18

Saque el pedazo de tela de mi boca y lo tiré a un lado de la cama. Viggo, sentado en una silla frente a mí, me observaba con esa seriedad gélida que siempre lo acompañaba. Su mirada parecía atravesarme.

Me recosté con dificultad y un dolor punzante recorrió mi espalda. Me quejé, tratando de acomodarme, pero el ardor no me dejaba en paz.

—Cállate —gruñó Viggo.

Puse los ojos en blanco, conteniendo las ganas de gritarle.

—Me duele. Eres un idiota por no tener ni una pizca de compasión —murmuré, intentando mantener la calma.

Él se levantó de la silla de golpe. Mi corazón se aceleró, y de inmediato comencé a arrastrarme sobre la cama, queriendo poner distancia entre nosotros.

—¿Dónde te duele? —preguntó, sin rastro de emoción en su voz.

—En la espalda baja —respondí, incapaz de apartar la mirada de su expresión.

Sin ningún tipo de delicadeza, me dio la vuelta, colocándome en una posición incómoda. Sentí cómo levantaba mi camisa, y su toque frío recorrió mi piel en el punto exacto donde dol
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