Capítulo 33: El borracho

Llego al bar de un hotel, me siento en uno de los taburetes vacíos, le pido una cerveza al chico que atiende la barra y como no hay nadie, se queda conmigo.

—Día difícil en el trabajo —me dice mientras acomoda unos vasos en una bandeja de madera.

—Ojalá fuera eso, con renunciar se solucionaría…

—Ah, ya veo… penas de amor —asiento y él suspira—. Te entiendo, es una de las pocas cosas que queremos ahogar en alcohol, pero termina siendo peor.

—Ahora no importa —le doy un sorbo a la botella, pero la dejo de lado—. Esto no ayuda en nada… dame un tequila.

—¿Estás seguro?

—El que tenga miedo a morir, que no nazca —le digo imitando la frase que Marco suele decir cuando juega Fornite—. Y dame la botella, para no molestarte.

—Es mi trabajo, pero tú mandas.

No sé cuánto tiempo pasa, pero voy sintiendo cómo el tequila me adormece, suena mi teléfono y con manos torpes respondo, con la lengua muy enredada.

—Aló.

—¿Lorenzo? —escucho la voz confundida de Fabio.

—¡Ese mismo, hermanito! ¿Por qué? ¿Te equivocaste de gemelo? Si quieressss puedo llamar a Alalex para… ¿qué quieres?

—Mierda, estás tomado. Dime dónde estás e iré por ti.

—¡No! Mejor ven conmigo, me estoy divirtiendo como no tienes idea… pensando en ella… ¿Por qué Isabella no me quiere?

—Dime dónde estás para acompañarte.

—No tengo puta idea… pero tengo un amigo que sí sabe, porque trabaja aquí y si no sabe… entonces se perdió —me río de mi chiste y le paso el teléfono a Iván, el chico que me está atendiendo en la barra.

Sirvo un vaso de tequila, pero en lugar de bebérmelo, me pego a la botella. Siento cómo el líquido me quema al bajar por mi garganta, pero esto es menos doloroso que el desprecio de ella.

Me quedo mirando un punto en la barra, pensando mil cosas sin sentido hasta que unos brazos fuertes me rodean y me abrazan.

—Hijo… ya estoy aquí, no tienes de qué preocuparte, estoy aquí.

—Pues sí me preocupo… ¿no que venía Fabio? —me muevo para buscar a mi hermano, pero no sólo está él allí, sino que también están Alex, César, el señor Russo, José que anda de visita, Agustín, mi tíos Luca y Gabriel, Fabián, Piero y Ángello—. ¿Noche de chicassss? —me burlo.

—Nos íbamos a juntar todos en casa para compartir con José —me dice Alex riéndose—. Fabio te llamaba para eso, pero aquí estamos.

—Ok, ok… ¡Iván! —llamo a mi nuevo amigo y él se acerca—. Vasos y tequila para todos.

—Yo no voy a tomar —me dice Alex con el ceño fruncido, pero su suegro se sienta a mi lado.

—Pues yo sí, no sé quién más se suma.

—¡Todos menos Alex! —dice mi tío Luca.

Todos se sientan conmigo, quedo entre mi padre y el señor Russo, quien me quita la botella para beber mientras le sirven su trago. Luego mi padre se lo quita a él y me río.

—¿No que se odian?

—A veces —dice mi padre—. Cuando quiere robarme a mis nietos.

—No seas llorón, Castelli, tienes más que yo.

—Ya, pero no peleen por mis sobrinos —los regaño—. Mejor díganme… —comienzo a llorar y los dos colocan sus manos en mis hombros—. ¿Por qué esa condenada chiquilla no me quiere?

—Isabella te quiere, hijo, debe estar confundida.

—¿Confundida? Pero si ayer la pegué contra la pared y le di uno de esos besos que te quitan hasta los malos pensamientos… le dije que la amo… ¡Se lo dije, maldición! Pero ella no me cree…

—Yo digo que es demasiado niña —dice Agustín—. Se escapa de ti como si no supiera lo que es tener una relación…

—Es que no lo sabe —dice mi padre y todos lo observamos mientras él fija la atención en el vaso—. Su única relación fue con William.

—Ah… ahora entiendo —dice el señor Russo y yo lo miro—. Si ese tipo fue su primera y única relación, lo que ella tiene es miedo y sabiendo lo que pasó con la loca de la modelo que te arruinó la cena ayer… es lógico que no quiera creerte, tiene miedo de que le pase lo mismo.

—Pero yo sería incapaz… yo la amo.

—Sí, pero eso ella no lo sabe, con lo que ha visto, no la culpo —el señor Russo se encoge de hombros y Fabio se ríe.

—Las mujeres son demasiado complicadas, por eso prefiero tener sólo una noche con ellas y así no me meto en estos dramas —Fabio termina y el señor Russo se ríe.

—Sí, claro… espera a que te llegue una enana de metro cincuenta y algo, te va a domar de una vez, te hará su esclavo, harás todo lo que diga y lo que no también.

—Eso nunca me pasará, yo nunca me voy a enamorar…

—Ya te veré —se ríe él y todos asienten—. Mira aquí, estás rodeado de hombres grandotes, fuertes, implacables en los negocios… pero basta que sus esposas chasqueen los dedos o digan ay y se convierten en tiernos peluches.

—¡Salud por eso! —gritan todos, excepto Fabio y yo, que no tenemos mujer.

—¿Y qué me sugieren?

—Un gesto lindo —dice mi padre.

—Romántico —dice pensativo el señor Russo.

—Uno que no se le olvide jamás —dice Alex.

—Y que sea sólo para ella —agrega mi tío Luca.

—Sí, que le diga que nunca más habrá otra mujer —Ángello me guiña un ojo y luego habla César.

—Pero lo más importante, que le diga lo mucho que la amas.

—¿Y qué puede ser? —me quedo mirando la botella y luego de un rato de silencio, quien habla es Fabio.

—Un tatuaje —todos lo miran con el ceño fruncido—. Que se escriba su nombre en el pecho, es sencillo, pero es lindo, romántico, no se le olvidará jamás, es sólo para ella y deja claro que nunca habrá otra mujer a la que ame más que a ella.

—Un tatuaje… —me quedo pensativo y luego sonrío—. ¡Un tatuaje será! Pero ¿dónde?

—De eso me encargo yo…

—Oye, yo también quiero —dice el señor Russo y mi padre se pone de pie.

—Y yo…

Al final, Fabio pide un cuarto grande en el hotel, llama a la persona que lo tatuó y en una hora estamos todos achispados, incluido mi hermano gemelo, listos para el tatuaje con el nombre de nuestras esposas.

Porque eso es lo que será Isabella, mi esposa.

Fabio aprovecha de hacerse otro tatuaje, esta vez en la espalda, han llegado cuatro chicos para el trabajo y para las once de la noche estamos todos mirándonos los tatuajes. Acordaron que el único que se lo haría a la altura del corazón sería yo, para darle la sorpresa a Isabella, los demás se lo hicieron en el brazo o en la muñeca.

—Daniela me va a matar —se ríe el señor Russo, quien se lo ha hecho extra grande en el brazo izquierdo.

—Y a mí su hija, así que no se preocupe.

—¡Moriremos todos, señores! —dice mi tío Luca—. ¡Pero lo haremos en nombre del amor!

—¡Sí! —gritamos todos y salimos con rumbo a la casa de mis padres para continuar con la segunda fase de reconquista.

Salimos de allí en taxi, porque nadie está en condiciones de manejar, al llegar a casa todo está en silencio, rodeamos la casa y llegamos frente a la puerta de Isabella. Agustín pone música en su teléfono y todos buscan la letra de la canción que vamos a cantar, menos yo que me la sé porque la escucho cada día pensando en ella.

Con todo el sentimiento y la lengua pegada comienzo a entonar «¿Cómo pagarte?» de Carlos Rivera, los hombres tras de mí cantan desafinados, igual que yo, pero se oye de maravilla.

De pronto salen las mujeres desde la cocina, la luz en el cuarto de Isabella se enciende y abre la puerta, se lleva las manos a la boca. Camino hacia ella y me arrodillo frente a ella, para cuando termino de cantar la miro a los ojos con intensidad.

—Isabella, yo te amo… por favor, dame una oportunidad de demostrártelo.

Se queda en silencio y luego la veo mirar al costado, sonríe con expresión traviesa, camina unos pasos y de pronto me llega un chorro de agua.

—¡¡Corran, que está armada!! —grita Fabio y todos salen corriendo, dejándome solo recibiendo el castigo por mi romance.

—Te dije que no te creo, te vi con esa mujer —me dice ella dejando la manguera a un lado—. ¿Quieres que me haga la ciega?

—¡Pero debes creerme, ella me atacó! —me abro la camisa y grito desesperado—. Mira, si hasta me hice un tatuaje.

—¡¡¿Tatuaje?!! —grita mi madre.

—¡No me mates! ¡¡Todos se hicieron uno!!

—¡¡¿Queeeeé?!! —gritan todas las mujeres y los hombres comienzan a correr lejos de sus esposas.

—Isabella, por favor, estás aquí, en mi corazón… si me dices que no me crees, entonces míralo por ti misma…

—Lorenzo, tengo miedo —me dice con la voz temblorosa—. No es fácil para mí creer después de todo lo que he pasado y las situaciones de los últimos días… no puedo creerte.

Se mete en su cuarto, cierra la puerta y yo me quedo allí, mojado, desolado y con la esperanza perdida por completo.

Me pongo de pie y camino a la salida, mientras todos se me quedan viendo, algunos con sus orejas entre los dedos de sus mujeres. Y como si el clima estuviera de acuerdo con mi sufrimiento, comienza a llover.

Mi madre me alcanza, se para frente a mí y me abraza.

—Ya, mi niño… dale tiempo, ahora es mejor que vayamos adentro.

—¿Tan malo fui, mamá? ¿Tan infeliz fui con las mujeres, para que ahora la única que en verdad he amado no quiera nada conmigo?

—Tranquilo, te aseguro que ella va a recapacitar, vamos a la casa, te haré un chocolate caliente mientras tú te vas a tu cuarto para cambiarte de ropa y te metes en la cama.

Asiento y entramos a la casa, con ella tan cerca, pero a la vez tan lejos.

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