Capítulo 25: Una loca al acecho

Alguna vez mi padre me enseñó que muchas veces, cuando queremos un lienzo más grande, tenemos que hacerlo nosotros mismos. Lo que no sabía es que esa enseñanza me serviría no sólo para mis pinturas, sino que también para mi vida.

Pero por ahora lo estoy usando de manera literal.

Me aparto del marco que acabo de crear y veo satisfecho que los bordes han quedado perfectos, alineados y listos para colocar la tela. Tengo una idea en la cabeza y para eso necesito un lienzo grande que no encontraré en las tiendas a menos que las pida y el traslado será un problema, por lo que he confeccionado uno de dos metros de ancho por tres metros de largo.

Me siento satisfecho, he logrado todo esto durante la mañana de mi sábado. Pero ahora mismo estoy sintiendo un poco de hambre, así que decido ponerme de pie, ir a cambiarme, darme una buena ducha y salir a comer afuera.

Tengo en mente el restaurante donde nuestros padres nos llevaban cuando éramos pequeños, se me hace bastante especial y decido ir allá.

Busco ropa casual que me permita estar cómodo por si después decido ir a dar algún paseo. Entro a la ducha y pongo algo de música para relajarme y tratar de darme ánimos. Según lo que mi padre me ha contado, Isabella sigue saliendo con Fabio, pero me siento de manos atadas porque si vuelvo a interferir en alguna de sus citas, probablemente ya no conseguiré que Isabella me vuelva a perdonar, ni siquiera hablar.

Sin darme cuenta, comienza a sonar una canción cuya letra comienza a hacerme mucho sentido. Habla acerca de darle un lugar al coraje, pero también acerca de que si nos guardamos las cosas se van secando y que es mucho mejor dejarlas salir…

—Probablemente es eso lo que a mí me ha faltado hacer.

Al salir de la ducha, tomo mi teléfono y le marco a Francesca, mi hermana me responde enseguida con esa alegría que la caracteriza.

—¡Hermano mío, qué sorpresa que me estés llamando! ¿Quieres venir a almorzar con nosotros?

—Me encantaría, pero ya tengo planes y siento que hoy necesito estar solo, hay muchas cosas que necesito pensar.

—Un sabio ejercicio eso de pensar, te felicito.

—Más bien te llamo para que me digas o tal vez puedas pasarme a tu esposo… Necesito un psicólogo que me ayude.

—¿Y eso? ¿Te sientes bien Lorenzo?

—Pues… —me siento en el borde de la cama, miro la alfombra y dejó salir un largo suspiro antes de responderle a mi hermana—. La verdad es que no. Hace mucho tiempo que me siento demasiado solo y cada vez estoy perdiendo más las esperanzas. Hace años hubo alguien que me ayudó, pero esa persona ya no está la ciudad y necesito que me recomienden a alguien.

—Bueno, déjame conversarlo con Fabián, dentro de nuestra fundación tenemos gente que te puede ayudar. Por supuesto, todo es confidencial, sabes que nosotros no solamente ayudamos a las mujeres, sino también a los hombres.

—Me encantaría… Búscame a alguien que pueda ayudarme y ver si puede agendar una cita para lo antes posible.

—Perfecto. Ahora mismo comenzaré a revisar la agenda, de todas maneras, es algo que yo también manejo.

—Muchas gracias, Francesca en verdad aprecio la ayuda que me estás dando.

—No me agradezcas bobo, eres mi hermano y te quiero, ¿lo sabes? Entiendo esa parte de sentirse solo yo, muchas veces me sentía así mientras estuve lejos de casa. Pero te puedo asegurar que es sólo un sentimiento porque la realidad es muy diferente. Te amo, hermanito, cuídate.

Cortamos la llamada y comienzo a vestirme. Cuando estoy listo cojo mis llaves y salgo de mi departamento con una sonrisa cargada de esperanza.

En el trayecto sigo escuchando música y una de ellas me hace pensar en Isabella.

—«Tanto tiempo busqué, pero al fin te encontré tan perfecta… Como te imaginé…» —canto solitario en mi auto, pero sigo pensando en que esa letra la describe perfectamente.

Tras casi veinte minutos de trayecto, llego al restaurante. Pido una mesa alejada de la entrada y me guían a una que está muy cerca de un patio en la parte trasera del lugar. Me ofrecen algo de beber y le pido un jugo de piña y maracuyá, comienzo a revisar el menú abstrayéndome de todo lo que me rodea.

Estratégicamente, levanto la Carta para que nadie me vea, porque en verdad no quiero encontrarme algún conocido, algo que ya me ha pasado otras veces. Sin embargo, una risa que se me hace bastante conocida me hace bajar la carta y dirijo la mirada hacia el lugar desde donde proviene.

Y allí está ella.

Isabella ha llegado con Fabio, están a unas cuantas mesas lejos de mí y estoy seguro de que no me vieron porque estaba escondido. Sin embargo, trato de moverme para que no me vean de frente, No quiero que piensen que los estoy siguiendo, ni mucho menos que los estoy vigilando.

Mi padre me ha dicho que tenga paciencia porque lo más probable es que Fabio, muy pronto se canse de perseguir a Isabella, algo que yo creo rotundamente porque Fabio siempre ha sido así.

El mesero llega a tomar mi orden y le pido mi plato favorito, al menos el que se prepara acá, Canelones rellenos de pollo en salsa blanca y gratinado con queso. Todo lo demás lo dejo a la elección del chef que nunca decepciona.

En la posición que me encuentro ahora no es posible que pueda haber a mi hermano y a Isabella a menos que me gire. Y no lo hago porque en verdad, no quiero meterme en problemas.

Me abstraigo en mi teléfono en donde comienzo a revisar algunos de los correos que me han llegado hoy y me doy cuenta de que hay algunos urgentes que responder, así que comienzo a hacerlo, tal vez por eso no me doy cuenta cuando cierta persona desagradable llega junto a mí y me habla como si los dos estuviésemos una cita.

—¡Lorenzo, querido qué bueno por fin encontrarte! —de reojo veo que ha llamado la atención tanto de Fabio como de Isabella, pero no tengo idea cuáles son las expresiones de sus rostros. Me pongo de pie y detengo a Melike antes que se siente a mi lado.

—¿Qué se supone que haces aquí? —siseo realmente molesto por lo que está haciendo.

—Viene a almorzar y por casualidad te encontré.

—Yo a ti no te creo eso de las casualidades, ¿me estás siguiendo?

—Cariño, por favor, ¿cómo puedes pensar eso de mí? —pone esa expresión de inocencia, si no la conociera le creería sin dudar.

—De ti puedo pensar cualquier cosa, es que yo creo que estás loca, debes tener algún problema en tu cabeza para no entender de que tú y yo no tenemos nada —ella se queda allí sin moverse, a pesar de que la estoy asesinando con la mirada.

—No seas así, estoy sola en la ciudad y quise salir a comer, Recordé que alguna vez me trajiste ese lugar y que me encantó… Por cierto, quiero disculparme por mi exabrupto del otro día. Acabo de darme cuenta de que tenían razón, tú y esa mocosa no tiene nada.

—No me provoques… —sin embargo, ella detiene mis palabras con un beso. Trato de quitármela de encima, pero parece como si fuese una garrapata pegada a mí.

Cuando consigo hacerlo, me giro para ver que Isabella se está poniendo de pie junto a Fabio y están saliendo del lugar. Antes de reclamarle a Melike si le que está loca, los sigo a ellos porque necesito explicarle lo que acaba de pasar a Isabella.

—¡Isabella, por favor, espera!

—¿Por qué tendría que esperarte? —su voz aparenta tranquilidad, pero puedo ver en su mirada enfado y decepción.

—Déjame explicarte lo que acabas de ver, en verdad, no es lo que tú crees. ¡Ella sólo me besó, yo no tengo nada que ver…!

—Lorenzo —me interrumpe—, tú a mí no me debes ninguna explicación porque entre tú y yo no pasa absolutamente nada, es que ni siquiera una amistad tenemos.

—Por favor, no me digas eso, tú sabes lo que siento.

—Sí, lo sé perfectamente. Pero seguro sientes que puedes tener dos mujeres a la vez… déjame recordarte de que yo no soy de ese tipo de mujer. Tal vez a ella sí le guste la idea de compartirte con otra —se engancha del brazo de mi hermano y le dice, como si yo no estuviese ahí—. ¿Sabes, Fabio? Creo que voy a aceptar esa invitación tuya de irnos a la casa de la playa.

—Claro… —oigo decir a mi hermano un poco cohibido y sorprendido.

Me regreso a mi mesa para preguntarle a Melike qué rayos tiene en la cabeza como para hacer algo así. Sin embargo, su sonrisa de satisfacción me deja claro que lo ha hecho con toda la intención del mundo.

—¿Me puedes decir qué demonios es lo que te pasa? ¿Acaso crees que mis advertencias son sólo eso?

—Ay cariño, solamente fue un besito, no tienes por qué alterarte.

—No es que no seré yo quien se altere —toma mi teléfono y busco en la agenda el número que cuidadosamente he guardado después de que Agustín me lo enviase unos días atrás. Lo llamo y en pocos segundos la voz de un hombre me responde.

—¿Aló?

—Muy buenas tardes, señor Serkam Yildiz —los ojos de Melike están a punto de salirse de sus cuencas, pero yo no me detengo—. Usted no me conoce, pero tenemos algo en común.

—¿Y qué podría ser?

—Ambos fuimos engañados por una mujer que entiendo hoy es su esposa. Yo soy Lorenzo Castelli… El amante de su esposa.

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