Vi alejarse a Renee junto a Kieran, sus siluetas desvaneciéndose en la distancia mientras sentía cómo todo dentro de mí se incendiaba. Era un fuego abrasador, una mezcla letal de rabia y un dolor que desgarraba mi corazón. Sabía, con una certeza amarga, que este era el punto de no retorno. Lo que éramos antes se había perdido; ahora ambos éramos cazadores. Y alguno debía morir.Miré al cielo, azul al principio, pero con una sombra gris que lo invadía lentamente. Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre mí, frías y pesadas, como si fueran dagas atravesando mi piel. Cada impacto era más doloroso que el anterior, una tortura lenta que me hacía temblar. Intenté moverme, girar mi cuerpo, pero mis extremidades estaban rígidas, como si el mismo peso del dolor me hubiera paralizado.Un grito desgarrador escapó de mi garganta, un alarido de pura furia contenida, de impotencia. Grité por lo que estaba perdiendo, por lo que estaba convirtiéndome, por el dolor que parecía no tener fin.A lo lej
El sonido de objetos arrastrados y voces murmurando me arrancó del sueño. Intenté moverme, pero un par de cadenas pesadas en mis muñecas me lo impidieron. Parpadeé varias veces, intentando aclarar mi visión, y entonces lo vi. Al fondo de la habitación, de pie como una sombra imponente, estaba mi padre mirándome fijamente.—¿Estás bien? —preguntó con voz seca, casi distante.Tragué el nudo en mi garganta, calmándome apenas lo suficiente para asentir.—No soy un traidor —escupí las palabras de inmediato, quería dejar en claro todo desde un principio.Él se acercó, su andar lento como si cargara un peso invisible, y se sentó junto a la cama. Su rostro era una máscara impenetrable, tan vacío que dolía mirarlo.—Lo sé. Ahora descansa —dijo, pero su tono no tenía consuelo, solo un vacío helado que me enfureció más.Levanté las manos encadenadas tanto como pude, mostrándole los grilletes.—Hice lo que me pediste —gruñí, la rabia espesando cada palabra.Mi padre miró las cadenas un instante a
Los días siguieron pasando rapidamente, hasta convertirse en un mes. Aunque no había señales de movimiento por parte de Eirik y los suyos, todos nos manteníamos en guardia. Kieran comenzaba a desmoronarse. Su nerviosismo crecía día tras día, como si cada instante que pasaba fuera una cuenta regresiva hacia su fin. Lo veía en su mirada esquiva, en cómo sus manos temblaban ligeramente cuando creía que nadie lo observaba.Por otro lado, Ulfric no hacía nada por ocultar su creciente odio. Cada día parecía más cerca de estallar, con las ansias de matar tanto a Kieran como a mí escritas en cada línea de su rostro. Sin embargo, no se atrevía. Sabía que sin mí no lograría nada.Yo era el corazón de este ejército, yo era lideraba a un ejército de monstruos, sin mí el no obtendría nada, aunque nunca lo obtendrá.Entré en la habitación tenue, iluminada por unas cuantas velas. Al fondo, la bañera me esperaba, el vapor del agua tibia serpenteando hacia el aire frío. Me deshice de la ropa, dejándol
Caminé tambaleante de regreso a mi habitación, una extraña sensación de debilidad invadiéndome con cada paso. Cuando finalmente llegué, mis piernas cedieron bajo el peso de mi cuerpo, y caí al suelo como una muñeca rota. Alissa corrió hacia mí, su rostro lleno de preocupación, y con esfuerzo me ayudó a levantarme, llevándome hasta la cama.—¿Qué me pasa? —pregunté, un poco angustiada por lo que sentía.Alissa me miró fijamente, su expresión una mezcla de seriedad y compasión.—Eres humana, y estás embarazada. Eres frágil, tu corazón te hace frágil. Piensas demasiado, y ahora con el embarazo tus sentimientos están a flor de piel —respondió con calma.Instintivamente, llevé una mano a mi pecho, a mi corazón. No podía evitar recordar lo que Gytha había hecho: arrancarse el suyo para castigar a quienes la traicionaron. Pero yo no necesitaba hacer eso. Estaba segura de lo que debía hacer.—No puedo morir… no soy humana —musité, casi para mí misma, mientras los recuerdos de aquel momento me
Mi padre y el resto de los hombres ya estaban preparados para bajar de los barcos. Los nervios ardían en mi pecho, un cóctel de rabia y ansiedad, pero sabía lo que debía hacer: acabar con ella y recuperar a mi madre y hermana. Mi mente retumbaba con la única verdad que me quedaba: no importaba el costo, ellas no serían parte de este caos.Sabía, o al menos lo intuía, que ambas estaban bien. No permitiría que nadie les hiciera daño, no mientras respirara. Esta guerra no las involucraba, pero yo sí, y no sería tan desalmado como para dejarlas en manos de esos monstruos.—¿Estás listo? —me preguntó mi padre, con la voz grave y un brillo de acero en la mirada.Asentí sin pronunciar palabra. Apenas los barcos tocaban la orilla, muchos de los hombres saltaron al agua con ferocidad. Yo apreté con fuerza mi espada, el hierro pareciendo fundirse con mi propia voluntad, y me lancé tras ellos. Hoy comenzaba el fin de todo, y ella, por fin, conocería el verdadero significado de mi poder.El agua
Viggo me arrastró fuera del lugar, y en el exterior el ambiente era abrumador. Había hombres por todas partes, rostros desconocidos mezclados con algunos familiares. Antes de que pudiera entender lo que estaba ocurriendo, un hombre de cabello rubio y pálido como la cera se acercó con paso firme. Sin mediar palabra, apartó a Viggo de un empujón y, con furia, me propinó una bofetada tan fuerte que caí al suelo como un saco vacío.El sabor metálico de la sangre llenó mi boca, pero antes de que pudiera reaccionar, un gruñido desgarrador atravesó el aire. Al alzar la cabeza, vi lo que estaba ocurriendo: Viggo se había transformado. Su figura imponente como lobo eclipsaba todo a su alrededor, y ahora estaba encima del hombre rubio, con sus dientes afilados a escasos centímetros de su garganta.El tiempo pareció detenerse. Los hombres alrededor nos miraban, algunos paralizados por el miedo, otros con las manos en las empuñaduras de sus armas. Nadie se atrevía a moverse. La respiración de Vig
Me amarraron a un árbol, las cuerdas apretaban tanto que apenas podía moverme. Dos soldados me vigilaban, con sus espadas listas, como si esperaran que intentara algo. Sus miradas eran tan frías como el acero que empuñaban.—Tengo hambre —les dije, mi voz cargada de una falsa vulnerabilidad.Ellos me ignoraron, manteniéndose firmes.A lo lejos vi a Viggo acercándose con paso firme. Sus ojos estaban clavados en mí, pero el peso de su mirada era difícil de interpretar. Ambos soldados se pusieron en guardia en cuanto lo vieron aproximarse.—Yo la vigilaré —dijo Viggo, su tono autoritario.—Tenemos órdenes. No nos alejaremos de ella —respondió uno de los soldados, aferrando su espada con más fuerza.Viggo no les prestó atención. Se agachó frente a mí, sus ojos escaneándome como si intentara descifrar un enigma.—¿Es verdad todo lo que dijiste? El consejo planea darle caza a mi madre. Te los suplico, si es mentira, solo dilo—preguntó, ignorando cualquier otra cosa, incluso el hecho de que
Viggo salió de la habitación sin decir una palabra, dejando tras de sí una sensación densa, como si el aire se hubiera vuelto irrespirable. Poco después, entraron tres hombres armados, sus miradas se cruzaron con la mía por apenas un segundo antes de desviarse rápidamente, como si sostener mi mirada les drenara el alma.Me quedé en la cama, inmóvil, cerrando los ojos con una calma que no sentía en mucho tiempo. Era irónico lo relajada que estaba considerando las circunstancias, pero no podía evitarlo; mi plan iba tan bien que esa sensación de victoria me envolvía como una cálida manta. Dormí profundamente, más de lo que había hecho en años.El amanecer llegó acompañado por el grito desgarrador de uno de los guardias. Me senté en la cama, frunciendo el ceño, molesta por la interrupción. Uno de ellos se acercó y, sin mediar palabra, me agarró del brazo y me arrastró fuera de la habitación. No me resistí; simplemente lo dejé hacer, mis pies apenas tocando el suelo mientras me conducían h