9

No había pegado el ojo en toda la noche. La pierna de Renee se subió sobre mí, aplastando mi polla, y con cada pequeño movimiento que hacía, mi cuerpo reaccionaba al instante, sin darme tregua. Aún no me había corrido, porque tengo un buen autocontrol, pero si seguía así, no aguantaría mucho más. Mi mente se inundaba de una sola cosa: follarla. Quitar esa pierna que me presionaba, abrirla de par en par y exponer su coño frente a mí. Mi boca deseaba más que nada hundirse en su centro, metiendo la lengua lo más profundo posible, lamiendo cada rincón hasta sentir su sabor, hasta que quede completamente satisfecho, y ella exhausta bajo mi cuerpo.

Un jadeo suave escapó de los labios de Renee. La miré, y ella abrió los ojos lentamente, sus labios curvándose en esa sonrisa que siempre me desarmaba. Esa m*****a sonrisa.

—Buenos días, leñador, soñé contigo —dijo con una expresión traviesa, provocativa, mientras sus ojos recorrían mi cuerpo, alimentando el fuego que ardía en mí.

Aparté su pierna de encima con más brusquedad de la que quería admitir y me senté en la cama, intentando cubrirme lo mejor posible. No necesitaba más provocaciones.

—¿Qué soñaste? —pregunté, a pesar de que por dentro una parte de mí temía la respuesta, sabiendo que lo que ella podía decir solo empeoraría la situación.

Ella se incorporó lentamente, sus ojos brillaban con algo que no me gustaba, como si disfrutara del poder que tenía sobre mí. Su sonrisa no desaparecía, y sus mejillas adquirieron un leve tono rojizo.

—No lo recuerdo —murmuró, aunque su tono traicionaba sus palabras. Sabía muy bien lo que había soñado.

—Deberías irte ya —sugerí, intentando sonar frío, distante, como si todo esto no me afectara. Pero estaba mintiéndome a mí mismo.

Renee negó con la cabeza, sus facciones adoptaron un aire infantil, como si quisiera seguir jugando.

—Está oscuro y tengo miedo —dijo con una voz dramática, y su mirada se suavizó como si realmente esperara que la consolara.

En ese momento, quien estaba asustado era yo. No importaba cuánto lo intentara, esa atracción entre nosotros era innegable, y aunque trataba de rechazarla, me aterraba lo que podría suceder si cruzaba esa línea. Sabía que el deseo que sentía por ella era mucho más fuerte de lo que jamás hubiera admitido, y me aterraba lo que podría desencadenarse.

—Solo vete —le insistí, esta vez con más firmeza. Mi voz sonaba tensa, quebrada por el esfuerzo de mantener el control.

Ella se mordió el labio inferior, y antes de que pudiera reaccionar, se subió sobre mí de un salto. Su pelvis presionó mi ya muy erecta polla, haciéndome jadear por dentro, y me sonrió con picardía, disfrutando de mi tormento.

—Creo que no quieres que me vaya —susurró con una voz cargada de malicia, ella era mal, y estaba tratando de torturarme.

La tomé de las caderas y la aparté de mí, con fuerza, levantándome de la cama de inmediato. Me envolví en la sábana, desesperado por cubrirme, intentando mantener algo de cordura. Pero todo en ella me gritaba que cediera. Antes, su cabello rojo y esos ojos verdes me provocaban pesadillas, pero ahora... ahora lo único que quería era tomarla del cabello y follarla hasta que esos ojos suplicaran para que me detuviera.

—¿Me tienes miedo? Yo no muerdo... pero si quieres, puedo hacerlo —dijo con una sonrisa juguetona, todo en ella era tan lascivo, estaba a nada de lanzarme a su cuerpo y hacer con ella, lo que he deseado desde que la vi.

No aguante más. Me lancé sobre ella, agarrándola del brazo, y la saqué de la cama sin pensar en las consecuencias. La arrastré conmigo hasta la puerta y la empujé fuera de mi habitación, cerrando la puerta con fuerza, en su cara.

—Eres un idiota, Viggo. Te juro que no volveré a hablarte en mi vida, así que mejor ruega para que me vaya pronto —gritó, llena de rabia. Pero su voz, lejos de calmarme, encendió algo más profundo en mí.

Apoyé la frente en la puerta, respirando hondo, intentando calmar el caos que rugía en mi pecho. Mi corazón latía descontrolado, mis pensamientos eran una maraña de deseos reprimidos. Mi lobo, dentro de mí, se retorcía de necesidad, desgarrándome. Sabía que ella estaba dispuesta a todo, y eso lo hacía aún peor. Pero no podía permitírmelo. Ella era intocable para mí.

—Negociemos —escuché su voz desde el otro lado de la puerta, suave, seductora, como si supiera que estaba al borde del abismo.

Fruncí el ceño, sintiendo que iba a perder la razón si seguía escuchándola. Abrí la puerta de un golpe, y la miré fijamente.

—Dudo mucho que tengas algo que me interese —dije, controlando cada palabra, aunque sabía que estaba a punto de romperme.

Ella se encogió de hombros, fingiendo indiferencia, pero sus ojos seguían desafiándome.

—Sé que me deseas tanto como yo a ti. Estoy dispuesta a que me hagas lo que quieras... lo que sea... —dijo con esa sonrisa perversa que tanto me perturbaba. —Solo no me orines, eso me da asco, pero lo demás... —su tono era tan despreocupado que me enfurecía aún más.

—Lárgate —gruñí, cerrando la puerta en su cara de nuevo.

Escuché el golpe que le dio a la madera.

—Eres un idiota —replicó, su voz llena de indignación.

Si no se iba pronto, iba a abrir la puerta y hacerla mía ahí mismo, sin importarme nada más. Mi lobo estaba al borde de estallar, y yo... yo estaba demasiado cerca de perderlo todo.

Sacudí esos pensamientos de mi mente, recordando quién era realmente ella y por qué no podía dejarme llevar.

—Viggo, por favor —me suplicó desde el otro lado, su tono ahora desesperado.

—No me agradas, ahora vete. No quiero escuchar tu molesta voz —respondí, mi voz seria, aunque por dentro ya no estaba tan seguro.

Arrojé la sábana a un lado y miré mi polla, dura y dolorida. Me apoyé contra la puerta y, con cuidado, comencé a masturbarme, esperando que todo esto pasara pronto. Cerré los ojos, intentando pensar en otra persona, pero lo único que veía eran esos ojos verdes y ese cabello rojo que me volvía loco.

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