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Después de caminar por lo que me pareció una eternidad, nos detuvimos. Viggo se alejó de mí y fue con el resto de los hombres. Busqué un lugar donde sentarme y, al encontrarlo, lo hice. Apenas me acomodé, una anciana se sentó a mi lado. Giré la cabeza, la salude y ella respondió con un leve asentimiento.

Aparté la mirada y busqué a Viggo, observándolo mientras hablaba con los otros hombres, su presencia imponente pero distante.

—Las almas siempre regresan a terminar lo que una vez no pudieron completar —dijo la anciana, su voz baja y quebrada.

—Regresan en otro cuerpo, sin sus memorias pasadas, pero jamás podrán cambiar la intensidad de su mirada o lo cálido de su sonrisa —respondí automáticamente, sin saber de dónde venían mis palabras. Me volví hacia ella, sorprendida por lo que había dicho, pero sus ojos no estaban en mí. Ella miraba a Viggo, sus pupilas reflejaban una inquietud inquebrantable.

—Ten cuidado, puede ser peligroso estar con aquellas almas que nos hicieron daño en el p
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