar dar un paso, resbalé, golpeándome con fuerza. Chillé por el dolor y el asco que me invadió al caer sobre mi propio vómito, pero no podía detenerme en eso.Con otro esfuerzo, me levanté de nuevo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Al tocarme, me di cuenta de que estaba desnuda. ¿Qué me habían hecho? Muchos pensamientos invadieron mi mente, pero decidí no pensar de más,