El humo se filtraba en mis pulmones como cuchillas, cortando el aire que intentaba tomar y haciendo que cada aliento fuese una tortura. Poco a poco, sentía cómo la vida me abandonaba. Jamás pensé que terminaría así, y menos aún siendo considerado un traidor. En ese momento, comprendí una amarga verdad: nada de lo que había hecho realmente importaba, solo pesaba el hecho de ser hijo de Ivar. Eso era lo que definía todo.Tosí frenéticamente, mi vista nublada por el humo y el dolor. Apenas podía ver, pero, a lo lejos, una figura avanzaba hacia mí, lenta y sombría. Debía estar alucinando; ¿dios, hasta en la muerte iba a ser tan patético? Me obligué a levantarme, apoyándome como pude. El calor era abrumador, las llamas rugían y me envolvían. Miré a mi alrededor y corrí hacia la puerta trasera, que empujé con todas mis fuerzas. Sentí cómo la madera caliente quemaba mis palmas, pero el alivio de que cediera fue mayor. Caí al suelo, golpeándome el rostro, y con esfuerzo me di la vuelta para
Cada minuto que pasaba con Kieran me llenaba de una inquietud horrorosa, un presentimiento oscuro que crecía en mi interior. Aunque ya no estuviera en esa jaula, algo en él me ponía alerta. Estábamos cabalgando hacia un destino incierto, y cada tanto, miraba sobre mi hombro, observando a Kieran, que avanzaba con una seriedad fría.—¿Puedo… ir al baño? Me urge —murmuré.Kieran detuvo el caballo de inmediato.—Sí, claro —respondió.Él bajó primero y luego me ayudó a descender, pero sentí las miradas penetrantes de los hombres alrededor, y un escalofrío me recorrió. Los recuerdos de unas horas antes aún dolían, vívidos en mi mente.—Acamparemos aquí. Mañana, al amanecer, continuamos —ordenó Kieran.Los hombres se detuvieron al instante, y Kieran y yo empezamos a alejarnos en busca de un lugar apartado. Mi cuello dolía bajo el peso del grillete. Llevé una mano hacia el metal frío y lo toqué con una mueca de incomodidad.—¿Puedes quitármelo? —le pedí, volviéndome hacia él.Kieran se acercó
Kieran volvió a encerrarme en esa maldita jaula. Me lancé contra los barrotes de madera y le grité con cada gramo de odio que sentía en mi pecho. La rabia me quemaba desde dentro; necesitaba saltar sobre él y arrancarle la cabeza, ver el miedo en sus ojos mientras su vida se apagaba.—¡Te mataré y me bañaré en tu sangre! Esta vez, ni tu madre podrá traerte de vuelta —le dije con una sonrisa retorcida, una sonrisa que apenas sentía como mía.Kieran se detuvo y me miró, sorprendido, con los ojos muy abiertos. Fue entonces cuando me di cuenta de que esas palabras no me pertenecían del todo; surgieron desde un rincón profundo de mi mente, como si otro lado de mí hubiera hablado. No sabía qué significaban, pero por la expresión en su rostro, él sí.—Tienes miedo de mí, ¿verdad? —le pregunté con burla, dándole una sonrisa maliciosa.Kieran me miró un segundo más antes de apartarse en silencio. Me quedé sola, gritando hasta que la voz me falló. Finalmente, me aparté de los barrotes, hundiénd
Huir con Viggo era... hermoso. Sentir cómo se preocupaba por mí y saber que volvió a buscarme me llenaba el alma de un amor tan puro, de esos que solo encuentras en los mejores libros o en las películas románticas que te roban el aliento. Un amor que te invita a darlo todo por el otro sin pensarlo. Así me sentía, como si flotara en una nube de emociones que se arremolinaban en mi pecho. Era un amor suave y profundo, como un susurro, pero también inmenso y maravilloso; era mágico, grandioso... perfecto.Mientras corríamos por el bosque, volteé a mirarlo. Ese mismo bosque que antes me daba miedo ahora, con él a mi lado, parecía el lugar más hermoso del mundo. Todo se movía en cámara lenta, y aunque suene dramático, en este instante, sentía que podría morir feliz allí mismo, junto a él.Viggo se detuvo justo frente a un pequeño riachuelo, entro en el agua y me cargo, pasando el riachuelo conmigo en brazos.—¿Dejarías todo por mí? — le pregunté, impulsada por un deseo inesperado.Se detuvo
Los rayos del sol se filtraban suavemente a través de mis párpados, y una sonrisa se dibujó en mis labios al recordar lo maravilloso que había sucedido la noche anterior. Me removí un poco, sintiendo el cálido y protector abrazo de Viggo sobre mí.—Buenos días— murmuró él, con la voz ronca.Levanté la vista y lo miré; sus ojos azules brillaban con una luz especial, como estrellas recién nacidas, y sabía que ese destello era solo para mí.—Buenos días— respondí, dejando un beso delicado en sus labios.Me senté y me estiré, pero un dolor punzante atravesó mi cuello, y, de forma instintiva, llevé la mano a tocar el enorme grillete que lo adornaba.—¿Puedes quitarlo?— pregunté. Pero Viggo se quedó en silencio, pensativo.—¿No confías en mí?— insistí, notando cómo sus ojos se clavaban en mí, su mirada oscura y pesada, y por un momento sentí como toda esperanza se desvanecía.Viggo se sentó, apartó mi cabello con ternura, dejándolo caer suavemente a un lado de mi hombro. Con un gesto decidi
Después de caminar por lo que me pareció una eternidad, nos detuvimos. Viggo se alejó de mí y fue con el resto de los hombres. Busqué un lugar donde sentarme y, al encontrarlo, lo hice. Apenas me acomodé, una anciana se sentó a mi lado. Giré la cabeza, la salude y ella respondió con un leve asentimiento.Aparté la mirada y busqué a Viggo, observándolo mientras hablaba con los otros hombres, su presencia imponente pero distante.—Las almas siempre regresan a terminar lo que una vez no pudieron completar —dijo la anciana, su voz baja y quebrada.—Regresan en otro cuerpo, sin sus memorias pasadas, pero jamás podrán cambiar la intensidad de su mirada o lo cálido de su sonrisa —respondí automáticamente, sin saber de dónde venían mis palabras. Me volví hacia ella, sorprendida por lo que había dicho, pero sus ojos no estaban en mí. Ella miraba a Viggo, sus pupilas reflejaban una inquietud inquebrantable.—Ten cuidado, puede ser peligroso estar con aquellas almas que nos hicieron daño en el p
El camino se extendía cada vez más. Cada paso era como si cientos de agujas se incrustaran en mis pies, pero no había opción: teníamos que llegar, teníamos que salvar a todas estas personas. Y si la suerte estaba de nuestro lado, encontraríamos a Eirik y le diríamos la verdad, para que el verdadero culpable pagara con sangre. —¿Falta mucho? —pregunté a Viggo, rogando para que el lugar ya este cerca. Asintió sin mirarme, sus ojos, afilados como cuchillas, estaban fijos en el camino. Había algo en su postura que me puso en alerta; algo estaba pasando. —Nos siguen —murmuró, y la noticia cayó como un enorme bulto sobre mis hombros. El temor me envolvió como un manto húmedo al imaginarme de nuevo atrapada entre las garras de esos hombres otra vez. —¿Estaremos bien? —mi voz tembló, cargada de pánico. —Lo estaremos. Sé dónde están y cuántos son. No te preocupes —respondió con calma. Con un asentimiento, seguí caminando, intentando que la máscara de tranquilidad cubriera mi rostro. De p
Corrí lejos de aquel lugar, dejando tras de mí los tres cuerpos inertes que parecían acusarme en silencio. Me detuve de golpe, el aliento saliendo en jadeos rotos, y bajé la mirada a mis manos ensangrentadas. El sabor metálico aún persistía en mis labios, así que me los limpié con el dorso de la mano, los nervios me estaban matando. ¿Qué le diría a Viggo? No podía decirle la verdad. Limpié mis manos en la camisa, que ahora llevaba manchas carmesíes, y un nudo amargo se formó en mi garganta, sofocando un llanto que amenazaba con desbordarme.—¡Renee! —La voz de Viggo rasgó el aire, y cerré los ojos con fuerza, intentando pensar en una mentira, una excusa, pero mi mente estaba completamente en blanco.Su voz volvió a llamar, más cercana y urgente. Inspiré hondo, tratando de reunir el coraje que se me escapaba, y corrí hacia el sonido de su voz. Cuando lo vi, me lancé a sus brazos, mis dedos aferrándose a su espalda mientras el llanto que había contenido se derramaba sin control.—La mat