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Observé a Viggo retorcerse mientras mi sangre hacía su efecto, cada espasmo arrancándole un poco más de resistencia. Acerqué mi mano a su frente, y al sentir mi toque, sus ojos me miraron, llenos de un odio que, lejos de intimidarme, me deleitaba.

—Me iré —le susurré—, pero no te preocupes. Pronto estarás bien y podrás buscar a tu padre. Los esperaré a ambos.

Me incorporé, y al darme vuelta, me encontré frente a frente con Kieran, rodeado por varios soldados. Todos llevaban espadas enormes, filosas, sus miradas vacías de compasión.

—Átenla —ordenó Kieran con voz firme. Uno de los soldados comenzó a avanzar, pero se detuvo a mitad de camino. Sus ojos se tornaron rojos, sangrando con lentitud mientras un grito desgarrador escapaba de su garganta. Observé cómo caía al suelo, retorciéndose hasta el último aliento.

Entonces volví mi atención a Kieran, que, con el rostro pálido, me miraba con terror.

—Las reglas han cambiado. Y si aún quieres todo aquello que alguna vez me pediste, entonces
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