Me levanté de un salto y corrí, buscando alejarme de Viggo. Mi estómago revoloteaba, y, sin poder contenerme más, vomité, dejando salir aquel líquido negro y viscoso que emanaban los monstruos.—¿Renee, estás bien?— preguntó Viggo, podía notar la preocupación en su voz.—¡No te acerques!— grité, la desesperación brotando de mis labios. Mis manos comenzaron a temblar, de manera descontrolada.—Déjame ayudarte— insistió, escuche como se acercaba y el miedo se apodero de mí. si él se daba cuenta de esto, yo no sabría cómo actuar, ni siquiera sabría que decirle.—¡Detente! No quiero que estés cerca de mí, déjame sola, por favor— le supliqué, sintiendo que la angustia me ahogaba.—Está bien, cuando me necesites, solo llama— respondió con un tono apagado.Escuché sus pisadas alejarse y, al asomarme por encima del hombro, vi cómo se marchaba. Con prisa, cubrí aquel líquido repugnante. Respiré hondo, me senté y traté de calmarme, pero la sensación de estar muriendo se adueñaba de mí.—Ya no q
Me quedé allí, mirándola por mucho tiempo, debatiéndome entre irme y dejarla aquí, o acabar con su sufrimiento. Sabía que ella se había convertido en Gytha, y ese conocimiento me desgarraba por dentro. ¿Cómo había sucedido esto?Mis ojos se posaron en el libro que yacía a un lado. Lo levanté y lo observé de nuevo; ahora estaba plagado de runas, muchas de las cuales reconocía y entendía su significado.Miré el cuerpo de Renee, y vi que muchas de esas runas estaban grabadas en su piel. La rabia se apoderó de mí; me había mentido, y por su culpa, ahora era considerado un traidor.Con furia, hice trizas el libro, dejando que sus páginas destrozadas se esparcieran a mis pies. Me levanté, decidido a encontrar a mi padre por mi cuenta. Ella ya no valía la pena. Pero, al mismo tiempo, una parte de mí se inquietaba; si la dejaba aquí, tal vez todo empeoraría.Me detuve, girando para mirarla de nuevo. Me acerqué y la cargué en mis brazos, sintiendo cómo la ira me consumía. Era un completo idiot
Viggo se sentó a mi lado, en ese silencio que gritaba todo lo que las palabras no podían tocar. El aire entre nosotros era tan denso que dolía respirarlo, cargado de verdades no dichas y culpas que nunca dejarían de arder. Lo que había sucedido era más que un desastre; era el principio de una caída interminable.Deslicé la mirada hacia él, sus ojos vacíos enfocados en la nada, como si hubiera algo más allá que solo él pudiera ver. Apoyé mi cabeza en su hombro, buscando un consuelo que sabía que no merecía. Observé en la dirección que él miraba, un abismo que se sentía tan cercano.—Me odias ¿verdad? —murmuré, mi voz apenas un susurro que el viento podía robar. La respuesta no llegó, solo el silencio que se arrastraba, cruel y definitivo. Esbocé una sonrisa rota, una que apenas tenía fuerzas para sostenerse. No necesitaba escuchar nada; el odio era una certeza que pesaba en mi pecho. Tenía derecho a odiarme, después de todo lo que había escondido, de todo lo que había desencadenado.—¿
La vista se volvió aún más borrosa hasta que la luz se apagó por completo, y de nuevo me encontré atrapada en aquel sueño, en esa habitación repleta de espejos que reflejaban mis peores miedos. Esta vez, yo yacía en el suelo, reducida a nada, mientras las criaturas en los espejos me observaban, sus ojos llenos de sombras. Me arrastré, el frío del suelo mordiendo mi piel, hasta que la vi. En un rincón oscuro, tan destrozada como yo. Sus ojos verdes, empañados por el dolor, me miraban con una súplica silenciosa. Quería ser liberada tanto como yo. Pero, ¿lo merecía?Su mano se alzó, temblorosa, llamándome. Me impulsé hacia ella, cada movimiento desgarrándome más, buscando un consuelo que sabía que no encontraría. Cuando estuve lo suficientemente cerca, la magnitud de sus heridas se volvió evidente, marcando un mapa de sufrimiento en su piel.—Mikkel... debe morir para siempre —susurró entre jadeos de agonía.Las palabras eran como enigmas en un idioma que no entendía, y el nombre resonó
Regresé a la realidad, una donde la oscuridad me envolvía. Solo se oía la respiración áspera de la persona a mi lado. Me incorporé de golpe, con el corazón martilleando y los músculos tensos. Nos encontrábamos en una cueva sombría y húmeda. A mi lado, Viggo, sin camisa, con una herida enorme en su costado, la sangre brotando sin piedad.—¿Qué pasó? —pregunté, con la vista fija en esa herida grotesca.—Lobos... muchos de ellos, pero los vencí —respondió arrastrando las palabras, con una expresión de dolor.Extendí la mano para tocar su herida, para asegurarme de que no fuera mortal, pero apartó mi toque de un manotazo, y en ese gesto sentí nacer una furia enorme dentro de mi, alimentada por el rencor de años.—Maldito animal ingrato, estás vivo gracias a mí. Toda tu mísera existencia me la debes —espeté, con cada palabra impregnada de un veneno tan oscuro que sentí su sabor amargo en la lengua. Viggo giró su rostro, sus ojos entreabiertos destilaban una incredulidad que no podía disimu
Observé a Viggo retorcerse mientras mi sangre hacía su efecto, cada espasmo arrancándole un poco más de resistencia. Acerqué mi mano a su frente, y al sentir mi toque, sus ojos me miraron, llenos de un odio que, lejos de intimidarme, me deleitaba.—Me iré —le susurré—, pero no te preocupes. Pronto estarás bien y podrás buscar a tu padre. Los esperaré a ambos.Me incorporé, y al darme vuelta, me encontré frente a frente con Kieran, rodeado por varios soldados. Todos llevaban espadas enormes, filosas, sus miradas vacías de compasión.—Átenla —ordenó Kieran con voz firme. Uno de los soldados comenzó a avanzar, pero se detuvo a mitad de camino. Sus ojos se tornaron rojos, sangrando con lentitud mientras un grito desgarrador escapaba de su garganta. Observé cómo caía al suelo, retorciéndose hasta el último aliento.Entonces volví mi atención a Kieran, que, con el rostro pálido, me miraba con terror.—Las reglas han cambiado. Y si aún quieres todo aquello que alguna vez me pediste, entonces
Vi alejarse a Renee junto a Kieran, sus siluetas desvaneciéndose en la distancia mientras sentía cómo todo dentro de mí se incendiaba. Era un fuego abrasador, una mezcla letal de rabia y un dolor que desgarraba mi corazón. Sabía, con una certeza amarga, que este era el punto de no retorno. Lo que éramos antes se había perdido; ahora ambos éramos cazadores. Y alguno debía morir.Miré al cielo, azul al principio, pero con una sombra gris que lo invadía lentamente. Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre mí, frías y pesadas, como si fueran dagas atravesando mi piel. Cada impacto era más doloroso que el anterior, una tortura lenta que me hacía temblar. Intenté moverme, girar mi cuerpo, pero mis extremidades estaban rígidas, como si el mismo peso del dolor me hubiera paralizado.Un grito desgarrador escapó de mi garganta, un alarido de pura furia contenida, de impotencia. Grité por lo que estaba perdiendo, por lo que estaba convirtiéndome, por el dolor que parecía no tener fin.A lo lej
El sonido de objetos arrastrados y voces murmurando me arrancó del sueño. Intenté moverme, pero un par de cadenas pesadas en mis muñecas me lo impidieron. Parpadeé varias veces, intentando aclarar mi visión, y entonces lo vi. Al fondo de la habitación, de pie como una sombra imponente, estaba mi padre mirándome fijamente.—¿Estás bien? —preguntó con voz seca, casi distante.Tragué el nudo en mi garganta, calmándome apenas lo suficiente para asentir.—No soy un traidor —escupí las palabras de inmediato, quería dejar en claro todo desde un principio.Él se acercó, su andar lento como si cargara un peso invisible, y se sentó junto a la cama. Su rostro era una máscara impenetrable, tan vacío que dolía mirarlo.—Lo sé. Ahora descansa —dijo, pero su tono no tenía consuelo, solo un vacío helado que me enfureció más.Levanté las manos encadenadas tanto como pude, mostrándole los grilletes.—Hice lo que me pediste —gruñí, la rabia espesando cada palabra.Mi padre miró las cadenas un instante a