Alguna vez mi padre me enseñó que muchas veces, cuando queremos un lienzo más grande, tenemos que hacerlo nosotros mismos. Lo que no sabía es que esa enseñanza me serviría no sólo para mis pinturas, sino que también para mi vida.
Pero por ahora lo estoy usando de manera literal.
Me aparto del marco que acabo de crear y veo satisfecho que los bordes han quedado perfectos, alineados y listos para colocar la tela. Tengo una idea en la cabeza y para eso necesito un lienzo grande que no encontraré en las tiendas a menos que las pida y el traslado será un problema, por lo que he confeccionado uno de dos metros de ancho por tres metros de largo.
Me siento satisfecho, he logrado todo esto durante la mañana de mi sábado. Pero ahora mismo estoy sintiendo un poco de hambre, así que decido ponerme de pie, ir a cambiarme, darme una buena ducha y salir a comer afuera.
Tengo en mente el restaurante donde nuestros padres nos llevaban cuando éramos pequeños, se me hace bastante especial y decido ir allá.
Busco ropa casual que me permita estar cómodo por si después decido ir a dar algún paseo. Entro a la ducha y pongo algo de música para relajarme y tratar de darme ánimos. Según lo que mi padre me ha contado, Isabella sigue saliendo con Fabio, pero me siento de manos atadas porque si vuelvo a interferir en alguna de sus citas, probablemente ya no conseguiré que Isabella me vuelva a perdonar, ni siquiera hablar.
Sin darme cuenta, comienza a sonar una canción cuya letra comienza a hacerme mucho sentido. Habla acerca de darle un lugar al coraje, pero también acerca de que si nos guardamos las cosas se van secando y que es mucho mejor dejarlas salir…
—Probablemente es eso lo que a mí me ha faltado hacer.
Al salir de la ducha, tomo mi teléfono y le marco a Francesca, mi hermana me responde enseguida con esa alegría que la caracteriza.
—¡Hermano mío, qué sorpresa que me estés llamando! ¿Quieres venir a almorzar con nosotros?
—Me encantaría, pero ya tengo planes y siento que hoy necesito estar solo, hay muchas cosas que necesito pensar.
—Un sabio ejercicio eso de pensar, te felicito.
—Más bien te llamo para que me digas o tal vez puedas pasarme a tu esposo… Necesito un psicólogo que me ayude.
—¿Y eso? ¿Te sientes bien Lorenzo?
—Pues… —me siento en el borde de la cama, miro la alfombra y dejó salir un largo suspiro antes de responderle a mi hermana—. La verdad es que no. Hace mucho tiempo que me siento demasiado solo y cada vez estoy perdiendo más las esperanzas. Hace años hubo alguien que me ayudó, pero esa persona ya no está la ciudad y necesito que me recomienden a alguien.
—Bueno, déjame conversarlo con Fabián, dentro de nuestra fundación tenemos gente que te puede ayudar. Por supuesto, todo es confidencial, sabes que nosotros no solamente ayudamos a las mujeres, sino también a los hombres.
—Me encantaría… Búscame a alguien que pueda ayudarme y ver si puede agendar una cita para lo antes posible.
—Perfecto. Ahora mismo comenzaré a revisar la agenda, de todas maneras, es algo que yo también manejo.
—Muchas gracias, Francesca en verdad aprecio la ayuda que me estás dando.
—No me agradezcas bobo, eres mi hermano y te quiero, ¿lo sabes? Entiendo esa parte de sentirse solo yo, muchas veces me sentía así mientras estuve lejos de casa. Pero te puedo asegurar que es sólo un sentimiento porque la realidad es muy diferente. Te amo, hermanito, cuídate.
Cortamos la llamada y comienzo a vestirme. Cuando estoy listo cojo mis llaves y salgo de mi departamento con una sonrisa cargada de esperanza.
En el trayecto sigo escuchando música y una de ellas me hace pensar en Isabella.
—«Tanto tiempo busqué, pero al fin te encontré tan perfecta… Como te imaginé…» —canto solitario en mi auto, pero sigo pensando en que esa letra la describe perfectamente.
Tras casi veinte minutos de trayecto, llego al restaurante. Pido una mesa alejada de la entrada y me guían a una que está muy cerca de un patio en la parte trasera del lugar. Me ofrecen algo de beber y le pido un jugo de piña y maracuyá, comienzo a revisar el menú abstrayéndome de todo lo que me rodea.
Estratégicamente, levanto la Carta para que nadie me vea, porque en verdad no quiero encontrarme algún conocido, algo que ya me ha pasado otras veces. Sin embargo, una risa que se me hace bastante conocida me hace bajar la carta y dirijo la mirada hacia el lugar desde donde proviene.
Y allí está ella.
Isabella ha llegado con Fabio, están a unas cuantas mesas lejos de mí y estoy seguro de que no me vieron porque estaba escondido. Sin embargo, trato de moverme para que no me vean de frente, No quiero que piensen que los estoy siguiendo, ni mucho menos que los estoy vigilando.
Mi padre me ha dicho que tenga paciencia porque lo más probable es que Fabio, muy pronto se canse de perseguir a Isabella, algo que yo creo rotundamente porque Fabio siempre ha sido así.
El mesero llega a tomar mi orden y le pido mi plato favorito, al menos el que se prepara acá, Canelones rellenos de pollo en salsa blanca y gratinado con queso. Todo lo demás lo dejo a la elección del chef que nunca decepciona.
En la posición que me encuentro ahora no es posible que pueda haber a mi hermano y a Isabella a menos que me gire. Y no lo hago porque en verdad, no quiero meterme en problemas.
Me abstraigo en mi teléfono en donde comienzo a revisar algunos de los correos que me han llegado hoy y me doy cuenta de que hay algunos urgentes que responder, así que comienzo a hacerlo, tal vez por eso no me doy cuenta cuando cierta persona desagradable llega junto a mí y me habla como si los dos estuviésemos una cita.
—¡Lorenzo, querido qué bueno por fin encontrarte! —de reojo veo que ha llamado la atención tanto de Fabio como de Isabella, pero no tengo idea cuáles son las expresiones de sus rostros. Me pongo de pie y detengo a Melike antes que se siente a mi lado.
—¿Qué se supone que haces aquí? —siseo realmente molesto por lo que está haciendo.
—Viene a almorzar y por casualidad te encontré.
—Yo a ti no te creo eso de las casualidades, ¿me estás siguiendo?
—Cariño, por favor, ¿cómo puedes pensar eso de mí? —pone esa expresión de inocencia, si no la conociera le creería sin dudar.
—De ti puedo pensar cualquier cosa, es que yo creo que estás loca, debes tener algún problema en tu cabeza para no entender de que tú y yo no tenemos nada —ella se queda allí sin moverse, a pesar de que la estoy asesinando con la mirada.
—No seas así, estoy sola en la ciudad y quise salir a comer, Recordé que alguna vez me trajiste ese lugar y que me encantó… Por cierto, quiero disculparme por mi exabrupto del otro día. Acabo de darme cuenta de que tenían razón, tú y esa mocosa no tiene nada.
—No me provoques… —sin embargo, ella detiene mis palabras con un beso. Trato de quitármela de encima, pero parece como si fuese una garrapata pegada a mí.
Cuando consigo hacerlo, me giro para ver que Isabella se está poniendo de pie junto a Fabio y están saliendo del lugar. Antes de reclamarle a Melike si le que está loca, los sigo a ellos porque necesito explicarle lo que acaba de pasar a Isabella.
—¡Isabella, por favor, espera!
—¿Por qué tendría que esperarte? —su voz aparenta tranquilidad, pero puedo ver en su mirada enfado y decepción.
—Déjame explicarte lo que acabas de ver, en verdad, no es lo que tú crees. ¡Ella sólo me besó, yo no tengo nada que ver…!
—Lorenzo —me interrumpe—, tú a mí no me debes ninguna explicación porque entre tú y yo no pasa absolutamente nada, es que ni siquiera una amistad tenemos.
—Por favor, no me digas eso, tú sabes lo que siento.
—Sí, lo sé perfectamente. Pero seguro sientes que puedes tener dos mujeres a la vez… déjame recordarte de que yo no soy de ese tipo de mujer. Tal vez a ella sí le guste la idea de compartirte con otra —se engancha del brazo de mi hermano y le dice, como si yo no estuviese ahí—. ¿Sabes, Fabio? Creo que voy a aceptar esa invitación tuya de irnos a la casa de la playa.
—Claro… —oigo decir a mi hermano un poco cohibido y sorprendido.
Me regreso a mi mesa para preguntarle a Melike qué rayos tiene en la cabeza como para hacer algo así. Sin embargo, su sonrisa de satisfacción me deja claro que lo ha hecho con toda la intención del mundo.
—¿Me puedes decir qué demonios es lo que te pasa? ¿Acaso crees que mis advertencias son sólo eso?
—Ay cariño, solamente fue un besito, no tienes por qué alterarte.
—No es que no seré yo quien se altere —toma mi teléfono y busco en la agenda el número que cuidadosamente he guardado después de que Agustín me lo enviase unos días atrás. Lo llamo y en pocos segundos la voz de un hombre me responde.
—¿Aló?
—Muy buenas tardes, señor Serkam Yildiz —los ojos de Melike están a punto de salirse de sus cuencas, pero yo no me detengo—. Usted no me conoce, pero tenemos algo en común.
—¿Y qué podría ser?
—Ambos fuimos engañados por una mujer que entiendo hoy es su esposa. Yo soy Lorenzo Castelli… El amante de su esposa.
Melike me mira con los ojos abiertos, sin poder creer lo que acabo de hacer, mientras que yo la miro con mi sonrisa de satisfacción porque sé que le he dado un golpe bajo y el estoy dejando claro que esta vez no me voy a dejar manipular ni mucho menos voy a dejar que ella vuelva a jugar conmigo.—¿Qué demonios estás haciendo? —me dice con los dientes apretados.—Estoy haciendo lo que cualquier hombre decente debería hacer —le respondo sin apartar el teléfono de mi oído, porque sé que él está escuchando—. Ya jugaste con los dos hace ocho años y no te voy a permitir que vuelvas a hacerlo. Yo ya no soy joven y no estoy para estarme recuperando de las idioteces que mujeres como tú dejan en mi vida.—Señor Castelli —me dice Serkam—, ¿mi esposa está frente a usted?—Sí, así es. Se ha aparecido en un restaurante donde viene almorzar tranquilamente y solo. La verdad, no sé si me está siguiendo o si fue una casualidad. Sin embargo, me dijo que salió a comer porque usted no está en la ciudad y
Luego de la conversación con mi hermano, me he sentido un poco más relajado en cuanto a la situación con Isabella. Al menos sé que por parte de él no hay peligro de que mi chica pueda enamorarse porque él ha desistido completamente de intentarlo.Sin embargo, todavía quedan muchos hombres por ahí que podrían intentar conquistarla, muchos de ellos mejor que yo.Es viernes, he salido temprano de la empresa y voy de regreso a mi departamento para distraerme un poco, he decidido comprar una pizza en el camino, algunas gaseosas y otras cosas más. Pretendo no salir en todo el fin de semana porque estoy preparando lo que será un hito en mi vida.El otro día en una conversación con mi padre, le conté que tenía intenciones de probar con una exposición, pero que no estaba muy seguro. Él me respondió que no cometiera los mismos errores que ellos. Mi madre se tardó mucho tiempo en hacer una exposición, me motivó a que, si ya la tenía avanzada, que sólo lo hiciera.Por supuesto que desde entonces
Veo la hora en mi reloj y ordeno todos los documentos que mantengo en el escritorio. Dejo cada uno en sus respectivas carpetas y salgo de allí dejándole instrucciones a la señora Elena antes de irme. Salgo con prisa porque hoy es la presentación del avance de la nueva colección de Cavalcanti Moda y como una tradición que se mantiene, toda la familia deberá estar presente.A la mitad del trayecto recibo la llamada de mi padre.—¿Hijo, ya vienes en camino?—Sí, me retrasé un poco, estaba entretenido con unos documentos y no vi la hora.—Bueno, ven con cuidado. Sólo faltan tú y Luca.—Creo que en unos quince minutos estaré por ahí.Cortamos la llamada y, de pronto en la radio comienza a sonar una canción que es bastante antigua, pero demasiado hermosa. En la medida que Jon Secada comienza a cantar Angel, pienso en cómo esa letra se ajusta un poco a lo que siento.—Puede ser que te haya olvidado… pero tu luz nunca se fue de mi vida.Minutos más tarde cruzo las puertas del edificio de Cava
Me encuentro en casa de mis padres porque mi madre me ha pedido que pinte un cuadro en su taller para poder instalarlo en la sala. Dice que hay demasiados cuadros de ella en casa y que necesita uno mío, al menos para que se sepa que los dos tenemos un excelente talento.Me paso la mano por la frente, tengo un poco de calor, por lo que decido ir por un vaso de agua a la cocina y camino tal cual como me encanta trabajar, sólo con mi pantalón de algodón, mi camiseta y descalzo. Me quito un mechón de cabello que se cae por mi rostro, pero vuelve a caerse.Tal vez es momento de pasar por la barbería para que lo recorten un poco.En casa no hay nadie, puesto que mi madre ha ido a visitar a Pía, mi padre está dando una clase particular a un joven que, según él, será una promesa de la pintura, y Helen se ha ido unos días al sur a ver a una hermana que le queda por allá, supongo que con Isabella. Abro la puerta de la nevera y saco una jarra de jugo, al girarme veo a Isabella entrando en la coc
Por más que he intentado de hablar con Isabella, no he conseguido hacerlo. Esta chiquilla está absolutamente escondida. De hecho, siguió a su madre hace cuatro días al sur con la excusa de ir a visitar a una tía que sé perfectamente que detesta, porque cuando era pequeña me lo dijo muchas veces.Estoy en mi oficina revisando algunos documentos y la impresión del nuevo catálogo, que por supuesto está a cargo ahora del señor Russo. La calidad de la fotografía y del papel es extremadamente sublime.A varios de los artículos les han dado un toque de relieve que los hace resaltar y casi es como si pudiesen tener el producto entre sus manos. Sin duda, esto llamará la atención del cliente.La señora Elena me pasa una llamada que recibo de mala gana porque sé de quien viene.—Lorenzo Castelli… ¿Cuánto tiempo sin saber de ti?—Exactamente un año, desde la última vez que me llamaste para exactamente lo mismo por lo cual lo haces ahora.—¡Sí sabes, hombre! La cena será esta noche.—No sé por qué
Me siento demasiado estresado con todo lo que me ha ocurrido estos días, así que le pido a Fabio que se haga cargo estos días de la empresa, decido tomarme unos días de descanso de la oficina y dedicarme a trabajar en mi exposición, porque no sólo es pintar, sino también elegir los tonos, la iluminación y varias cosas más. De pronto, siento que debo decirle a Isabella lo que pienso hacer y quiero que ella me ayude a elegir todo lo que tiene que ver con la exposición, quiero que ella sea partícipe de uno de mis logros. Me levanto del suelo de mi taller para buscar mi teléfono y llamar a Agustín, quiero saber si Isabella está allí o si debo ir a la casa de mis padres para verla, porque sé que ya ha llegado del sur. —Primo, que bueno oírte, ¿cómo estás? —Ni bien ni mal, tengo tantas cosas en la cabeza, que no sé por dónde empezar a solucionar mi vida. —Agarra a esa mujer, atrápala contra la pared y dale un beso de esos que les botan hasta las mañas, no te des por vencido. —Claro qu
Miro la mesa y sonrío satisfecho, está bellamente decorada con varios consejos de mi madre y también de mi hermana Pía, que son las más románticas de la familia.Corro a mi cuarto a cambiarme, me meto a la ducha rápidamente porque me he retrasado un poco, salgo para cambiarme por algo sencillo, me quedo descalzo porque así es como me gusta estar en mi departamento. Una camisa con los últimos dos botones abiertos y un pantalón de tela liviana son suficientes para la ocasión.Salgo a la sala, veo mi reloj y me doy cuenta de que falta media hora para que llegue Isabella, me acomodo en el sofá, pero no estoy tranquilo, así que mejor dejo la puerta entreabierta y me voy a la cocina para terminar de ver los últimos detalles de la cena.Siento unos suaves toques en la puerta, sonrío y me giro para darle más dramatismo.—¡Pasa! —siento sus pasos acercándose y sonrío más, pero la sonrisa se me corta cuando siento un par de manos subir por mi torso.Me giro bruscamente y veo que no es Isabella,
Llego al bar de un hotel, me siento en uno de los taburetes vacíos, le pido una cerveza al chico que atiende la barra y como no hay nadie, se queda conmigo. —Día difícil en el trabajo —me dice mientras acomoda unos vasos en una bandeja de madera. —Ojalá fuera eso, con renunciar se solucionaría… —Ah, ya veo… penas de amor —asiento y él suspira—. Te entiendo, es una de las pocas cosas que queremos ahogar en alcohol, pero termina siendo peor. —Ahora no importa —le doy un sorbo a la botella, pero la dejo de lado—. Esto no ayuda en nada… dame un tequila. —¿Estás seguro? —El que tenga miedo a morir, que no nazca —le digo imitando la frase que Marco suele decir cuando juega Fornite—. Y dame la botella, para no molestarte. —Es mi trabajo, pero tú mandas. No sé cuánto tiempo pasa, pero voy sintiendo cómo el tequila me adormece, suena mi teléfono y con manos torpes respondo, con la lengua muy enredada. —Aló. —¿Lorenzo? —escucho la voz confundida de Fabio. —¡Ese mismo, hermanito! ¿Por