11

Helene no dejaba de mirarme mientras sonreía, claramente divirtiéndose con alguna loca idea sobre lo que pasaba entre su pesado hermano y yo, pero la realidad era que no pasaba nada, el me evitaba como la peste, y eso, me molestaba, sabía que le gustaba.

—No me gusta tu hermano Viggo. De hecho, me parece más lindo tu otro hermano —le dejé claro, intentando desviar cualquier malentendido.

Su sonrisa se amplió aún más. Era obvio que no me creía. ¿A quién quería engañar? Se me notaba a leguas cuánto me gustaba Viggo. Él era un dios andante: cuerpo de modelo de ropa interior y rostro de hombre que sabes que te partirá el corazón. Pero no me importaba. Que me partiera todo lo que quisiera y yo sería feliz.

—¿Estás segura? Lo miras mucho, y no es por ser chismosa, pero hace dias te vi entrar a su habitación y no volviste a salir —me dijo.

Me quedé helada, intentando mirar a otro lado, pero sentía su mirada fija en mi nuca, quemándome.

—No hicimos nada, solo quería algo de compañía para dormir. Y tu hermano es, por decirlo así, más cercano a mí —le di como excusa. Una muy pobre excusa.

—no soy una niña, creo que tenemos la misma edad— me dijo.

La miré y le sonreí un poco.

—de verdad no hicimos nada, tu hermano no me soporta— le dije.

Helene me quedo mirando, podía notar que quería decir algo.

—tal vez piensa que eres peligrosa—comentó de repente.

Sonreí sorprendida. ¿Peligrosa, yo? ¿De qué parte de mi cuerpo estaban hablando? Solté una carcajada. No pude evitarlo, aquello que había dicho era lo más absurdo que había escuchado en la vida.

—No soy peligrosa. O bueno, lo soy cuando hay descuentos en mi tienda de ropa favorita. Puedo lanzar a un lado hasta a mi propia madre solo por conseguir un par de jeans —le aseguré con una sonrisa. Aunque, en este lugar, no había tiendas, ni tenía dinero, así que no debían preocuparse por eso.

—Eres muy chistosa. ¿De dónde vienes, es lindo? —me preguntó con curiosidad.

Asentí de inmediato, recordando las maravillas de mi tiempo.

—Es maravilloso, estoy segura de que te encantaría —le dije, con una sonrisa nostálgica.

Ella asintió, y seguimos caminando juntas por el lugar. A mí no me gustaban los entornos silvestres, y aquí estaba, atrapada en medio de uno. Y lo peor es que no podía salir.

—¿Esos tipos que están con tu padre y Viggo, quiénes son? —le pregunté, curiosa.

Helene me miró y suspiró.

—Son líderes de otras manadas. Con lo que ocurrió, todos deben estar estresados y preocupados —me respondió.

—¿Manadas? —pregunté, intrigada.

Helene sonrió y se detuvo. Yo también me detuve, mirándola expectante.

—No sé si en tu tiempo existen las brujas y los hombres lobo, pero aquí sí existen. También existen otros tipos de criaturas —dijo con seriedad.

—En películas y series —le respondí, algo desconcertada.

Ella me miró confundida.

—En cuentos y leyendas —le aclaré.

—Pues aquí son reales. Viggo es uno. Yo también lo soy —me dijo.

—¿Viggo es qué? —pregunté con curiosidad.

Helene se mordió el labio, tratando de ocultar una sonrisa.

—Un hombre lobo. Es un alfa, tal vez sea el próximo líder de esta manada —me dijo.

Vaya, ahora no solo era salvaje... ¡Era todo un animal! Sonreí con malicia. Definitivamente, tenía que convencerlo para que se dejara querer. No quería volver sin haberme comido a ese hombre. Mi primera vez debía ser magnífica, y con él lo sería. No todas las mujeres podían alardear de haber estado con un hombre lobo, y menos con uno tan sexy como él.

—¿Tu hermano tiene pareja? —le pregunté con un toque de curiosidad.

Helene sonrió de oreja a oreja.

—Kieran, no tu otro hermano —le aclaré rápidamente.

—Creo que no, pero deberías preguntárselo tú misma —me sugirió con picardía.

De repente, el aire se llenó de gritos. Helene y yo nos espantamos, mirando de un lado a otro en busca de la fuente del alboroto. Un par de mujeres corrían despavoridas. Helene me agarró de la mano e intentó arrastrarme con ella, pero mis pies estaban pegados al suelo. Detrás de las mujeres venían esas criaturas horribles.

—¡Renee, vamos! —gritó Helene, desesperada.

Pero mis pies se quedaron pegados al suelo, como si algo los sujetara con fuerza. El sonido de los gritos se volvió distante. Esas asquerosas criaturas corrían hacia mí. Las miré con horror. Se veían aún peor que los que vi antes: monstruos de carne corrompida, sus ojos vacíos y garras deformes. Mi respiración se aceleraba y el pánico me invadía. Sentía que mis pulmones se cerraban, y las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro sin control.

Helene seguía tirando de mí, desesperada, pero mi cuerpo se negaba a responder. Era como si me hubieran arrancado el alma. Sentí cómo su agarre se deslizaba lentamente, soltándose de mi brazo.

Las criaturas estaban cada vez más cerca. El hedor putrefacto que las envolvía impregnaba el aire, volviéndolo irrespirable. Una de ellas se adelantó, estirando su garra hacia mí, sus dedos huesudos rozando apenas mi piel. A solo centímetros de mi rostro, di un paso adelante. Algo dentro de mí anhelaba su toque. La mano de aquella cosa rozó mi mejilla, helada y áspera.

De repente, sentí el brazo de alguien envolviendo mi cintura, tirando de mí hacia atrás. Todo se convirtió en un borrón. Antes de que pudiera procesarlo, una espada brillante destelló frente a mí, cortando el aire. La cabeza de la criatura rodó hacia el suelo con un sonido grotesco, y un chorro de sangre negra y densa me salpicó el rostro.

La visión fue tan abrupta y brutal que, por un segundo, pensé que estaba en medio de una alucinación. Mis rodillas cedieron, y justo cuando sentía que me desplomaría en la oscuridad, ese brazo se apretó mucho más en mí, sosteniéndome.

—Todo está bien —dijo la voz calmada de Viggo.

Empecé a respirar otra vez. Me di la vuelta y miré a Viggo, que se veía preocupado. Lo abracé con fuerza y lloré en su pecho. Me sentía petrificada. Confundida por lo que había pasado, yo estaba dispuesta a ir con esas criaturas. Estaba segura de que me habían hecho algo.

—Mataron a un par de hombres —dijo alguien.

Abracé a Viggo con más fuerza. No me gustaba escuchar tales cosas. Quería irme de aquí. Intenté alejarme de Viggo, pero él no me lo permitió; me atrajo de nuevo hacia su pecho, envolviéndome en su calor protector.

—Te quedas conmigo, y tranquila, todo estará bien —me dijo, su voz suave y reconfortante.

Pero yo sabía que nada estaba bien. Esas criaturas me querían a mí. Era mi culpa que esos hombres hubieran muerto. Era mi culpa la muerte de Camil. Todo esto era mi culpa. Dios, yo era una asesina.

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