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El humo se filtraba en mis pulmones como cuchillas, cortando el aire que intentaba tomar y haciendo que cada aliento fuese una tortura. Poco a poco, sentía cómo la vida me abandonaba. Jamás pensé que terminaría así, y menos aún siendo considerado un traidor. En ese momento, comprendí una amarga verdad: nada de lo que había hecho realmente importaba, solo pesaba el hecho de ser hijo de Ivar. Eso era lo que definía todo.

Tosí frenéticamente, mi vista nublada por el humo y el dolor. Apenas podía ver, pero, a lo lejos, una figura avanzaba hacia mí, lenta y sombría. Debía estar alucinando; ¿dios, hasta en la muerte iba a ser tan patético? Me obligué a levantarme, apoyándome como pude. El calor era abrumador, las llamas rugían y me envolvían. Miré a mi alrededor y corrí hacia la puerta trasera, que empujé con todas mis fuerzas. Sentí cómo la madera caliente quemaba mis palmas, pero el alivio de que cediera fue mayor. Caí al suelo, golpeándome el rostro, y con esfuerzo me di la vuelta para
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