22

La noche llegó y, como una desgracia, la lluvia caía sobre mí como una maldición más, empapándome hasta los huesos mientras el frío se colaba por cada rincón de mi cuerpo. Sentía un dolor punzante en mi tobillo y estaba completamente agotada, pero Viggo, a mi lado, desnudo y aparentemente imperturbable, parecía inmune a todo lo que me estaba consumiendo.

Empuñé la mano y le di un puñetazo en el brazo. Él volteó a verme, mirándome mal.

—Vuelve a pegarme y te corto la mano —me amenazó.

Puse los ojos en blanco y volví a golpearlo; ya no me importaba lo que pasara. Nada podía ser peor, mi vida ya era suficientemente mala.

—No es justo que yo esté pasando por todo esto, y tú estés como si nada —me quejé y le di otro golpe.

Cada músculo en mi cuerpo estaba adolorido, y mi tobillo latía de dolor. Solo quería descansar, dormir por horas o tal vez un día entero, y comer algo decente, como una hamburguesa o una pizza. Mis entrañas sonaron con solo pensar en comida.

De repente, unos ruidos reson
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