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Una enorme cantidad de soldados llegaron, y para mi sorpresa también había hombres de mi padre. Traté de hablar con ellos, pero se lanzaron sobre mí y me golpearon hasta cansarse, para después encadenarme como si fuese un perro. La enorme cadena que rodeaba mi cuello era tan pesada que dolía.

—¿A dónde se la llevaron? —pregunté, ya que había visto cómo se llevaban el cuerpo inconsciente de Renée. Quise pelear, pero hacerlo sería estúpido, ya que tenía que limpiar mi nombre.

—Al lugar donde debe estar— contestó Gunnar con desdén.

—Quiero hablar con mi padre, hay un gran malentendido— le dije.

Él me escupió en la cara, visiblemente furioso.

—Sabíamos que era una mala idea mantenerte con vida. Eirik está tan decepcionado de ti— me soltó con desprecio.

—No he hecho nada, solo acaté órdenes. ¡Exijo hablar con mi padre!— rugí, lleno de rabia e impotencia.

El dolor en mi pecho crecía. Me estaban tratando como un traidor, algo que jamás pensé que sucedería.

—Tu padre no te quiere. De aquí irá
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