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Nos detuvimos horas después. Mis pies estaban destrozados, como si hubieran sido aplastados por un coche, y el hambre me estaba matando. Me sentía débil, al borde del abismo; estaba a punto de rendirme, deseando mandar todo al carajo y que el destino hiciera lo que tuviera que hacer. Ya no podía soportar más esta agonía.

—Dormiremos aquí —me dijo Viggo.

Me dejé caer al suelo, masajeando mis piernas adoloridas, mientras respiraba profundamente. Un nudo se formó en mi garganta, las lágrimas comenzaron a caer y mi corazón empezó a latir con una intensidad desesperante.

Observé a Viggo, moviéndose inquieto de un lado a otro, observando el lugar como un depredador. Me limpié las lágrimas con la mano y me levanté.

—Iré al baño —le dije, y caminé un par de pasos, pero él me detuvo.

—Te acompañaré —insistió.

Negué con la cabeza, apartando su mano con suavidad.

—Si veo algo extraño, te gritaré —le prometí. Aunque su enojo era notorio, asintió.

Me alejé, mis pasos resonando en la soledad del bo
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