25

Seguimos caminando en completo silencio, el aire cargado de tensión, tanto que podría cortarse con un cuchillo. Aunque mis labios aún hormigueaban por el beso que habíamos compartido, me preguntaba si hubiera sido mejor no hacerlo. Tal vez habría evitado que mi corazón se enredara más en algo que ya estaba condenado.

De repente, la mano de Viggo se cerró firmemente alrededor de mi brazo, deteniéndome de golpe. Segundos después, escuché unas voces que se acercaban.

—¿Pasa algo malo? —le pregunté, sintiendo el miedo apoderarse de mí.

Entonces, los dueños de esas voces aparecieron: un grupo de hombres que, a simple vista, no parecían tener buenas intenciones. Al verme, sonrieron de una manera perturbadora.

—Una pelirroja —dijo uno de ellos, con una sonrisa lasciva.

Viggo reaccionó rápidamente, empujándome detrás de él para encararlos.

—Hazte a un lado, chico —dijo el que parecía ser el líder—. No queremos lastimarte, solo danos a la chica y podrás irte sin un rasguño.

—¿Para qué la quier
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