8

Después de cenar, volví a la habitación. Me senté en la cama y, perdida, miré a la nada. Ya era de noche, y aunque me costara aceptarlo, huir de aquí sería un suicidio. Viggo tenía razón, haber terminado en este lugar fue lo mejor que me pudo pasar, al menos por ahora. A pesar de lo extraño que todo se sentía, estaba a salvo... o eso quería creer.

Me quité el vestido y lo dejé a un lado, quedándome con una bata blanca. Me acosté en la cama, buscando acomodo, pero era imposible. La cama era dura, casi como dormir en el suelo. Cerré los ojos, intentando conciliar el sueño, pero cada pequeño ruido me parecía ensordecedor. Me desesperaba.

Empecé a respirar lentamente, tratando de relajarme, contando hasta que el sueño finalmente comenzó a arrastrarme. Pero justo cuando estaba a punto de quedarme dormida, escuché algo... un sonido parecido a latidos. Abrí los ojos de golpe y miré a mi alrededor. La habitación estaba demasiado oscura, excepto por una luz que parpadeaba bajo la puerta. Se movió rápido, como una sombra. Me levanté con cautela, me acerqué a la puerta y pegué la oreja. Nada, solo silencio.

Abrí la puerta con cuidado y miré por la rendija. No había nadie. Con algo de nervios, salí al pasillo. Todo estaba en penumbras. Entonces, lo volví a escuchar: ese latido. Comencé a caminar, siguiendo el sonido, que se hacía más fuerte a cada paso. Me detuve frente a una puerta. Con el corazón en un puño, la abrí. La habitación estaba iluminada, y en un rincón, sobre una mesa, había un pequeño cofre. El sonido venía de ahí.

Me acerqué lentamente y lo abrí con manos temblorosas. Dentro, un corazón negro palpitaba con fuerza. Lo saqué con cuidado, sintiendo su calor en mis manos. Me di la vuelta, y de repente, la habitación estaba llena de partes de cuerpos desmembrados. Dejé caer el corazón en un grito ahogado. Retrocedí, sintiendo algo pegajoso bajo mis pies. Al mirar abajo, vi que el suelo estaba cubierto de sangre. Mis manos también estaban manchadas. Traté de limpiarlas en la bata, con desesperación.

El latido del corazón resonaba más fuerte, tanto que mis oídos comenzaron a doler. Las partes de los cuerpos empezaron a moverse, uniéndose unas con otras. Lo observaba, aterrorizada, incapaz de reaccionar. ¡Esto no podía estar pasando!

Corrí hacia la puerta y la abrí con brusquedad, cerrándola tras de mí con fuerza. Mi corazón latía tan rápido que sentía que me estallaría en el pecho.

Me desperté empapada en sudor, con el corazón desbocado. Tragué saliva y me levanté de la cama. Todavía temblando, caminé hacia la puerta, la abrí un poco y vi a Viggo. Él entraba en su habitación. Sin pensarlo dos veces, corrí tras él. No iba a dormir sola esta noche.

Abrí la puerta y entré. Viggo, que se estaba quitando la camisa, me miró con el ceño fruncido.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

Me acerqué a la cama y me senté.

—Quiero dormir contigo —le dije con voz firme.

Él lanzó su camisa hacia mí, pero yo la aparté, lanzándole una mirada irritada.

—Sal de aquí —me dijo, visiblemente molesto.

Me subí a la cama por completo, acomodándome en la orilla.

—No te preocupes, no ocuparé mucho espacio —le aseguré.

—Te dije que salieras —repitió con un tono más cortante.

Tiré de la sábana y me cubrí de pies a cabeza.

—Buenas noches. Y espero que no ronques —solté, con tono burlón.

Sentí el peso de su cuerpo hundir la cama a mi lado. Me quitó la sábana de encima con un tirón.

—Te dije que te fueras de mi habitación —su irritación era evidente.

Me senté, mirándolo directo a los ojos, en sus ojos solo había furia.

—Tengo miedo. Tuve una pesadilla horrible y no pienso dormir sola —admití, más vulnerable de lo que quería.

—No me importa —respondió con una frialdad que me enfureció.

—Pues no me iré —le desafié.

El agarro mi brazo y me saco de la cama, llevándome hasta la puerta, yo mordí su mano y corri de vuelta a la cama.

—¡sal de mi habitación! — gruño más enfadado.

—ya te he dicho que no, o duermes conmigo, o no duermes, pero no me ire— le deje en claro.

Él se subió a la cama, intentando sacarme de ella, pero no se la puse tan fácil. Luché con él por un momento, mi cuerpo resistiendo cada uno de sus movimientos, hasta que finalmente se cansó. Sabía que, cuando quería, yo podía ser muy persistente.

Viggo se bajó de la cama, quitándose los pantalones, mostrando su cuerpo perfectamente tallado. Era hermoso, no podía negarlo.

—¿no te da vergüenza mirarme de esa forma?— me pregunto.

Yo me acomode y me encogi de hombros.

—¿No te da vergüenza enseñarme tus miserias? —le solté con descaro.

—¿Miserias? Hace un par de horas me suplicabas que te follara —respondió con total seriedad.

Sentí mis mejillas arder, pero no aparté la vista de él.

—Deja de mirarme. No vas a obtener nada de mí —me advirtió, con esa voz tan profunda que hacía que el aire se sintiera más denso; él tenía ese tipo de voz que hacía que tus bragas se empaparan por completo.

—No quiero nada de ti. Siendo sincera, tu hermano es una mejor opción —dije, sin pensarlo.

Su expresión se ensombreció, pero no dijo nada. Simplemente se acercó y se tumbó a mi lado. Lo observé por un momento, mirando más de cerca toda su virilidad. Él era tan grande, aun dormida se veía enorme. ¿Cómo se vería erecta? Aparté la mirada de su polla y lo miré a la cara.

—¿Me odias? —susurré.

Él me miró con esa intensidad que siempre me dejaba sin aliento.

—Duérmete —ordenó, ignorando mi pregunta.

Aproveché la ocasión y deslicé una de mis uñas por su pecho duro y fornido. Ya que lo tenía tan cerca, iba a disfrutar todo lo que pudiera ver y tocar. Me relamí los labios, dejándome llevar por la tentación, y empecé a bajar lentamente la uña, saboreando cada centímetro que recorría. Mis ojos seguían su trazo, fascinada por el contraste de su piel bajo mis dedos, hasta que me detuve justo en la altura de su ombligo, con la respiración contenida y el pulso acelerado.

Jamás habría imaginado que haría algo como esto, pero era un impulso que no podía controlar. Desde el primer momento en que lo vi, lo único que invadía mi mente era la necesidad de tocar a este hombre tan deslumbrante. Todo en él me atraía de una forma que no podía ignorar, como si mis manos hubieran estado esperando este momento desde siempre.

—¿Estás nervioso? —pregunté, pero él no respondió.

Cuando lo miré a la cara, me di cuenta de que se había quedado dormido. ¡El muy bastardo! Indignada, le di un golpe en el estómago. Se retorció un poco y se giró, dándome la espalda. Me acomodé de lado, decidiendo que lo ignoraría por el resto de mi vida… pero esta noche, y solo esta noche, dormiría con él. Y solo porque tenía miedo, pero mañana él dejaría de existir para mí.

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